Procrastinar la educación
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El periodista Carlos Pagni señaló varias veces que en la Argentina estamos viciados de la acción de procrastinar: postergar y volver a postergar. Lo vemos en las definiciones del plan económico, en la solución de la deuda, en las postergaciones de las soluciones a problemas de la vida diaria, en las sesiones del Congreso y ni qué hablar de las decisiones de la Justicia.
En noviembre de 2019 asistí en Boston a un Congreso con especialistas en neurociencia y educación, y escuché a Barbara Oakley –autora de Mindshift– analizar el tema de la mente del adolescente, y su necesidad de procrastinar: “No pensar en algo que produce dolor y que requiere de esfuerzo y voluntad”. En esta etapa de crecimiento, el joven en busca de su identidad, debe desarrollar su singularidad y su autonomía resolviendo problemas, tomando riesgos, desafiando el miedo, haciéndose preguntas y creando soluciones. Estas destrezas y habilidades deben ser modeladas, clarificadas, inculcadas, aprendidas y comprendidas.
El patrón mental que tenemos de Educación, es el de llenar la cabeza de los niños y jóvenes con cantidad de contenidos del curriculum que baja el Ministerio de Educación; el medio para lograr estos contenidos son los libros de texto y los cuadernos con actividades a completar. Los espacios y tiempos de la escuela, son “cells & bells”, como los llama Prakash Nair; celdas con formato de aulas y timbres, para garantizar homogeneidad; el rol del maestro es explicar y disertar, y tomar examen para comprobar si el alumno aprendió, ensalzando una cultura centrada en aprender para saber más. Se instala el concepto de cantidad unido a excelencia académica y lo complejo es visto como exigente; se mide con pruebas estandarizadas y superficiales, y se hacen juicios de conductas que se generalizan como realidad. La copia y repetición para la memoria a corto plazo se ejercita en la mayoría de las clases, y la evidencia de los resultados se pone exclusivamente en el alumno.
En este contexto de principio del siglo pasado, se educan los niños y jóvenes de países que no evolucionan. Las personas que han llegado a cumplir años de repetir estos modelos mentales, no han logrado una adultez responsable; pasan los años y repiten las mismas acciones, y cometen los mismos errores. En nuestro país, una gran mayoría de políticos, comunicadores, empresarios, trabajadores y maestros se han educado desarrollando modelos mentales que no desafían la creatividad y la resolución de problemas, que no asumen sus errores y que no tienen empatía para ponerse en el lugar del otro y que no saben trabajar colaborativamente.
Las investigaciones de la neurociencia y de las ciencias de la educación nos han dado a los pedagogos otra mirada del niño y el joven. Hoy sabemos que al nacer la carga genética viene con un signo de interrogación y el contexto en el que se desarrollan los chicos va a influir en el desarrollo de su cuerpo, mente y espíritu.
La pandemia ha irrumpido en nuestros hogares y en nuestra vida; la reflexión debería estar a la orden del día; solo los que insisten en mantenerse en la “zona de confort” seguirán procrastinando.
Las escuelas no pueden volver a más de los mismo. La tecnología que tímidamente entró en las escuelas antes de la pandemia, irrumpió en muchos ámbitos para no retirarse. Sin embargo los modelos mentales deben desarrollar el desafío de utilizar estos medios para correr el riesgo de desarrollar la autonomía de los alumnos nativos digitales, para que se apropien de su destino, pregunten, duden, y se asombren con lo que el mundo global les ofrece. Los nuevos tópicos generan cambios y como dice el gran pedagogo Loris Malaguzzi, emerge un curriculum diferente ya que proviene de las “voces de los niños”. Los maestros y profesores en sus nuevos roles deben provocar para que los alumnos se pregunten despertando el estupor y el asombro y así generar desafíos innovadores y problemas profundos.
Los niños y jóvenes quieren aprender con proyectos auténticos sobre los dilemas de hoy: ¿el viaje a la luna trae beneficios?, ¿por qué la mentira tiene éxito?, ¿envejecen las ideas?,¿la corrupción da poder?, ¿puedo hacer algo con mis miedos?, ¿el virus vino para quedarse para siempre?, ¿por qué el pueblo reelige liderazgos que no resuelven problemas?, ¿cuál es el beneficio de conocer otras culturas?, ¿la pobreza es destino?, ¿agradecer es un valor?, ¿mi pasión, está al servicio del otro?, ¿puedo cambiar mis ideas?
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Y no solo hay nuevas preguntas, nuevas curiosidades y nuevos tópicos, sino nuevas formas de aprender, en nuevos espacios, en nuevos tiempos, con nuevos roles y desarrollando nuevas habilidades de la mente, el cuerpo y el espíritu.
Aprender cómo aprender es un imperativo en este mundo cambiante de desafíos y de problemas que resultan en caos si no se los interpela con creatividad, con un pensamiento riguroso y con libertad responsable.
El cambio de educación de las mentes de los chicos urge. Procrastinar no es una opción. Y la responsabilidad es de toda la sociedad. Debemos profesionalizar la educación y abrazar pedagogías que nos permitan dejar atrás modelos mentales oxidados y crear soluciones innovadoras.
Educadora, autora, investigadora