Problemas de la "cultura casino"
Por Silvia Bacher Para LA NACION
Quienes vivimos en Buenos Aires o en sus alrededores comenzamos a acostumbrarnos a ver marquesinas de bingos y casinos que poco a poco se mimetizan con otros centros de entretenimiento. Dejamos de notarlos: son parte de la estética urbana. Cuánto y cómo modificarán los hábitos ciudadanos, aún lo desconocemos. Lo que sabemos es que proponen un vínculo particular con el sentido del tiempo y una apreciación singular del valor del esfuerzo.
El azar como principio vital puede ser pensado como un nuevo modo de ser en el mundo, que el sociólogo George Steiner llama "cultura casino" y que se caracteriza por su brevedad, por las veloces jugadas inconexas, sin consecuencias en las partidas sucesivas. En esta cultura, al igual que en un casino, no tiene sentido planificar a largo plazo. Toda acción es efímera. La vida en la cultura casino se lee como una recopilación de relatos breves y no como una novela. Cada uno vive la jugada que le toca en suerte. En ella encuentran su referencia el zapping, el videoclip, la noticia urgente, pero rápidamente olvidada, el "quiero más y lo quiero ya", para inmediatamente dejar de quererlo y anhelar otra cosa. Es la cultura de la insatisfacción y la vacuidad.
La televisión sintoniza bien con las habilidades y las conductas que esta cultura fomenta, dice el sociólogo Zygmunt Bauman. Por ejemplo, en los programas de preguntas y respuestas donde gana el dedo que hace sonar el timbre más rápido y no la mente que más piensa. Hace pocas semanas, un participante debía confrontar su respuesta con las del público presente en el estudio de televisión. El tiempo apremiaba y los participantes coincidieron en que la provincia de Buenos Aires limita con la Cordillera de los Andes. Si no es así, faltó decir, peor para la realidad.
Uno de los principales problemas que plantea la TV es la relación entre pensamiento y velocidad. No hay tiempo para hacer una pausa y pensar dos veces antes de emitir un juicio. Pierre Bordieu señala que en este intercambio se le otorga un privilegio inadvertido a las "ideas recibidas", ideas triviales compartidas por todos, que por obvias no exigen ni necesitan reflexión. Cuestionar lo obvio, hacer foco en aquellos puntos que quedan entre líneas, eso es lo que requiere tiempo. Pero para la TV el tiempo es dinero. Un periodista francés afirmó que si Emilio Zola hubiera podido hacer su defensa de Dreyfuss por TV sólo habría tenido tiempo de gritar: "¡Yo acuso!"
Por eso es esencial remarcar que el lugar del pensamiento, el análisis, la reflexión, la investigación, la indagación, la participación, el lugar donde hay tiempo, es la escuela.
La probabilística nos enseña que los juegos del casino no son justos. Contienen un grado de injusticia particular que constituye, justamente, el margen de beneficio del casino. Principio aplicable, sin duda, a la cultura casino y a una sociedad que ha perdido el tiempo del pensamiento, el valor del esfuerzo.
En esta cultura, un alto porcentaje de niñas, niños y jóvenes en la Argentina tiene empeñada su propia vida. En cada jugada recibe un dado marcado por el hambre y la falta de educación de calidad.
¿Hay alternativas posibles para cambiar las reglas de juego, de modo de pasar de punto a banca? La respuesta que hallaron los países que se plantearon seriamente el desafío y lo lograron es que la vía que permite el cambio es la educación. La escuela es un punto de encuentro - y desencuentro- de grupos que llevan sobre sus hombros la esperanza de construir un futuro mas justo y la maldición de ser responsables de un sinnúmero de males del presente. En este sentido, vale la pena destacar que la educación encierra un tesoro sólo si permite construir desde sus aulas modos de convivencia menos excluyentes, más justos y participativos.
Educar es transmitir, es guiar, acompañar, es ayudar a descubrir y permitir crecer. Educar es comunicar, en el profundo sentido de dar y recibir. Pero, ¿acaso es posible transmitir sin conocer el rumbo?
El sistema educativo que hoy conocemos se fue armando (o desarmando) en las últimas décadas con bocanadas erráticas, discontinuas, como si un arquitecto construyera novedosas habitaciones, pero olvidara la concepción funcional de la casa, sin pasillos, ni baños, o cocina. Novedosas, pero imperfectas para ser vividas. La historia reciente pone en evidencia la falta de proyecto educativo. La escuela se ve asediada por la promoción de acciones que por momentos parecen inundarlo todo para luego desaparecer de la escena. Para volver a construir un damero más parecido al del juego de ajedrez que al de la ruleta, el Estado debe velar por la permanencia de la infancia y la juventud en las aulas de todo el país y formar docentes sólidos y actualizados, reconociendo no sólo en los discursos sino en cada salario la profesionalización de quienes tienen la responsabilidad de educar. En síntesis: garantizar condiciones mínimas para que la cultura tenga más sabor humano que a tragamonedas.
La escuela debe fortalecerse en sus potencialidades. Es la oportunidad que tenemos de jugar como sociedad: apostar todas las fichas al bien más preciado, el estímulo del pensamiento para el desarrollo de una vida más parecida a la vida que soñamos.