La estrategia de poner un ministro que parece suyo y no de ella
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Normalmente los barriletes tienen un diseño defectuoso. Es muy difícil encontrar, salvo que sea uno fabricado industrialmente, un barrilete perfecto hecho por un chico. Por eso, para que pueda remontar vuelo y no venirse abajo se le pone una cola, que lo estabiliza. Evita que haga movimientos azarosos. Si imagináramos que Alberto Fernández es un barrilete, pareciera que necesita, para tener un rumbo, una cola, algo que lo estabilice desde atrás. En la vida real se llama Cristina Kirchner.
Da la impresión que si la vicepresidenta no le provee una referencia, Alberto Fernández se queda sin cola, como un barrilete que empieza a hacer movimientos incomprensibles. Algo que los físicos llaman movimientos estoscásticos. Lo que ha pasado con la designación del ministro de Justicia, Martín Soria, expresa este problema.
¿Por qué se demoró una semana el Presidente en identificar al sucesor de Marcela Losardo? Porque Cristina Kirchner no le proveyó una referencia. Se abstuvo de opinar. Lo dejó sin cola. En realidad, él sostuvo una coartada, dijo que Losardo renunció formalmente el viernes y que se tomó el fin de semana. Pero el lunes, el Presidente despidió a Losardo en un programa de televisión, sabiendo que ella es la que se había ido.
¿ Por qué se fue Losardo? Porque no coincide con dos cosas: el plan de reformas que promovió el Presidente al abrir el período de sesiones del Congreso; y segundo y más importante, el alegato antiliberal en materia de concepción de la Justicia que realizó Cristina Kirchner delante de la Cámara de Casación. Se fue disconforme con esos dos conceptos.
El Presidente dijo “se fue agobiada”. Ahora Losardo tiene que lograr que Cristina Kirchner, con quien ella disiente, le otorgue el acuerdo en el Senado para ser embajadora de la Unesco, el próximo destino que va a tener en París.
El Presidente reveló que el sucesor de Losardo va a ser Martín Soria, diputado al que le tienen que aceptar la renuncia, exintendente de General Roca en Río Negro, hijo de un importante dirigente peronista que fue jefe de la Secretaría de Inteligencia con Eduardo Duhalde.
Hubo un problema con la candidatura de Soria, que lo planteó Julio de Vido, porque el Presidente para argüir que con Soria no le estaba entregando una pieza a Cristina usó un mal argumento. Dijo: “Bueno, tanto no es kirchnerista ya que su hermana [María Emilia Soria] votó a favor del desafuero de De Vido en la Cámara de Diputados cuando ella era diputada y Martín Soria intendente de General Roca”. De Vido contestó hablando de la “inconmensurable miserabilidad” del Presidente.
El argumento de ir recortando el perfil de Soria por la conducta de sus parientes no es el más conveniente, porque muy probablemente ahora desde el riñón del kirchnerismo impugnen a Soria por conductas de su padre. Sobre todo por una nota, de Horacio Verbitsky, donde el padre de Soria aparece festejando en una comida con Erich Priebke, aquel criminal de guerra nazi, autor de la masacre de las fosas ardeatinas en Roma.
Verbitsky publicó esa nota hace muchos años, en 2011, cuando Soria (padre) iba a ser gobernador por el kirchnerismo y dijo: “Esto es un límite”. Si se le adjudica a Soria no ser kirchnerista por cómo votaba su hermana en el Congreso, ¿se le van a adjudicar también las incorrecciones, defecciones o errores de su padre?
Soria se inicia también con algo de su propia biografía. Si uno va a su cuenta de Twitter se va a encontrar con que el 16 de diciembre de 2020 hay mensajes furibundos en contra de Ricardo Lorenzetti, presentado como el ideólogo de lo que Cristina Kirchner llama lawfare. Es decir, la manipulación de la Justicia para su persecución política.
En materia de política judicial, Fernández tiene un problema de muy difícil solución. Él quiere dar satisfacción a un clima de época, que se expresa sobre todo en el voto opositor, más que nada en sectores muy recalcitrantes de Juntos por el Cambio que tienen en el centro de su visión de la vida pública los problemas de calidad institucional, en especial los que hay con la Justicia. Este sector saludó la salida de Mauricio Macri del poder con banderazos, y se moviliza permanentemente alrededor de la agenda judicial y de la que tiene que ver con la calidad institucional, como se vio en el caso de los camaristas Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi. Y a ellos el Presidente les quiere destinar una política por la que pretende ser visto como un reformador a ese sector.
Es un Fernández típicamente porteño, peronista de la Facultad de Derecho, que entronca con una tradición muy esquiva al peronismo, que es la de reclamar por cuestiones como división de poderes y corrección institucional. Esa aspiración contradice con una postura muy firme de Cristina Kirchner, y que ella entiende como un compromiso electoral con su público, que es una visión de la Justicia sostenida en el concepto de lawfare y que denuncia un aparato en el que, como describe en su narrativa, hay medios, empresas, factores internacionales y jueces todos complotados y coordinados para perseguirla.
Alberto Fernández convive con un problema inusual. Es rarísimo que llegue al poder convalidada por el voto popular una persona que, como la señora de Kirchner, tiene semejante cantidad de problemas en la Justicia. Y es muy difícil llegar a ser jefe de Estado y que la vicepresidenta tenga que dar explicaciones en Tribunales por cosas ocurridas en mandatos anteriores.
De esta manera, al no poder convivir las dos visiones, es posible que a Fernández le pase algo, que seguramente sea injusto: cada vez que quiera tocar un tema de reforma judicial, aún con la mejor buena fe, desde la oposición le van a decir que está buscando la impunidad de Cristina.
Hay dos formas de resolver esto. Una es nombrar a un ministro plenamente propio. ¿lo será Soria? ¿Cómo sabremos que es un funcionario enteramente de Fernández y no alguien que hace de ministro, como hacía Losardo? Es muy sencillo. Cuando asuma Soria veremos si puede ir con su propio equipo o si tiene que tolerar la supervivencia del equipo anterior, que depende más de Cristina que de Fernández y que tiene a la cabeza a Juan Martín Mena. Es el verdadero actor, junto a “Wado” de Pedro y a Gerónimo Ustarroz, en el Consejo de la Magistratura, del kirchnerismo en materia judicial.
Hasta ahora Losardo servía de máscara a esa maquinaria de poder que opera en la Justica y en la Magistratura, y que tiene objetivos muy concretos que responden a la idea de Cristina. Losardo lo hacía incómodamente, y por eso “se agobió” y no quiso seguir. ¿Soria va a ser una máscara o va a tomar el control del Ministerio de Justicia?
Algunos le recomendaban a Fernández que ponga como ministro de Justicia a De Pedro, para que sea Cristina quien se arregle con el problema judicial. O que subsuma Justicia en otro ministerio, como sucedía en 1983, con el Ministerio de Educación y Justicia. Sin embargo, él decidió seguir con la misma estrategia: poniendo un ministro que parezca que es suyo y no de ella, pero que sirve de careta a un aparato de poder que controla la vicepresidenta y que opera en la Justicia con mucha intensidad.
En este sentido, el Consejo de la Magistratura se ha convertido en un lugar muy importante porque, para esta materia, es la sala de máquinas donde se resuelve quiénes son jueces y quiénes no deben serlo. Ahí está Ustarroz, el hermano de “Wado” de Pedro, como delegado del Poder Ejecutivo. Él consiguió algo muy beneficioso para el Gobierno: romper un bloque opositor, que le impedía al oficialismo nombrar y remover jueces. Ustarroz fue clave para conseguir que el juez Ricardo Recondo abandone el bloque opositor, empiece a dialogar con el oficialismo y les provea su voto. Y Recondo arrastró al juez Juan Manuel Culotta; por lo que ahora estos dos jueces están dispuestos a votar determinadas posiciones con el oficialismo. Y la oposición perdió la llave que tenía para bloquear la designación o remoción de jueces por parte del Gobierno. Este es un mensaje tremendo para el Poder Judicial, que ahora es vulnerable al oficialismo.
La única persona que denunció esta cuestión desde la oposición fue Elisa Carrió. El resto calla sobre esto, con excepción del senador cordobés Ernesto Martínez, que acusó a Recondo de dar ese paso hacia el oficialismo para conseguir que Cristina Kirchner le apruebe en el Senado el pliego que necesitaba su esposa, la doctora Silvia Mora, para volver a ser jueza después de haber cumplido 75 años.
¿Por qué todo esto es importante? Porque esta composición, donde Recondo es una pieza clave, estaría, por ahora dicho en potencial, por avanzar sobre la Cámara de Casación, que es el máximo tribunal penal de la Argentina. Y ahí estarían por cortarle la cabeza al juez Juan Carlos Gemignani, a quien el kirchnerismo se la tiene jurada desde que él ejerció un papel preponderante en el procesamiento de Cristina y su entorno -entre otros, el segundo del Ministerio de Justicia, Juan Martín Mena- por el caso del Memorándum de Entendimiento con Irán.
Es decir: empieza a funcionar de nuevo la máquina de modificaciones del kirchnerismo sobre el Poder Judicial. En este caso, sobre un tribunal estratégico desde el punto de vista penal, con la supuesta colaboración del juez Recondo como pieza clave en el pase de la oposición al oficialismo. Y detrás de él, el juez Culotta.
Hay algo interesante que dijo el Presidente cuando dio la explicación hace una semana delante de Gustavo Sylvestre, en el canal C5N de Cristóbal López, acerca de por qué se iba Losardo. Y, entre los muchos argumentos que dio, hubo uno llamativo: “Se fue porque ella en realidad tenía que tolerar que yo, que soy abogado y entiendo de Justicia, me meta en todo”. Algo parecido a “yo era el ministro de Justicia”. ¿El Presidente es el ministro de Justicia? ¿Es el jefe de Gabinete? Porque también sabe conducir la jefatura de Gabinete. ¿El Presidente es el vocero? Vive hablando y chateando con periodistas. Todo el día. ¿Cómo es el diseño de este Gobierno? ¿Hasta dónde los ministros tienen poder para llevar adelante una política?
Digo esto porque se abre también el signo de interrogación acerca de si el Presidente no es el ministro del Interior. Le pidió a Sergio Massa que el gobernador Mariano Arcioni no estuviera en Chubut cuando él iba. Pero Arcioni estaba. ¿Se olvidó Massa del pedido? ¿O se acordó demasiado, para complicarle la visita al Presidente?
Massa, pieza clave del oficialismo, es el más optimista de todos. Él cree que la economía va a estar creciendo a 9% este año; cree que en septiembre va a haber 20 millones de vacunados; y cree que van a ganar la provincia de Buenos Aires por el 42% de los votos.
Frente a esto, la incógnita es la oposición. Allí empieza a haber un descongelamiento. La oposición, que quedó paralizada después de la salida de Macri, como suele pasar con los partidos que dejan el poder, empieza de nuevo a tener un debate interno. Empezó en Córdoba. Hay que mirar lo que pasó allí, a pesar de que todavía no tenemos los resultados de la elección interna radical. El oficialismo radical, conducido por Mario Negri y Ramón Mestre, tiene todos los recursos de poder del partido. Tuvieron que enfrentar a un concejal de la Capital, Rodrigo de Loredo, apoyado por Martín Lousteau, que juega en distintas provincias un proyecto nacional. ¿Y qué sucedió? Perdió De Loredo por apenas 3000 votos. Un llamado de atención.
Empieza a haber un debate político dentro de la oposición. Empieza en el radicalismo y está destinado a modificar las relaciones entre el radicalismo y el Pro, y por lo tanto, todo el juego de Juntos por el Cambio. Esto es importante porque el domingo que viene hay elecciones también del radicalismo, por la conducción partidaria, en la provincia de Buenos Aires y en la Capital Federal.
Se descongela la oposición con algunas prevenciones. En Juntos por el Cambio están mirando qué pasa con los libertarios que vienen a sacarles votos. Y ellos dicen: “Trabajan para el Gobierno”. Bueno, cada uno tiene derecho en elecciones a llevar adelante su propia posición, sus ideas, con independencia del efecto que produzca eso en el juego general. Si no coinciden con Juntos por el Cambio, ¿por qué no van a hacer su propia historia los libertarios?
Lo que llama la atención en Juntos por el Cambio es que tienen como asesor a un consultor político que se llama Daniel Ivoskus, que hasta hace muy pocos días trabajaba en una oficina de Sergio Massa en Puerto Madero. ¿Significa algo eso? Aparentemente, no. Pero para Juntos por el Cambio, sí. Es un túnel. Habrá que ver si aparece alguna luz para ver dentro del túnel.
Hablando de Massa, ahora estamos ante un episodio que va a ser escandaloso. Y habrá que ver si está Massa detrás de esto porque tiene que ver con intereses a los cuales él está muy próximo. También el Presidente tiene relaciones estrechísimas ligadas a esos intereses. Estoy hablando de la modificación al Impuesto a las Ganancias. Hay un proyecto de ley que quita Ganancias para una cantidad de particulares a los que se les eleva el mínimo no imponible para que queden exentos. Como compensación, se mantiene la suspensión sobre Impuesto a las Ganancias para empresas, para sociedades. Eso implica un nuevo proyecto que llegó hace horas a la Cámara de Diputados con un detalle: hay un artículo (el 4) que modifica el artículo 73 de la ley vigente. Y en la modificación se olvidan de reponer una cláusula, un párrafo que está actualmente y dejaría de estar en la ley futura. Ese párrafo dice que las empresas ligadas a los juegos de azar, todas las empresas que obtienen sus ganancias de dichos juegos, tiene que tributar una alícuota especial de Ganancias de 41,5%. Eso desapareció en el proyecto nuevo.
Estoy casi seguro de que Martín Guzmán ignora esto. Pero en un proyecto que le sube Ganancias a una cantidad innumerable de empresas se eliminan las Ganancias para las empresas de juego.
La teoría del barrilete sin cola dio lugar a un método que se llama el Método Montecarlo, porque los que lo estudiaron en física se basaban en las experiencias de un jugador en el Casino de Montecarlo. Empezamos y terminamos con problemas con el juego.