Príncipes y principios
Tuvo lugar un curioso experimento internacional que permitió monitorear, una vez más, la arbitrariedad de ciertos principios ideológicos.
Sucedió durante el último fin de semana: el sábado, con el casamiento real del príncipe Harry con la plebeya Meghan ; el domingo, con las elecciones presidenciales en Venezuela .
A pesar de los oropeles monárquicos, la primera noticia gozó de enorme popularidad, no solo por los miles de personas que se volcaron a las calles en los alrededores del castillo de Windsor, sino por los millones que a nivel planetario estuvieron pendientes del casorio por TV, Internet y la prensa gráfica.
Autoerigidos progresistas del mundo prefirieron rasgarse las vestiduras en las redes sociales por no comprender que para las masas carece de peso político y que apenas tiene el valor del divertimento que suele despertar un encantador cuento de hadas. Al día siguiente, muchos de esos mismos sectores, en cambio, militaron con fervor los comicios oscuros y poco concurridos de Nicolás Maduro .
¿Por qué un hecho, si se quiere frívolo, en un país de enorme equidad social, irrita tanto, mientras la otra noticia, en un contexto de grave emergencia humanitaria, todavía puede generar algún tipo de adhesión?