Primeros interrogantes sobre un gobierno en formación
Más allá de los anuncios del nuevo presidente, ¿cambiará la lógica de los favores, los compromisos políticos y los “repartos de cajas” a la hora de designar funcionarios públicos?
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Serán importantes los anuncios, las palabras y los gestos del nuevo presidente, por supuesto. Pero tal vez lo fundamental, a lo que debamos prestar una especial atención en estos días, serán las designaciones que haga en las distintas áreas gubernamentales. Eso dará un indicio para contestar a estas preguntas: ¿cambiará la lógica de la administración saliente, basada en los favores, los compromisos políticos y los “repartos de cajas” a la hora de designar funcionarios públicos? ¿Se van a privilegiar la idoneidad, la experiencia y la capacidad para cada cargo, o seguirá el “loteo” por afinidades, amiguismo o “pagos” a cada tribu de la nueva galaxia oficialista? Se trata, más allá de los nombres propios, de una cuestión de fondo: ¿se propondrá una cultura de servicio público, gestión de calidad y eficiencia administrativa? ¿O se cambiarán unos amigos y unos militantes por otros, pero con sesgos y discursos diferentes?
Sería prematuro sacar conclusiones. Todavía no se ha anunciado oficialmente el gabinete y es natural que los nombramientos y la conformación de equipos demanden tiempo y negociaciones. Ha habido señales alentadoras y una promesa auspiciosa, por parte del presidente electo, de “formar una selección con los mejores”. Pero algunas designaciones que han trascendido justifican también algún signo de interrogación. ¿Cuáles son los antecedentes técnicos y profesionales de Carolina Píparo para hacerse cargo de un organismo tan complejo y específico como la Anses?
Por supuesto que hay organismos del Estado que pueden tener una conducción política no necesariamente especializada. Pero hay áreas que, por su propia complejidad y naturaleza, exigen experiencia y probada capacidad. Lo que importa, además, es la cuestión conceptual: ¿se irá hacia una jerarquización y una profesionalización del servicio público o se mantendrá la idea de ubicar a “los propios”? ¿Se creará un clima que resulte atractivo para que profesionales de excelencia se comprometan con una función en el Estado? ¿Se rescatará a la gente de experiencia y de valor que ha hecho carrera en la administración y que ha quedado arrinconada por la invasión militante? Al menos en las declaraciones parece asomar una buena intención.
Hubiera sido auspicioso, por no decir revolucionario, anunciar que para la conducción de organismos como la Anses, el Indec o el PAMI se iba a llamar a concursos. Pero tampoco puede pretenderse que, apenas 72 horas después de la elección, las cosas cambien de un plumazo. Una nueva concepción del Estado debería basarse en la jerarquización de la carrera administrativa, en la valoración de los cuadros técnicos y en la despolitización de todas sus líneas jerárquicas. Desde ya que hay cargos que exigen la elección directa del presidente o sus ministros. En esos casos, sería fundamental percibir señales de apertura y de ecuanimidad, con una clara orientación hacia hombres y mujeres de reconocida honradez, por supuesto, pero también de aquilatada solvencia profesional. Es justo reconocer que algunos de los nombres que han trascendido hasta ahora parecen reunir de sobra esos requisitos, aunque otros –en cambio– podrían justificar reparos.
La crónica política revela que Píparo, por ejemplo, “pidió la Anses” y que a Ramiro Marra “le prometieron” la AFIP. Son verbos que remiten a una lógica que resultó derrotada en el balotaje del domingo. En el diccionario mileísta, son verbos de “la casta”. Si así fuera, se abrirían otros interrogantes: ¿los cargos se piden, se prometen o se merecen? ¿Y se merecen por afinidad y militancia, o por formación, capacidad y experiencia? La vieja cultura política dice que la Anses es una de las mejores plataformas para “hacer política”. Se la identifica como “una caja” y un organigrama tentador con dependencias en todo el país. Así es como hasta ahora estuvo en manos de La Cámpora y antes había sido conducida por dirigentes con desmesurada ambición como Sergio Massa y Amado Boudou. No es necesario reseñar cómo está el sistema jubilatorio después de estas gestiones rutilantes. ¿No es entonces una vidriera en la que debería marcarse un nítido contraste con lo que ha sido hasta ahora?
La cuestión de los equipos de gobierno se plantea como un desafío gigantesco para La Libertad Avanza. Su característica de fuerza emergente, prácticamente en formación y casi sin estructura augura dificultades para llenar los casilleros del Estado. Esa carencia podría ser una oportunidad, pero también un riesgo. Podría favorecer la convocatoria de hombres y mujeres de reconocida solvencia y de diferentes espacios, pero también podría reproducir lo que ya le había ocurrido con la integración de las listas legislativas, que fueron “infiltradas” por pícaros de otras fuerzas y terminaron sumando, con la vieja cultura del amiguismo, a figuras de pintoresca estridencia, como la intrépida Lilia Lemoine.
El desafío implica, también, la integración de un gabinete cohesionado, que se nutra de talentos, pero a la vez de figuras dispuestas a trabajar en equipo, que no alimenten las llamas de un internismo feroz. Una hoguera de vanidades puede convertirse en una peligrosa trampa para una gestión que deberá lidiar con situaciones de inmensa complejidad. No se trata solo de armar un buen equipo, sino de establecer un sistema virtuoso y ágil para la toma de decisiones.
El futuro gobierno contará con la ventaja de una vara que hoy está al nivel del piso. Cualquier cosa que se parezca a un gabinete lucirá mucho mejor que el plantel desarticulado, fragmentado y gris que ha acompañado en su gestión al presidente Fernández. Contar con un ministro del Interior que responda al presidente ya será un gran salto cualitativo; tener un canciller que dé la talla y un ministro de Justicia que no agravie a la Corte marcará una evolución. Si al secretario de Comercio no lo bautizan “Tongolini”, se habrá dado un gran paso en materia de ética y transparencia. Y si en la conducción de la Afip deja de haber un funcionario involucrado en el espionaje ilegal, ya se podrá reconocer una importante mejora en la calidad institucional. Pero será justo, a la vez, medir a la nueva administración con una exigencia más alta: buena parte de su promesa electoral estuvo centrada en un cambio radical de la lógica con la que se ha manejado y administrado el Estado. Por eso es que cualquier decisión que se aparte de esa promesa debería ser subrayada.
Las primeras designaciones marcarán el temperamento y el carácter de la gestión. Reflejarán, además, la voluntad de transformación y hasta las posibilidades de éxito de una tarea que demandará más talento que motosierra, más templanza que temeridad y más sacrificio que compensaciones. Cada nombre será una señal. Y el conjunto ayudará a inspirar respeto y confianza o, por el contrario, reparos e incertidumbre.
“El problema de España es que tiene muy pocos hombres adecuados en el lugar adecuado”, escribió Ortega y Gasset en los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Más de un siglo después, la frase solo necesitaría cambiar “España” por “Argentina” para recobrar plena vigencia. ¿Empezará el nuevo gobierno por hacer el esfuerzo de poner a las personas indicadas en el lugar indicado? Si la respuesta fuera positiva, no estaría asegurado el éxito. Pero al menos se empezaría con el pie derecho.