Primero escribir, después publicar
¿Valen realmente mis páginas la vida de los árboles que serán talados para que esos cuentos cobren su forma material?
La conjunción entre ansiedad, vanidad y deseo de exposición es muy anterior a la existencia de las redes sociales. Lo sabe cualquier editor o persona que tenga alguna relación con la industria editorial: las consultas de escritores noveles que buscan publicar su primer libro y no saben cómo hacerlo son permanentes. A pesar de que hay algo encomiable en ese afán algo anacrónico de trascendencia (la literatura como destino o salvación, antes que una carrera empresarial o una vida en los medios), cada vez que alguien comete la imprudencia de pedirme consejos en ese sentido intento disuadirlo a como dé lugar. ¿Por qué publicar, o mejor dicho, por qué publicar ahora?
Aquella boutade mal entendida de Osvaldo Lamborghini ("Primero publicar, después escribir") nos ha legado un presente inquietante: tan solo en 2013 y en la Argentina se registraron más de 27 mil títulos, y se produjeron más de 80 millones de ejemplares (un cinco por ciento más que el año anterior). ¿Cuántos de esos libros llegaremos a leer? ¿Cuántos recordaremos, digamos, apenas unas semanas más tarde? Hay muchas razones para postergar el debut literario todo lo posible. En la obra de un escritor, por ejemplo, el primer libro suele ocupar un lugar relativamente marginal. Y lo cierto es que a pesar de las fantasías, después de la publicación nada cambia: el mundo sigue siendo el mismo (y el estrecho campo literario local también) y pocos se darán por enterados de la novedad. Si el autor inédito cree realmente que la literatura va a ser su vocación de por vida esa indiferencia, en lugar de estimular la posibilidad de escribir un nuevo libro, puede frustrarla. Por lo demás, es altamente probable que en poco tiempo esos textos de juventud sean objeto de abjuración y remordimiento: muchos querrán olvidar ese primer libro, rescatar hasta el último ejemplar y quitarlo de circulación de cualquier forma (pero ya no será posible, y los enemigos del futuro siempre encontrarán alguno en oscuras librerías de saldo, para actualizar la humillación).
Tan solo en 2013 y en la Argentina se registraron más de 27 mil títulos, y se produjeron más de 80 millones de ejemplares (un cinco por ciento más que el año anterior)
Hay al menos una pregunta que todo escritor debutante debería hacerse con suma honestidad: ¿valen realmente mis páginas la vida de los árboles que serán talados para que esos cuentos o poemas o historias noveladas cobren su forma material? Si la respuesta sigue siendo afirmativa, queda todavía al menos un argumento de peso: la publicación, si el libro vale la pena, llegará más tarde o más temprano, ajena a la voluntad del autor. Además, si bien muchos de los más grandes escritores publicaron su primer libro entre los veinte y los treinta años, sus obras más relevantes aparecieron recién en un momento de madurez creativa: Miguel de Cervantes publicó El Quijote a los 58 años, igual que Goethe cuando dio a conocer Fausto; Dostoievsky tenía 45 cuando publicó Crimen y castigo, Tolstoi 49 cuando Ana Karenina, Proust 42 cuando finalmente vio terminada la primera parte de En Busca del tiempo perdido; Joyce contaba 40 cuando el público pudo leer el Ulises, Borges 45 al momento de Ficciones, Nabokov 56 cuando se imprimió Lolita; Rayuela le llegó a Cortázar con 49 años y Los detectives salvajes encontró a Bolaño con 45.
Si todos estos argumentos no han mitigado ese ferviente deseo de publicación, querido autor, entonces adelante. Pero recuerde que publicar no garantiza calidad literaria ni trascendencia. Puede empezar a imprimir copias anilladas y dejarlas en las editoriales, ensobrar textos y enviarlos a concursos, o siempre tendrá a mano el recurso de la autoedición: si lo hicieron Sterne, Kafka, Pound, Dickinson, Austen y Woolf, si lo hicieron Borges y Bioy y Aira, por qué no podría hacerlo usted. Bienvenido al mundo de los libros, este universo que cada año se expande un poco más, a pesar de que le interesa cada vez a menos gente.
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