Pretensión improbable en un momento inadecuado
Por Emilio J. Cárdenas y Andrés Cisneros
A esta altura, resultaría difícil manifestarse, a la vez, proargentino y antibrasileño, o viceversa. Demasiados intereses en común descartan una posición tan poco inteligente. Corresponde entonces administrar nuestras diferencias sin elevarlas a un plano que perjudique una relación comparable con pocas en el mundo.
Infortunadamente, en la 75ª Asamblea de la ONU Itamaraty levantó un tema que nos separa y que, para peor, no tiene visos de poder concretarse: un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. Pocas cosas lucen menos probables. Preferiríamos no tener que hacerlo, pero ante la difusión de semejante reclamo, no queda otra alternativa que asentar nuestra parcial –y fraternal– discrepancia.
En efecto, en estos momentos en que el multilateralismo recibe fortísimos ataques, Brasil, la India, Japón y Alemania reclamaron en el seno de los llamados Brics –que Brasil y la India integran, con Rusia y China– en la que vuelven a peticionar con carácter de "urgente y fundamental", para sí mismos, un asiento en el Consejo de Seguridad, con derecho de veto, lo que requiere una reforma de la Carta de la ONU. Un excanciller brasileño, incluso, lo ha definido públicamente como "elemento constitutivo de la soberanía nacional", esto es, como algo que aún le falta a Brasil para no sentirse un Estado incompleto.
Es evidente que, en los hechos, si esa iniciativa prosperara, cuando los EE.UU. descartan abiertamente el multilateralismo, lejos de disminuir los privilegios actuales, se los aumentaría, constriñendo al Consejo de Seguridad con un número aún mayor de las naciones con derecho a veto. Lo que es grave, desde que la ONU tiene la responsabilidad principal en el mantenimiento de la paz y seguridad del mundo. La Argentina, que pertenece a "Unidos por el Consenso", debe instar a sus pares en ese grupo a exponer, en cambio, sus propias propuestas y las preocupaciones conjuntas sobre el tema, o expresar su posición individual.
No es momento de discrepancias con Brasil, y así lo viene entendiendo al menos la Argentina, desde hace un cuarto de siglo
No es momento de discrepancias con Brasil, y así lo viene entendiendo al menos la Argentina, desde hace un cuarto de siglo. Pero Itamaraty ha continuado trabajando esa candidatura ante la prudente circunspección argentina, que se limita a ratificar su propia posición sin impulsarla diplomáticamente, como en cambio lo hace el terceto en cuestión. Ahora, lamentablemente, ante la referida manifestación de reclamo al mundo entero, el silencio del Palacio San Martín sobre un tema tan delicado contribuiría a instalar la equivocada idea de que las naciones en desarrollo, como grupo, apoyan sin reservas la acción de los países que –como sucede con Brasil, Alemania, la India o Japón– aumentarían el desequilibrio en el Consejo de Seguridad, obteniendo privilegios de los que hoy no disponen.
El tema del consejo puede parecer muy específico, o propio de querellas de diplomáticos, o muy lejos del interés general para los habitantes de un país con tantos problemas, como es la Argentina. Pero la forma en que Brasilia encare los temas importantes puede aparecer como anticipo de cómo podría abordar la totalidad de la relación bilateral.
Para reformar el consejo hay dos puertas de entrada: una oligárquica y otra democrática. Japón y Alemania apuntan a la oligárquica, basados en su propio peso económico, estratégico y militar. La India, Sudáfrica, México y Brasil aspiran a ese sillón de otra manera, la democrática, esto es, como "representantes de su región". El que la tiene más fácil es Brasil. En efecto, ¿cuál de sus vecinos –comenzando por la Argentina– no apoyaría el crecimiento del peso relativo brasileño en el mundo, dada su preeminencia regional? Pero ni la India ni Brasil ni Sudáfrica cuentan con la musculatura de Alemania o Japón. Por ello resulta incoherente golpear la puerta democrática invocando, a la vez, insuficientes pergaminos de fortaleza individual. Para representar a una región hay que apelar al respaldo de la región, no al dedo de las grandes potencias.
Si nuestra región votara, seguramente Brasil ganaría. A nuestro entender, la Argentina debería acompañar ese voto. Pero Itamaraty aparece aspirando a que sean los poderosos del mundo quienes lo elijan desde arriba y lo instalen en el sillón, para siempre. Estamos convencidos de que Brasil haría un gran papel en el Consejo de Seguridad, pero la Argentina siempre ha sostenido, al igual que Itamaraty, que no es prudente librar cheques en blanco y confía en Brasil, pero preferiría que el representante de nuestra región surgiera de nuestro voto y se renovara cada cuatro años. Es por eso que la Argentina coincide con México (y con varios otros Estados) en proponer un sistema rotativo, en que sean los países de la región los que, cada tanto, decidan quién los represente. El criterio oligárquico está bien servido con los cinco miembros permanentes que ya existen. Lo que hoy debe fortalecerse es el criterio democrático: la Carta de las Naciones Unidas le asigna la tarea de promover la democracia en el mundo, no al revés.
Creemos que Brasil es nuestro mejor aliado en el mundo y que tenemos muchos, muchísimos más intereses en común que en contrario. Pero para recorrer ese camino lo que la región necesita es un socio, no un patrón. Nosotros siempre hemos creído que las legítimas aspiraciones brasileñas a una posición destacada en el escenario internacional deben reflejar el liderazgo de la región en que se encuentra, la nuestra. Pero el liderazgo se edifica sobre el consenso, no sobre la imposición. Es lo que diferencia a un líder de un mero jefe. Si Brasil termina instalado en el Consejo de Seguridad, debe ser para representarnos, no para reemplazarnos. Debiera ser nuestro mandatario, no nuestro tutor.
Brasil ya representa cuatro veces más que sus socios del Mercosur en prácticamente todos los rubros. Si a ello sumase un sillón oligárquico en el consejo, el desequilibrio dificultaría que realmente nos sintiéramos socios, aunque uno sea mayoritario. Las diferencias de poder entre los miembros deben disminuir, no aumentar.
Hasta que algún día tengamos políticas comunes –no las de ellos, con un simple endoso nuestro, como amenaza suceder con la UE– es necesario que, en aquellos puntos en que no estemos de acuerdo, se pueda sostener lo que se considere adecuado, sin que por ello sea tomado como hostilidad.
Es de esperar que, así como en solo quince años resolvimos con Chile los límites geográficos que nos separaron durante más de un siglo, la capacidad diplomática brasileña y la vocación argentina por integrarnos permitan resolver esta diferencia con el mismo éxito y, mientras tanto, poder administrarla sabiamente, sin producir enfrentamientos tan estériles como innecesarios.
Exembajador ante las Naciones Unidas (1993-1996), y exvicecanciller (1996-1999)