Presos de la lengua del amo
SI el teatro es la creación de un mundo que se impone a través de los cuerpos de los actores, y si esos cuerpos adquieren tanta vida que se convierten en portadores de formas estéticas, no es exagerado decir que Mauricio Kartun, además de un excelente dramaturgo, se ha convertido en un admirable director teatral. Lo que logra en Salomé de Chacra, la obra que se ofrece en el Teatro San Martín, no sólo es un trabajo minucioso sobre el lenguaje a través de articulaciones que remiten tanto al teatro gauchesco como a la modernidad, sino que es también una mirada aguda sobre cierta realidad argentina y un diálogo sostenido con obras fundamentales de nuestra literatura, como El matadero y La cautiva, de Esteban Echeverría.
Es sabido que Salomé, la hijastra de Herodes, pidió y obtuvo la cabeza de Juan el Bautista. La belleza de esta mujer, que aquí aparece como una morocha afrancesada en plena fiesta de faena, vísceras desparramadas, insinuaciones incestuosas, orgías de sangre y de animales desmembrados, actúa como el motor que la lleva a sostener sus caprichos y a mirar el mundo desde un lugar tan mezquino como arbitrario. La arrogancia de Salomé, unida a la barbarie de Herodes, al servilismo siniestro del peón Gringuete y al cinismo de Cochonga, convierte el espacio escénico en un mapa de usos y costumbres argentinas que van más allá de los límites del escenario. Porque al margen de la anécdota y de las notables actuaciones de Lorena Vega, Manuel Vicente, Osqui Guzmán y Stella Gallazzi, el autor desarrolla una reflexión sobre el lenguaje y la construcción de subjetividad.
¿De qué hablamos cuando hablamos? ¿Las palabras son nuestras? Los personajes de Salomé de Chacra hablan la lengua del amo. Pero esa lengua, a su vez, ha sido también la de la mazorca rosista, la del degüello narrado por Hilario Ascasubi en La resfalosa, la del poder absoluto y, sobre todo, la de una maquinaria instalada previamente al nacimiento de cada criatura que llega al mundo y se incrusta, como puede, en las construcciones del lenguaje. El único que no habla la lengua del amo en Salomé de Chacra es el pobre infeliz que está sepultado en el aljibe y que cada tanto arremete contra todo el orden constituido. Por eso Salomé pide su cabeza. Porque él no sólo se niega a sus reclamos eróticos, sino que la desafía al sostener un discurso que ella necesita callar de alguna manera: o con el sexo o con la daga de Herodes.
Farsa y tragedia, frases hechas y curiosas inflexiones de la lengua pampeana se hacen visibles en los cuerpos de los intérpretes y crean un idioma propio, tan fragmentado como nuestra historia y tan brutal y autoritario como los períodos más sombríos de nuestro pasado. Hablamos como vivimos. Y en este ejercicio erótico cargado de muerte que es Salomé de Chacra queda claro que el lenguaje cala en los cuerpos hasta límites insospechados. Y los cuerpos, entonces, terminan completando las palabras, dándoles un nuevo sentido, creando cierta subjetividad que hace visible lo invisible con aterradora naturalidad. No hablar la lengua del amo suele ser peligroso. Aunque acaso sea la única posibilidad de aspirar a otra vida.
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