Presidentes en la tormenta: Ortiz y Castillo, una puja feroz en el seno del poder
Enfrentados: la principal turbulencia que enfrentó Ortiz fue su propio vicepresidente, Ramón Castillo
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Ortiz es un presidente poco recordado. Tal vez porque nos sitúa frente a una paradoja: llegó a la presidencia en 1937, en una de las elecciones más fraudulentas de nuestra historia, pero su principal objetivo de gestión fue terminar con el fraude. El intento de normalizar las instituciones lo enfrentó con su vicepresidente, Ramón Castillo, líder de los sectores conservadores de la coalición de gobierno. El presidente y el vicepresidente pertenecían a agrupaciones políticas diferentes. Ortiz era un radical antipersonalista y Castillo, un conservador del Partido Demócrata Nacional. Ambos integraron la fórmula de La Concordancia, coalición que gobernaba desde 1932.
Las turbulencias que atravesó Ortiz fueron numerosas. A nivel internacional, tuvo que lidiar con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En la política interna, se enfrentó a los conservadores que formaban parte de su propia coalición. Y en el plano personal, la diabetes lo fue consumiendo hasta su fallecimiento el 15 de julio de 1942. Las tres turbulencias se combinaron, pero Ortiz mostró una virtud notable para sobrevivir políticamente mientras la fortuna se lo permitió. ¿Qué virtudes se necesitan para gobernar cuando el principal actor de veto del proyecto político está en tu propia coalición?
Este abogado porteño había sido el ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo, que lo terminaría designando como su sucesor. Si bien en un principio se creía que iba a ser un “títere” de Justo, al asumir demostró tener un proyecto político propio, cuyo eje central consistía en terminar con las prácticas fraudulentas. Sin embargo, no se trataba de una decisión fácil ya que la búsqueda de transparencia electoral lo llevaría a perder apoyos dentro de la coalición de gobierno. A pesar de esta certeza, en diciembre de 1939 intervino la provincia de Catamarca, bastión electoral de los conservadores y de donde era oriundo el vicepresidente. Castillo envió un telegrama de apoyo al gobernador depuesto, criticando a Ortiz, quien no detuvo allí su avance. En marzo de 1940 intervino la provincia de Buenos Aires, que era gobernada por el conservador Manuel Fresco desde 1936. Las intervenciones federales tuvieron más apoyo en la oposición que dentro del propio gobierno, donde los conservadores cada vez se alejaban más del presidente.
Ortiz respondió a la crisis con una jugada audaz. El 22 de agosto presentó su renuncia ante la Asamblea Legislativa. Acusó al Senado de haber insultado a la investidura presidencial al buscar implicarlo en el negociado de El Palomar.
Mientras Ortiz avanzaba con su programa, la fortuna dejó de acompañarlo. A inicios de 1940, un problema renal le generó un desprendimiento de retina. El 3 de julio de 1940, se tomó una licencia provisoria y transfirió el mando al vicepresidente. Según analizó el historiador Ignacio López en La república del fraude y su crisis, se abrió allí una “situación de anomalía –o de doble comando– con un titular en licencia y un vicepresidente en ejercicio que generó rispideces políticas y tensiones institucionales”. En este contexto se desató la tormenta, a raíz de un escándalo de corrupción por unas tierras en El Palomar. Un senador conservador, Benjamín Villafañe, denunció un negociado en la compra de tierras destinadas al Ejército. El Senado constituyó una Comisión Investigadora que confirmó el involucramiento de un grupo de diputados y responsabilizó al ministro de Guerra. Al preguntarle sobre este caso, Ignacio López explicó que “tocó tres puntas: la credibilidad del presidente que había hecho de la pureza del sufragio una bandera, atacó al Congreso en un contexto de crisis mundial de la democracia liberal y al Ejército que todavía era una institución con prestigio”.
Ortiz respondió a la crisis con una jugada audaz. El 22 de agosto presentó su renuncia ante la Asamblea Legislativa. Acusó al Senado de haber insultado a la investidura presidencial al buscar implicarlo en el negociado de El Palomar. Además, enumeró los avances institucionales que se habían dado durante su gobierno y mostró la renuncia como un “deber de conciencia”. Se trató de un acto testimonial pero le permitió escenificar el apoyo que tenía en la sociedad civil. Por ejemplo, la CGT organizó un acto masivo en el Luna Park para respaldar al presidente. Además, llegaron al Congreso cientos de telegramas de parte de colectividades y asociaciones civiles expresando su adhesión al presidente. El Poder Legislativo rechazó la renuncia, pero fue una victoria efímera: sobrevino un cambio de gabinete en el que los ministros “orticistas” fueron reemplazados por ministros que respondían a Castillo.
A partir de ese momento, el deterioro de la salud del presidente y el avance de los conservadores le dieron la estocada final al proyecto orticista. El 13 de febrero de 1941, el senador conservador Juan Bautista Castro presentó un proyecto para crear una Comisión que informara sobre el estado de salud del presidente. Castro explicaba que había una situación de “bicefalía presidencial”. Ignacio López señala: “Había un presidente en licencia que seguía opinando sobre la situación política mientras el vice estaba en funciones”. Se suscitó un debate: para algunos, el presidente no debía hacer declaraciones que afectasen la autoridad del vicepresidente. Para otros, el vicepresidente debía ser un continuador de la política del presidente.
Tras la declaración de numerosos médicos, la Comisión publicó los resultados de su trabajo: la enfermedad que le impedía a Ortiz la lectura y firma de documentos no era reversible. Se había reunido información suficiente para declararlo “inhábil”.
Finalmente, Ortiz renunció el 27 de junio de 1942, semanas antes de su muerte. Al preguntarle sobre su liderazgo, Ignacio López hace un juego contrafáctico: “Tenía sentido de dirección, capacidad de negociación y era extremadamente carismático. En una situación de normalidad podría haber capitaneado la crisis”. La salud le impidió a Ortiz manejar la heterogénea coalición de gobierno. A lo Maquiavelo, no fue un problema de virtud, sino de fortuna. Fue la fortuna la que en 1942 determinó el rumbo de la historia: el fallecimiento de Ortiz, Justo y Alvear en un mismo año, abrió las puertas a una nueva crisis que llevaría al golpe de 1943.