Presidentes en la tormenta. Arturo Illia, un dirigente calmo para un país intenso
Asediado: Illia sufrió la hostilidad de distintos sectores sociales, en medio de una profunda crisis política
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No es fácil encontrar un presidente más denigrado y atacado durante el ejercicio del poder que Arturo Umberto Illia. Atravesó tormentas desde todos los frentes: sindicatos, peronismo, empresarios, prensa y militares. Fueron dos años y ocho meses de presidencia que no dieron tregua al conflicto político. En ese clima de crispación, Illia intentó poner paños fríos y fue acusado de adoptar una actitud pasiva. Así lo entiende la politóloga Catalina Smulovitz que en una entrevista para el podcast La Banda Presidencial sostuvo: “La lentitud era una estrategia específica de apaciguamiento de los conflictos políticos”. Un presidente calmo para un país intenso. Una combinación difícil de sostener que terminó estallando en el golpe militar de 1966.
Las dificultades que se le presentaron podían preverse desde el momento en que fue electo en 1963. Por la proscripción del peronismo, Perón llamó a votar en blanco. En el resultado final, la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), con la fórmula Illia-Perette, obtuvo un 25% de los votos totales, mientras que el voto en blanco quedó como “segunda fuerza” al alcanzar un 19%. Dado el escaso porcentaje de votos y el peso del voto en blanco, Illia tuvo que negociar el apoyo de la Federación de Partidos de Centro, el Partido Socialista Democrático y el Partido Demócrata Cristiano para que su fórmula fuera electa en el Colegio Electoral. Finalmente, logró sentarse en el sillón de Rivadavia, pero asumió con una débil legitimidad de origen. La pregunta que surgía era si iba a poder construir su legitimidad en el ejercicio del poder.
Los primeros enfrentamientos se darían con empresarios y sindicatos. Entre las medidas que más irritaron al sector empresarial se encontraban la anulación de los contratos petroleros con empresas extranjeras
Los primeros enfrentamientos se darían con empresarios y sindicatos. Entre las medidas que más irritaron al sector empresarial se encontraban la anulación de los contratos petroleros con empresas extranjeras y la ley que congelaba el precio de los medicamentos. Sostenían que el gobierno no generaba las condiciones necesarias para el desarrollo del capitalismo.
Sin embargo, sus preocupaciones no se reflejaron en los índices económicos del período: entre 1964 y 1965 se registró una recuperación que promedió cerca de un 10% de aumento anual del PBI.
Por su parte, la dirigencia sindical se convirtió en uno de los principales actores de veto del gobierno.
Desde el exilio de Perón, el movimiento obrero funcionaba como la representación del peronismo en el país. De la mano del líder de la UOM, Augusto Vandor, los sindicatos desplegaron un Plan de Lucha de gran envergadura. En 1964, millones de trabajadores ocuparon más de 11 mil establecimientos industriales.
¿A qué se debía este inaudito despliegue de fuerzas? En principio no se trataba de problemas económicos, dado que el gobierno había promovido la Ley de salario mínimo, vital y móvil y la Ley de abastecimiento. Tal como sostuvo el sociólogo e historiador Juan Carlos Torre en su libro El gigante invertebrado: “El objetivo del Plan de lucha era principalmente político y apuntaba en varias direcciones”. Por un lado, buscaba bloquear el proyecto del gobierno que proponía democratizar las estructuras de los sindicatos. Por otro lado, se proponía posicionar al sindicalismo como un “factor de poder”. Además, frente a Perón demostraba la capacidad del movimiento sindical para plantearse metas políticas independientes. Pese a las presiones, el presidente decidió no reprimir a los trabajadores, actitud que los empresarios interpretaron como evidencia de ineptitud gubernamental.
Hackeado desde ambos frentes, el margen de maniobra de Illia era cada vez más estrecho.
La tercera turbulencia a la que se enfrentó se relacionaba con el dilema que signó a la Argentina posperonista: ¿qué hacer con el peronismo? Permitirle participar en las elecciones provocaría tensiones con los militares; proscribirlo implicaba excluir de la representación a una parte mayoritaria de la sociedad. Para Illia los peronistas (no Perón) debían ser incluidos en el juego electoral y, por eso, habilitó la participación del neoperonismo en las elecciones legislativas y provinciales. Para Perón esta decisión implicaba un problema ya que podía perder el control del movimiento a manos de quienes incentivaban un “peronismo sin Perón”. Para evitarlo, el líder en el exilio envió a la Argentina a su esposa, Isabel Perón.
La interna peronista se materializó en las elecciones en Mendoza, en abril de 1966, donde el candidato respaldado por Vandor, Serú García, enfrentó al apoyado por Perón, Corvalán Nanclares. Si bien ninguno de los dos ganó las elecciones, el candidato de Perón superó en votos al de Vandor. Ese resultado despertó la preocupación de los militares.
En ese clima de fragilidad democrática, la prensa montó una activa campaña que contribuyó al golpe militar. Acusaban al presidente de lento e ineficaz
En ese clima de fragilidad democrática, la prensa montó una activa campaña que contribuyó al golpe militar. Acusaban al presidente de lento e ineficaz, lo representaban como una tortuga o con una paloma en la cabeza; al mismo tiempo planteaban que la modernización exigía superar al parlamento y retrataron a Onganía como un líder mesiánico que pondría orden. El 27 de junio por la noche, el presidente tomó conocimiento de que el Ejército estaba listo para dar el golpe.
Leandro Hipólito Illia, hijo del ex presidente y autor de un libro de próxima publicación titulado Atrás de la puerta, recuerda muy bien el día del golpe: “En ese momento, éramos 60 o 70 personas en el despacho. Uno de los jefes de granaderos, que debían defender al presidente, se escapó de la Casa Rosada al enterarse del inminente golpe. Quien quedó al mando de los pocos granaderos que permanecían allí se presentó frente a Illia y sostuvo que lo defenderían hasta el final. Mi padre entonces respondió que no, que no quería que corriera una gota de sangre”.
Hasta el final, Illia mantuvo la calma y la prudencia en el gobierno de un país intenso.