Presidentes en la tormenta: 1955, el año que marcó a Perón y a toda una época
Tras el golpe militar se abriría un largo ciclo de inestabilidad y violencia en el país
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La mañana del 20 de septiembre de 1955, Juan Domingo Perón se subió a la cañonera “Paraguay” para iniciar un exilio que se prolongaría por 18 años. El momento quedó inmortalizado en una fotografía donde se lo ve al presidente depuesto subiendo al barco. La tormenta se había desatado la madrugada del 16 de septiembre, cuando el general Lonardi inició un levantamiento militar en Córdoba. Pero las raíces del golpe militar de 1955 son más profundas y se remontan al conflicto desatado entre el gobierno y la iglesia.
A finales de 1954, Perón solicitó al Arzobispado que se controlara a los curas que predicaban públicamente en su contra. Sin embargo, no solo los religiosos opositores se encontraban en la mira del presidente, también acusaba de desestabilizadores a los grupos de católicos laicos como la Acción Católica, el Partido Demócrata Cristiano y las asociaciones de católicos.
¿A qué se debía este desencuentro entre dos sectores que se habían apoyado mutuamente desde las elecciones de 1946? Según sostuvo Pablo Gerchunoff en su fantástico libro La Caída. 1955, se trataba de un conflicto entre “dos soberanías”: “Las tensiones entre Perón y la Iglesia estuvieron siempre presentes y la razón es que un movimiento popular y justiciero que pretendía para sí una raíz cristiana y en la práctica cotidiana “santificaba a sus líderes” era muy difícil que no chocara con la Iglesia y que no emergiera de ese choque un litigio de límites entre lo divino y lo terrenal, esto es, una disputa de soberanías”. De esta manera, en 1954, emergió una tensión latente que, una vez en la superficie, desató una tormenta difícil de detener.
En diciembre de 1954, el gobierno desplegó una serie de políticas públicas que lo pondrían en pie de guerra con la iglesia y los católicos laicos: suspendió la intervención de la iglesia en la enseñanza religiosa de las escuelas, prohibió las procesiones y actos religiosos en espacios públicos, sancionó el divorcio, eliminó la asimetría de derechos entre hijos legítimos e hijos nacidos fuera del matrimonio y legalizó la prostitución. Diversos testigos de la época, tanto afines al gobierno como opositores, calificaron la ofensiva como un error estratégico de Perón. Los niveles de enfrentamiento a los que se llegó eran difíciles de prever meses antes cuando, en un contexto de estabilidad económica, el gobierno ganó las elecciones a vicepresidente en 1954. Según el politólogo Benjamín García Holgado: “No había margen para armar una coalición golpista antes. A medida que avanza el conflicto con la Iglesia el golpe se hace más inexorable”.
En diciembre de 1954, el gobierno desplegó una serie de políticas públicas que lo pondrían en pie de guerra con la iglesia y los católicos laicos: suspendió la intervención de la iglesia en la enseñanza religiosa de las escuelas, prohibió las procesiones y actos religiosos en espacios públicos, sancionó el divorcio, eliminó la asimetría de derechos entre hijos legítimos e hijos nacidos fuera del matrimonio y legalizó la prostitución
El conflicto llevó a la movilización de un nuevo actor político: los grupos de católicos laicos. Con el objetivo de defender su religión, iniciaron una campaña de panfletos que, meses más tarde, apuntaría a influir en los militares para impulsarlos a dar un golpe de estado. Sus plegarias fueron escuchadas y miembros de las Fuerzas Armadas, hasta entonces leales al gobierno, comenzaron a conspirar para derrocarlo.
Además, el conflicto logró aglutinar a la oposición. El 11 de junio, tuvo lugar la procesión del Corpus Christi sin autorización del gobierno. No sólo se congregaron en la Plaza de Mayo miles de fieles en apoyo a la Iglesia Católica, sino también radicales, comunistas y socialistas que años atrás defendían el laicismo y criticaban el acercamiento entre Perón y la Iglesia.
A los pocos días, el 16 de junio de 1955, el ministro de marina, Aníbal Olivieri, ordenó bombardear la Plaza de Mayo con el objetivo de matar a Perón y dar un golpe militar. El bombardeo, que alcanzó principalmente a la población que circulaba por la plaza al mediodía durante una jornada laboral, dejó más de 300 muertos y 800 heridos. La conmoción producida por el bombardeo, llevó a Perón a abrir una tregua: se reemplazarían a los miembros más controvertidos del gabinete y se darían amplias concesiones a la oposición. El presidente anunció un proceso de “pacificación” que incluía buscar un arreglo con la iglesia y abrir el diálogo con los partidos políticos opositores. Pero se trató de una calma que precedió a la tormenta.
El 31 de agosto por la tarde, un día frío y nublado, Perón habló desde el balcón de la Casa Rosada: “Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente (…) La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización ¡es contestar a una acción violenta con otra más violenta! ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”. La estrategia de conciliación nacional se había roto. La oposición no terminaba de confiar en la pacificación y Perón creía que ya había cedido demasiado. Simultáneamente, la campaña de panfletos en contra del gobierno continuaba. Según Benjamín García Holgado, “los católicos laicos sabotearon la pacificación. El discurso del 31 de agosto fue una reacción ante lo que él ve como la provocación de los católicos que seguían llamando al golpe”.
Finalmente, el 16 de septiembre se inició el levantamiento del Ejército y la Marina. Sin embargo, los militares rebeldes no contaban con el apoyo mayoritario de las Fuerzas Armadas. El levantamiento se extendió por tres días. El 19 de septiembre, la Marina amenazó con un nuevo bombardeo. Para evitarlo, Perón presentó un “renunciamiento”, que según aclaró no era una renuncia, y solicitó al ejército leal que negocie con los rebeldes. En contra de los planes de Perón, la Junta militar encargada de la negociación interpretó el “renunciamiento” como una renuncia y destituyó al presidente. Al día siguiente s Perón se subía a la cañonera “Paraguay”.
En contra de los planes de Perón, la Junta militar encargada de la negociación interpretó el “renunciamiento” como una renuncia y destituyó al presidente. Al día siguiente s Perón se subía a la cañonera “Paraguay”
¿Por qué Perón no reprimió a los militares rebeldes cuando contaba con las fuerzas para hacerlo? Esa es la pregunta central que Pablo Gerchunoff le hace a Perón en la entrevista imaginaria en el libro La Caída. 1955. La explicación tradicional que dio Perón es que no reprimió para evitar un mayor derramamiento de sangre. Pero Gerchunoff explora otra hipótesis que permite entender a los “presidentes en la tormenta”: “El régimen de Perón ingresó a partir de 1952 en una zona de fatigas y tensiones políticas, económicas y psicológicas que multiplicaron la probabilidad de error, y los errores, una vez cometidos, aumentaron las fatigas y tensiones en un eslabonamiento circular y desequilibrante”. La acción política, tanto de la oposición como del gobierno, más que la estructura, son centrales para entender los orígenes del golpe que abriría décadas de inestabilidad política y violencia en la Argentina.