Presidente: juegue a las bolitas, no con Twitter
El eje personal del presidente Alberto Fernández se encuentra en el hombre de derecho, en el profesor universitario, en la amplitud del gran armador que sabe convencer con buenos argumentos, que busca consensuar antes que irritar. Ese es el mejor Fernández: calmo, orador con matices, didáctico, consciente de sus limitaciones y las de su entorno, que propone caminos posibles para resolver un problema.
No es casual que su imagen se haya disparado hacia arriba en las últimas semanas, porque cumple con algunos apreciables requisitos de esta difícil hora para la Argentina y el mundo, por culpa del avance impetuoso de la pandemia del coronavirus. Sabe transmitir tranquilidad y dar la sensación de que está en control de la situación. No es poca cosa en momentos como estos, con la mayoría de los habitantes del país encerrados en sus casas y con varios millones de ellos ya sufriendo de manera concreta la reducción parcial o total de sus ingresos. Y todos, absolutamente todos los argentinos, que estamos angustiados, con gran incertidumbre y temor por lo que se nos viene encima. Fernández debe esforzarse en ser el inspirado líder democrático que la Historia requiere para esta crucial circunstancia.
Ahora que el tiempo disuelve sus fronteras -ya no sabemos en qué día vivimos, si transitamos un fin de semana eterno o si nuestro ocio y teletrabajo se entremezclan las 24 horas, con los chicos saltándonos alrededor-, una voz rectora, amable y hasta por momentos sedante (¿o fatigada?) resulta indispensable para seguir subiendo la cuesta de lo que el Presidente denominó con gran precisión como un "martirio".
¿Puede un mero "clic" echar por la borda buena parte de ese encomiable trabajo? Sí, puede. En una de las entrevistas que dio durante el fin de semana que pasó reconoció que duerme bien, pero menos, porque en los últimos tiempos se acuesta una hora más tarde
Desde el viernes a la noche, el jefe de Estado ha tenido un importante y esforzado despliegue mediático. Empezó ese día con su conferencia de prensa para comunicar la extensión de la cuarentena -y, enhorabuena, volvieron las preguntas de los periodistas-, prosiguió con un kilométrico reportaje de dos horas de Jorge Fontevecchia, emitido por NetTV en dos partes el sábado y el domingo, y culminó anoche con otra larga entrevista que Santiago del Moro y otros colegas le hicieron por Telefe.
¿Puede un mero "clic" echar por la borda buena parte de ese encomiable trabajo? Sí, puede. En una de las entrevistas que dio durante el fin de semana que pasó reconoció que duerme bien, pero menos, porque en los últimos tiempos se acuesta una hora más tarde (pasada la una de la madrugada) y ya suele estar en pie otra vez, cada mañana, a las 7.30.
¿Qué hace en esa hora más que le quita el sueño?: ¿Departe con su grupo de expertos en salud cómo afinar la estrategia contra el enemigo invisible del coronavirus? ¿Invita a tomar un café a economistas para estudiar salidas posibles a la economía devastada por la inmovilidad de la mayoría de los sectores productivos? ¿Piensa la manera de conseguir más tests para lograr, como el vecino Chile, una estadística más certera del número real de infectados? No, nada de eso. El mismísimo Alberto Fernández lo ha confesado: se entretiene en leer y responder saluditos a la trasnochada audiencia de Twitter.
En una nota anterior comentábamos la controversia en la que había quedado involucrado por un tuit picante semanas atrás. Ahora sucedió algo peor: se hizo eco -luego borró esa huella, lo bien que hizo- de un tuit degradante y discriminatorio hacia el periodista del Grupo América, Jonathan Viale, que fue aludido sin ser mencionado. Lo escribió un ultramilitante K, como Dante López Foresi, de producción desaforada y sin visibilidad, si no fuera porque cada tanto alguien de mayor importancia se hace eco de su estiércol virtual. "El gordito lechoso dice en A24 que @alferdez 'se aferra a la cuarentena por las encuestas'. O no entendieron la gravedad de lo que pasa o son muy malas personas. Y no se puede ser buen periodista siendo mala gente", garrapateó en la resbaladiza red social, donde lo habitual es la lucha en el barro sin reglas ni códigos de ningún tipo.
Después del mediodía, Alberto Fernández hizo su descargo, también por Twitter: "Un error involuntario llevo a que desde esta cuenta se haga un RT sobre una crítica que respeto pero que contenía adjetivación que siempre creo que es mejor evitar. Cuando lo advertí esta mañana, eliminé ese RT. Lamento si alguien se ha sentido lastimado con ello".
Un error involuntario llevó a que desde esta cuenta se haga un RT sobre una crítica que respeto pero que contenía adjetivaciones que siempre creo que es mejor evitar. Cuando lo advertí en la mañana, elimine ese RT. Lamento si alguien se ha sentido lastimado con ello.&— Alberto Fernández (@alferdez) April 13, 2020
Un par de aclaraciones: el Presidente parece desmarcarse cuando usa un impersonal "desde esta cuenta". Luego afirma algo realmente preocupante: que respeta esa crítica, aunque únicamente objetando la adjetivación. Por último, dice que lo advirtió a la mañana. Imposible que no se enterara de la descomunal repercusión.
Mientras que en Instagram, los mismos usuarios pintan que la vida es bella y se solazan con sus manjares, parejas, perritos y lugares paradisíacos que frecuentan, cuando teclean en Twitter suelen sacar lo peor de sí mismos. Es extraño que quienes repiten una y otra vez el eslogan cristinista "El amor vence al odio", rehuyan responder con buenos argumentos puntuales las críticas concretas y, en cambio, se lancen a una competencia desenfrenada de lodazales homofóbicos, discriminatorios de edades y aspectos, difamaciones de todo calibre y comentarios soeces de la peor calaña. O tal vez no sea tan extraño, sino que se muestran tal cual son sin anestesia.
El Presidente debe mantenerse bien a distancia de tales malolientes chiqueros. Está muy bien que con un trabajo tan estresante en el peor momento de la historia busque momentos de esparcimiento y distensión, pero que juegue a las bolitas, no con el Twitter. Es extraño que pareciendo una persona inteligente, sagaz y con una cintura política tan amplia como para soportar las contradictorias tensiones internas de la coalición que lo llevó a la victoria, no le sea suficiente ver los zafarranchos que en la misma red, pero ya a escala planetaria, comete el presidente norteamericano, Donald Trump, como para no caer él también en esa trampa tan fácil de evitar.
El Presidente debe mantenerse bien a distancia de tales malolientes chiqueros. Está muy bien que con un trabajo tan estresante en el peor momento de la historia busque momentos de esparcimiento y distensión, pero que juegue a las bolitas, no con el Twitter
A Alberto Fernández, como cualquiera de nosotros, en su fuero íntimo, le asiste el derecho de sentir más simpatías hacia unas personas que hacia otras. En la trilogía freudiana, el "ello" sería nuestra parte más instintiva y brutal. El "superyó", su antítesis, el que intenta refrenar todos los derrapes de aquel si le diésemos rienda suelta. El "yo" que exteriorizamos sería el equilibrio entre esos dos extremos.
Por la importancia institucional de su cargo y por ser ejemplo para todos, el Presidente debe extremar estos cuidados al máximo. Es una pena que desluzca la gran cruzada que realiza por la cuarentena, tirando en un minuto por la borda ese esfuerzo por una chiquilinada que, además, trae muy malos recuerdos: el ADN autoritario peronista, obsesionado por maltratar a la prensa desde 1946 y al que en un "clic" trasnochado se suma. En este renglón, también Alberto Fernández tiene una tarea histórica por delante si es verdad que quiere dejar la grieta atrás.