Predomina la desconfianza aun ante una eventual alternancia electoral
Apenas a un año de un eventual cambio en el poder sigue el drenaje de empresas, a pesar de que las fuerzas de oposición muestran un compromiso más definido con una agenda de reformas económicas
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“Nadie confía en la Argentina”, dijo el economista Jeffrey Sachs en las Jornadas Monetarias y Financieras organizadas por el Banco Central de la República Argentina (BCRA). El director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia no es un “halcón” de Wall Street, sino lo contrario. Preocupado por cuestiones como el cambio climático y la pobreza (fue titular del Instituto de la Tierra en la misma casa de estudios), Sachs se desempeñó como asesor especial de la ONU en relación con los Objetivos del Milenio y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Viejo conocedor del cono sur (asesoró a finales de los 80 al gobierno boliviano en su lucha contra la hiperinflación, auspiciando una terapia de shock), destacó que los fundamentals de la economía argentina no eran tan malos, pero que “nadie le presta dinero al país” por una cuestión reputacional.
No es un comentario demasiado original. Basta ver el valor de los títulos públicos para comprobar el casi nulo apetito que hay por ellos en la plaza financiera. Gracias a la controvertida estrategia de reestructuración de deuda liderada por el reaparecido Martín Guzmán (que salió a defender su gestión y responsabilizar a la vicepresidenta y su hijo por obstaculizarla, en especial en la relación con el FMI), la Argentina jamás logró reinsertarse en los mercados voluntarios de deuda. Pero las afirmaciones de Sachs tienen un significado especial por el entorno y la ocasión: las autoridades monetarias del país financiaron con emisión el enorme agujero fiscal que acumuló este gobierno entre fines de 2019 y julio de este año, lo que explica el salto cuantitativo en el nivel general de precios del último año (acelerado por la absurda decisión de implementar el “plan platita”, esa reacción infantil frente a la frustración que causó en el universo K la nueva decepción electoral sufrida en las primarias de septiembre del año pasado). Cristina no hizo referencias durante su discurso en el Estadio Único de La Plata al irracional régimen de alta inflación que tanto su difunto marido como ella misma implantaron en el país a partir del momento en el que lograron afirmarse en el poder, luego de las elecciones legislativas de 2005. No fue casual.
El enojo de Guzmán (a quien todavía tutela otro profesor de Columbia históricamente afín al kirchnerismo, Joseph Stiglitz, en su momento gran crítico de la convertibilidad, aunque no tanto de otras experiencias posteriores de atraso cambiario) con Cristina y su vástago es comprensible: le permiten hacer a Massa lo poco que le negaban hacer a él, sobre todo en materia de tarifas energéticas. Y nadie cuestiona su despliegue mediático, ni cuando viaja al exterior. Guzmán parece haber desarrollado una temprana ambición por la política, incluida la dimensión agonal. Sin embargo, si se mirara en el espejo de alguno de sus predecesores, podría concluir que muchos de ellos lograron reinsertarse en la arena político-electoral con éxitos módicos: al menos para candidaturas presidenciales, el destino los colocó a lo sumo en tercer lugar (Alsogaray en 1989, Cavallo en 1999, López Murphy en 2003 y Lavagna en 2007 y 2019).
El equipo económico trata de rever las metas con el Fondo para el año próximo e, idealmente, lograr algo más de flexibilidad. El acuerdo original puso un límite a la emisión descontrolada, pero no incluyó una estrategia integral para reducir la inflación. En los hechos, la convirtió en uno de los principales instrumentos de este ajuste fiscal forzado, junto con la reducción gradual de los subsidios a los servicios públicos, particularmente la energía. Más: el BCRA viene sosteniendo el valor de los títulos en pesos que coloca el Tesoro, comprando lo que desechan los inversores frente a las dudas derivadas del escenario electoral. El deterioro de su balance es creciente. Síntesis: estamos insertos en un círculo vicioso cuya dinámica es difícil de predecir y que explica las preferencias subyacentes de la enorme mayoría de los argentinos. Según un sondeo reciente de D’Alessio-IROL/Berensztein, más del 90% de los votantes están obsesionados con la inflación y más del 70%, con la incertidumbre que genera la economía. La inseguridad quedó desplazada a un tercer lugar.
La díada desconfianza/incertidumbre domina el horizonte de expectativas en el cual están forzados a tomar decisiones los distintos agentes económicos. En este contexto se produce la salida del país de la empresa italiana ENEL, principal accionista de la distribuidora de electricidad Edesur. Según el comunicado oficial, harán también desinversiones en México y Perú para concentrarse en otros mercados de la región, como Brasil, Colombia y Chile. En los tres ganaron recientemente coaliciones de izquierda. El problema no es ese, sino la rentabilidad y la incertidumbre regulatoria. Muchas empresas decidieron irse del país desde que el Frente de Todos ganó en 2019. Lo que llama la atención es que la decisión de dejar la Argentina haya sido tomada recién ahora y en vistas a un horizonte electoral en el que todos los oficialismos de la región vienen perdiendo las elecciones. Es decir, esto habla menos del Gobierno que del conjunto del sistema político, incluida la oposición. Los italianos descontaron no solo que falta un año eterno y difícil para el turno electoral, sino que cualquier mejora significativa en el clima de negocios ocurrirá, con suerte, en el mediano y largo plazo.
La enorme mayoría de los sondeos sugieren un profundo desgaste del FDT, que además carece de candidatos competitivos (incluida CFK). El escenario, al menos hasta ahora, luce bastante propicio para las principales fuerzas de oposición: Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza (cuyo líder, Javier Milei, parece haber recuperado en los últimos tiempos el terreno perdido por errores no forzados difíciles de entender). Sin embargo, considerando el caso ENEL, no se explica la ausencia de interés sostenido por las acciones y los títulos públicos argentinos por parte de la comunidad de negocios, contrariamente a la efervescencia de 2014-2015, cuando luego de la derrota de 2013 era evidente que nos encaminábamos a un entorno político y de negocios más amigable con el mercado, aunque no se sabía si el nuevo presidente iba a ser Sergio Massa, Mauricio Macri o Daniel Scioli. Los tres eran vistos por entonces como opciones preferibles al statu quo representado por CFK-Kicillof. No hacía falta demasiado.
Apenas un año antes de una eventual alternancia en el poder sigue el drenaje de empresas, a pesar de que las distintas fuerzas de oposición muestran un compromiso más definido con una agenda de reformas económicas que era vista casi como un anatema ocho años atrás. Incluso la opinión pública parece estar mucho más abierta y receptiva a esa clase de narrativa, a diferencia de lo que ocurría con la famosa “crisis asintomática” que heredó Cambiemos. ¿Será que la decepción que generó ese gobierno en materia económica impacta en las percepciones de los agentes económicos? ¿Tendrá que ver con la indefinición en materia de candidaturas o la falta de precisión en términos de qué planes concretos y equipos de gestión tendrá la próxima administración? ¿Influye el clima recesivo que imperará en la economía global? La Argentina parece lista para un ciclo electoral en el que tienen muchas chances candidatos con propuestas transformacionales que mejorarían significativamente el clima de negocios. ¿Se equivoca el mercado o el camino es mucho más espinoso, complejo e incierto de lo que muchos esperan?