Reseña: La mujer singular y la ciudad, de Vivian Gornick
A fines del siglo XIX, el británico George Gissing escribió The Odd Women, novela cuyo título podría traducirse como "Mujeres singulares", aunque en español fue publicada como Mujeres sin pareja. Trataba sobre las mujeres que, por razones demográficas o de clase, habían quedado excluidas de la vida matrimonial, algo demasiado parecido a la desgracia en plena Inglaterra victoriana. Vivian Gornick, nacida en 1935 en el Bronx neoyorquino, hija de inmigrantes judíos, crítica literaria y activa participante en la segunda ola feminista de los años 60, leyó a conciencia el libro de Gissing. Y decidió asumir como elección lo que para muchas había sido catástrofe o mala suerte. Ella sería una mujer singular, haría del trabajo intelectual el eje de su vida, pondría entre paréntesis cualquier tentación de proyecto amoroso. Y la ciudad de Nueva York sería el entorno privilegiado e indispensable para su apuesta.
De la coronación de ese deseo trata La mujer singular y la ciudad, libro que, junto con el anterior Apegos feroces, se inscribe en el cruce entre la autobiografía y el ensayo. A lo largo de estas dos obras, los distintos tránsitos vitales de Gornick –la infancia entre obreros europeos, la universidad, el feminismo, el periodismo, la crítica– se entrecruzan con reflexiones políticas o literarias, postales de la vida urbana, y cierta asunción autodidacta de la educación sentimental.
"Si has crecido en Nueva York, tu vida es una arqueología no de estructuras, sino de voces, que también se apilan unas sobre otras, y que tampoco se reemplazan unas a otras", escribe comparando la estructura sonora de su ciudad con los siglos de adoquines, iglesias en ruinas y reliquias sobre los que descansan urbes mucho más antiguas. Y es justamente este uno de los puntos más atractivos de La mujer singular y la ciudad. Porque Gornick recorre Washington Square, atraviesa el Midtown o simplemente abre las cortinas de su casa, y allí está, la multiplicidad de diálogos, tonos e intercambios que va marcando el pulso de sus días y de su relato. Flâneur en versión femenina y contemporánea, la autora pasea con su amigo Leonard (gran protagonista del libro), y en el contrapunto de sus charlas vibra la ciudad y vibran también la ironía, el humor y cierta acidez que ella adora y a la vez necesita mantener a raya.
"Además del sexo, la forma de conexión más vital que existe es la conversación", asegura. Y a eso va: a registrar la electricidad, esquiva pero imbatible, que la unió a tal o cual amante; a saborear las charlas con amigos, pero también los encuentros con esos desconocidos cercanos, la multitud anónima y fraterna que pulula en avenidas, auditorios, plazas.
El deambular urbano también organiza la trama del nombrado Apegos feroces. Pero aquí la que acompaña a la autora es la madre, estrella indiscutida tanto de esos paseos como de la ferocidad que anuncia el título. De hecho, la intensidad del lazo entre ambas mujeres –lo poderoso de sus diálogos, lo exasperado y voraz de su afecto– por momentos lo convierte en un texto rabiosamente visceral. Huérfana de padre a los 13 años, Gornick reconstruye una adolescencia vivida entre la madre dominante, enérgica y encapsulada en una suerte de viudez militante, y Nettie, vecina de sexualidad explosiva. Entre el rigor de una y la sensualidad de la otra, acunada por una ciudad en cuyas calles encontrará la pulsión intelectual, la ambición profesional y la pregunta política, Gornick emprenderá una trabajosa construcción de sí misma. Algo así como un corolario se lee en La mujer singular y la ciudad: "He vivido mis conflictos, no mis fantasías, hasta el final, y Nueva York también. En eso estamos de acuerdo".
La mujer singular y la ciudad
Por Vivian Gornick
Sexto Piso. Trad.: R. Vicedo138 págs./ $ 590