Postales de Santiago a escala humana
Pero no, me dice P. Las cosas no se parecen en nada, insiste, mientras se concentra en el condimento de su ensalada de quinoa. Es mediodía en Santiago, en la continuidad de la semana de fiestas patrias. La ciudad regala espacio; mucha gente alargó sus microvacaciones porque no hay clases y entonces todo se disfruta a escala humana, bajo un sol sin estridencias. Estamos hablando de corrupción en un restaurante de Lastarria y mi amigo, periodista y narrador, asegura que en Chile nadie se llenó los bolsillos con el dinero que durante años pusieron irregularmente las empresas para financiar la política, por izquierda y por derecha, algo que, al descubrirse, disparó el escándalo y que sigue siendo noticia, mientras se investiga. "No es como en Brasil o en la Argentina, te lo aseguro", busca explicarme o explicarse. Y redondea la idea: acá no hubo plata que enriqueciera a nadie personalmente porque todos los que hacen política en Chile son ricos y esa condición no cambió con el regreso de la democracia. "Y si la gente sale a las calles a protestar no es porque los políticos se hayan enriquecido, sino porque recién ahora los chilenos terminaron de darse cuenta de que en este país los que hacen política son siempre los mismos: es una casta." P. me habla del establishment y detalla lo evidente: el sistema político está capturado por los mismos nombres y la prueba es que los candidatos para las presidenciales de 2017 seguramente serán dos ex mandatarios: el socialista Ricardo Lagos (78) y el liberal Sebastián Piñera (66). Nada nuevo bajo este sol primaveral.
En el Costanera Center hay una invasión trasandina de compradores compulsivos. Multitudes de argentinos pasean por el megashopping con sus valijas con rueditas y no es porque acaban de llegar o están a punto de partir, sino por la cantidad de ropa y objetos que vinieron a buscar. Hay tours de compras que se organizan en diversas provincias hace meses y los plasmas y las computadoras corren por las cintas transportadoras de Aeroparque a la par de los bolsos, cada vez que llega un vuelo desde Santiago. "¿Te gusta esto para tu mamá?", grita agitando una blusa color petróleo una mujer joven que carga a una chiquita con cara de desolación. El hombre, que está a un costadito intentando hablar de trabajo por celular, interrumpe su conversación un segundo y le responde sin ironía y en voz bien alta: "Relindo, Vale. Re". Un ratito después, en una tienda cuya marca es sinónimo de estilo y que no tiene locales en la Argentina, cuatro amigas mendocinas que ya compraron en otro local clásico algunas cosas para sus hijos (una ya tiene un nieto y dice que se gastó "una millonada" en el bebito), disfrutan de una larga estadía en los probadores: se miran unas a otras entre risitas de colegialas mientras el espejo las abraza. Después de pagar, salen sonrientes y cargan bolsas como en una película norteamericana de Navidad. Llegaron para buscar lo que durante años se les negó en su país bajo argumentos políticos y de modelo económico, un tipo de razonamiento que aun cuando sea enunciado con honestidad -lo que no siempre sucede- se lleva a las patadas con la filosofía del consumo y también con el deseo y la matriz aspiracional de las personas.
En Chile, el 10% de la población más rica gana veintiséis veces más que el 10% más pobre. Un diputado percibe el equivalente a cuarenta veces un sueldo mínimo y un senador, el equivalente a ochenta veces el mismo sueldo. Aunque en los últimos veinticinco años hubo políticas exitosas que redujeron notablemente la pobreza, la desigualdad persiste y no sería exagerado decir que aún es obscena. Las ambiciones primermundistas de Chile, esas que le permiten en ciertas áreas diferenciarse, y mucho, de otros países de la región, se estrellan contra ese tipo de indicadores: hoy los expertos más reconocidos coinciden en que el desarrollo también se mide en función de la brecha entre ricos y pobres y ya no se habla sólo de índices económicos o de industrialización para evaluar el grado de avances de un país. El acceso equitativo a la salud y a la educación también son señales de desarrollo, y Chile sigue muy lejos de ese objetivo, con un Estado que se corrió durante mucho tiempo de su lugar de moderador y una clase política y otra empresaria que coexisten tranquilamente en utilitaria sintonía.
El esfuerzo es una categoría valorada socialmente en Chile, tanto como la figura del poeta, ante la que sucumben incluso los carabineros. La solidaridad, en cambio, parece un sueño ajeno. "En este país, si vas a tocar el timbre de un vecino, tiene que ser por razones muy poderosas: de incendio para arriba", dice muy serio M., editor de libros refinado y punzante, quien en los 90 fue un joven periodista de espectáculos que llevó de rotation por la noche de Santiago al mentalista y fraude español Tony Kamo. Como ya bebió todo lo que tenía que beber, dice, acompaña su plato de pastas con gaseosa. Por eso, y mientras habla de los versos trascendentales de Raúl Zurita o de Gonzalo Rojas, ni siquiera se asoma a la botella de Carmenere que preside la mesa en la noche profunda.
Twitter: @hindelita