Poskirchnerismo: los contraejemplos que deja la década K
El saldo negativo del kirchnerismo puede dejar lecciones para rejerarquizar la cuestión republicana y una gestión económica y estatal eficiente
Estamos ante una fuerza política de inclinación fuertemente despótica. Gobierna en el marco de un régimen democrático, pero si proyectamos a futuro lo recorrido hasta ahora, encontraríamos no muy lejos un funesto cambio cualitativo, ya no de gobierno sino de régimen.
Pero no es fatal, ni ineluctable, que esa tendencia se consume. Muchos factores podrían frenarla. Menciono: el esfuerzo de sectores moderadores dentro del conglomerado kirchnerista; el problema prácticamente insoluble de la sucesión; la resistencia social activa; las acciones de la oposición política, que pueden culminar en traspiés electorales kirchneristas; el agravamiento de la deriva económica; el incremento de la indignación social con la corrupción, la inseguridad, la inflación, la pobreza y las tropelías en materia institucional. Releo el abominable listado y recuerdo: gato arrinconado fuga hacia adelante. Prediciendo algo que tal vez ya esté sucediendo, es posible que, para no perder, CFK esté dispuesta a exponerlo todo. Un escenario menos malo, pero menos probable, sería que el gobierno se resignara a una retirada penosa. Pero el principal rasgo del presente es la incertidumbre. No tenemos ninguna seguridad de las acciones inmediatas del Gobierno, que definirán en mucho los escenarios futuros. Así y todo tomaré los riesgos de pensar los legados de un escenario político poskirchnerista.
Veamos los legados positivos: hay cuestiones muy pertinentes que el kirchnerismo planteó, pero que ejecutó mal. Señalo cuatro: la política de derechos humanos, la de derechos de minorías, la valorización del Estado, las políticas universales de transferencia de ingresos. Me interesa resaltar aquí que el Gobierno innovó y dejó configurado un campo. En algunos casos, la práctica fue una desfiguración horrible de la retórica; en otros, retórica y práctica fueron deplorables. Pero algo positivo hay; sería malo que los futuros gobiernos imitaran al kirchnerismo en una cosa: en considerarse fundadores de una época que deja atrás los tiempos negros del pasado.
Y están también aquellos legados por contraposición: son efectos de la impresionante obra destructiva del kirchnerismo, efectos de jerarquización que pueden constituirse en pilares del refortalecimiento del régimen democrático.
Primero, la cuestión republicana (inédita, se está colocando en el centro del debate público del mismo modo en que la cuestión democrática alcanzó centralidad durante la transición). Para el kirchnerismo hay un "pueblo", encarnado, por encima de las instituciones (de allí que la conducción estratégica del pueblo sea soberana; puede introducir el estado de excepción a su antojo, y premiar magníficamente a su séquito); la cuestión republicana le confiere una nueva fuerza a la democracia al valorizar la división de poderes y la limitación del poder, y el gobierno de la ley y la noción de que somos libres porque compartimos derechos, pero también deberes.
Segundo, el aprendizaje de que ni siquiera una excelente coyuntura económica internacional puede prescindir de una gestión económica competente. Tercero, el capitalismo es una flor rara: no se lo puede tratar a patadas si deseamos prosperidad; la buena inversión privada depende mucho de incentivos correctos y nada de golpes de voluntad. Cuarto, sin un Estado eficaz y eficiente, al abrigo de las pasiones de los gobernantes de turno, y capaz de ser la expresión de acuerdos sociales y políticos que definan políticas públicas de largo plazo, estaremos despilfarrando y siendo socialmente injustos, sobre todo con los más necesitados. Quinto, la Argentina no puede darse el lujo de convertir a su política exterior en un capricho efectista del poder político, en lugar de definir un modo de inserción internacional prudente y a la medida de sus capacidades. El posmenemismo fue una catástrofe; el poskirchnerismo no tiene por qué serlo.