Positividad, la ideología del desarrollo
¿Hay razones para la positividad hoy? Respuesta corta: sí. En parte porque tras el conflictivo fin de ciclo podremos hacer surgir un proceso de crecimiento real, y en parte porque siempre hay razones para la positividad, mientras haya vida y encuentro y capacidades sensuales de crecimiento y producción, por más acorraladas que éstas estén o parezcan estar.
Podríamos hacer el recuento de las fatalidades que atravesamos y deberemos atravesar hasta que el inepto gobierno nacional deje la escena: inflación, aislamiento, mentira, falta de proyecto, de sensatez, exceso de soberbia, aumento del desempleo, de la pobreza, inseguridad, corrupción disfrazada de justicia popular, etc. Pero también podríamos, de manera inversa, hacer la lista de las capacidades de nuestro país y las que poseemos como individuos.
Veamos la realidad: somos un país lleno de recursos, de talentos, de problemas que pueden ser resueltos, con una población que tiene ganas de resolverlos, una comunidad que empieza a pegar la vuelta, que se cansa de vivir quejándose y quiere -parece- asumir su protagonismo, su responsabilidad, respecto de las crisis que genera de manera recurrente y que tal vez ansía dejar de generar.
¿Son los políticos? Son los malos políticos, los que se aburren con la gestión, los adeptos a la rosca y al eterno juego del poder, sin que ese poder pueda nunca nada en relación con los grandes pendientes, básicamente, la drástica disminución de la pobreza en la Argentina. Pero no son sólo los malos políticos, es la incapacidad general de asumir una mirada limpia, positiva, una mirada capaz de hacerse cargo de los deseos propios y de transformarlos en proyectos de acción. Esa incapacidad que pone en lugares clave a personas mezquinas y torpes, mal preparadas, vendedoras de humos económicos e ideológicos.
La debacle, el deterioro, son frutos de un ejercicio vicioso de la negatividad. El populismo expresa una visión negativa y resentida de la vida, para la que puede haber causas, pero faltan las razones. La ideología del desarrollo no tiene nada que ver con el pasado, la historia, la crítica o la revancha; la ideología del desarrollo es la positividad, la mirada puesta en lo que se puede, en lo que hay, la voluntad cargada de ganas y de mundo, capaz de aprender, deseosa de generar lo que se quiere vivir.
La positividad es lo contrario de nuestra filosofía miserable de tango y de fracaso, considerada de manera patológica como verdad vital profunda. Lo contrario del escepticismo que cultivamos como sabiduría y con el que muchos justifican su falta de compromiso o su mala praxis. El trasfondo filosófico de la positividad, su visión del mundo, dista de negar las dificultades vitales. Entiende que la realidad es y será siempre problemática, que nunca domaremos racionalmente la tumultuosa experiencia humana, pero es también capaz de captar y sentir el gran valor de la vida, la inmensa riqueza que se nos ofrece constantemente, como individuos y como sociedades.
La positividad ve la exuberancia de la realidad y la valora, aun cuando de esa exuberancia forme parte la serie interminable de dificultades que los individuos y las sociedades humanas deben enfrentar constantemente. La positividad no expresa temor, es la consecuencia del valor, de la fuerza, de las ganas de vivir que avanzan hacia los problemas con ánimo solucionista.
Las investigaciones psicológicas más recientes agregan además una capa de verificaciones que confirman lo que se venía sintiendo como visión de la época: el optimismo produce mejores resultados que el pesimismo. Los optimistas tienen más capacidad de logro que los pesimistas. El pensamiento creativo y sensual supera ampliamente las limitadísimas capacidades del pensamiento crítico. El perfeccionismo y la severidad disminuyen el desempeño y producen infelicidad.
Por más enamorados que hayamos estado, como sociedad, del pensamiento crítico, evaluativo, severo, los mejores resultados se obtienen por la vía del querer, la confianza, el disfrute compartido y la aceptación de las dificultades. Hacerles frente a los problemas es positividad; negarlos, acusar a otros de su existencia, sostener hasta hundirse que "estas cosas no tendrían que pasar" es consagrarse a un destino fatal de improductividad y sufrimiento. No hay inteligencia en la negatividad, sólo hay inteligencia en el ejercicio asumido de una perspectiva positiva, osada, innovadora, capaz de trabajo y de concreción.
Desde el punto de vista de la positividad, si un gobierno no sirve, lo necesario no es perderse en el ejercicio crítico de sus miserias: hace falta armar otro gobierno, contagiar una visión que involucre al votante, trabajar con inteligencia para fortalecer ese cambio deseado. La única manera de dar paso a un gobierno superador es actuar a favor, conformar un movimiento político que sepa sacar conclusiones y asuma el peso del trabajo por hacer.
Sí, tuvimos demasiados dirigentes narcisistas trabajando para su propia y pobre gloria. Hicieron lo que pudieron, pero hay que dejar paso a otra generación, otras formas de ver las cosas. Hay que abrir los ojos y abrir también la sensibilidad a un mundo que está mucho más cambiado de lo que somos capaces de ver.
Tenemos que abandonar la falsa inteligencia del desconsuelo, dejar esa infantilidad victimizadora avalada por la tradición, situarnos en una visión de osadía. Queremos vivir, queremos que nuestros hijos tengan una sociedad más rica, menos violenta, queremos mucho a nuestros hijos, que son el futuro hecho carne, y queremos también darles a nuestras vidas un rumbo productivo, útil, cierto, disfrutar de lo disfrutable, excitarnos con el crecimiento encaminado que transitan las comunidades que se hacen de abajo y disfrutan de crecer. Queremos servir para algo, que haya un proyecto útil que saque lo mejor de todos a la luz.
Sólo la asunción de una positividad existencial de base podrá responder al desafío creativo que ahora enfrentamos. Repito: la positividad es la ideología del desarrollo. Implica excitación, asunción del riesgo, trabajo en común, disfrute del crecimiento posible. Hace falta otro lenguaje para decir otras cosas. Hace falta animarse a una perspectiva completamente nueva.
El autor es licenciado en filosofía y ensayista, asesor de Pro
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