Portavoz y vicepresidente dedicadas al fact-checking
La portavoz presidencial dice que los periodistas mienten. Podría ser una expresión más de ese antagonismo de ciertos dirigentes con la prensa que cobró con Donald Trump notoriedad global. Pero que tuvo pioneros latinoamericanos, que vienen recriminando al periodismo desde mucho antes de que existiera Twitter. Chávez, Correa y ambos Kirchner impulsaron la tradición de líderes que, desde sus púlpitos, acusan del pecado de mentir a quien ose desviarse de sus santas palabras.
Como todo culto fanático, los seguidores sobreactúan lealtad para mostrar que están dispuestos a perseguir lo que consideran blasfemia en forma de noticias. La portavoz podría ser una más de la cofradía si no fuera porque la señora Cerruti es periodista. En esa profesión se escuda cada vez que pretende aleccionar a los acreditados en la sala de prensa presidencial y les señala que su pregunta es inadecuada o que contiene una falsedad.
CONTRADICCIÓN
Pero cada vez que la portavoz dice que un colega miente cae en la contradicción del filósofo Epiménides, cuando decía que todos los cretenses eran mentirosos. Como él era cretense, no podía creérsele esa afirmación: o era mentira de un mentiroso, o era verdad, y entonces, no todos los cretenses mentían. Esa ambivalencia en el decir es conveniente a los autócratas que ni dan información transparente ni aceptan como válida la que dan los otros. Como pretendía demostrar Epiménides, no se trata de decidir si sus colegas son o no mentirosos, porque alcanza con volver a todos sospechosos.
Cuánto más ganaría en confianza la información oficial si se ocupara de su propia credibilidad en lugar de preocuparse tanto de la credulidad de sus votantes.
Cuando la mentira se asocia a la información, la desconfianza se esparce como veneno en la red de agua corriente. La propuesta del Gobierno y su portavoz es cerrar los canales para evitar que circule: menos preguntas, respuestas huecas, fotos posadas, secretismo oficial. Pero resulta que a menos información cierta, mayor circulación de versiones. Ya que obvian la obligación legal de hacer públicas todas sus gestiones, al menos podrían considerar que la transparencia de los actos de gobierno es el mejor antídoto para los rumores.
Es grave que la presidencia incumpla con el acceso a la información que le impone la ley, dentro de la que están agenda y reuniones. Pero mucho peor es que, sin brindar esa información, se dediquen a desestimar la que publican periodistas con otras fuentes. En esa persecución la vicepresidente desmintió a través de una publicación institucional de la Dirección de prensa del Senado una versión que daba cuenta de una reunión que la involucraba. Remedando el recurso de los verificadores, impuso un sello de “Fake News” a la noticia sin aportar información verificable, como impondría el manual del fact-checking. Con lo que, lejos de desmentirla, potenció la suspicacia.
Puede que una funcionaria que solo hablaba por cadena nacional, y ahora solo publica videos en Twitter o cartas en Facebook, desconozca las reglas universales de la información. Pero, justamente, para eso es que se designa una portavoz periodista, con cargo de secretaria de Estado y rango de ministra. Lástima que vicepresidente y ministra consideren que su tarea es la verificación de periodistas, en lugar de cumplir con el mandato de la rendición de cuentas.
Por falta de experiencia en esa tarea se distraen en memes anónimos, que equiparan a noticias con efectos reales. Y como la escucha tampoco está entre sus facultades, infieren interpretaciones militantes antes que leer las reacciones que generan las publicaciones. Confirmarían que la ciudadanía percibe las mentiras y las ironías con más nitidez que las funcionarias, por lo que jamás le delegarían la tarea de verificar la información a alguien que no puede distinguir una noticia de una parodia.
¿TODOS MIENTEN?
Solo las dictaduras detentan el monopolio gubernamental de “la verdad” porque la democracia es el régimen que confía en el criterio de la ciudadanía. Es curioso que quienes se jactan de haber sido consagrados por el voto popular, cada día recelen que la misma gente no pueda distinguir una información mala.
Cuánto más ganaría en confianza la información oficial si se ocupara de su propia credibilidad en lugar de preocuparse tanto de la credulidad de sus votantes. Entre la subestimación de la sociedad y la sobrestimación de la desinformación, Cerruti revive a Epiménides y un mundo en el que todos mienten. Pero como escribió otro filósofo, pero rioplatense, en 1929, cuando “todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa”. Y ahí explicaba Discépolo a la vocera las razones de su irrelevancia.