Por una revolución intelectual
"Pienso que las grandes revoluciones son las que se hacen a nivel intelectual." Desde la coherencia y la reflexión, las palabras de Alicia Moreau de Justo aportan algo de claridad al confuso presente. Es evidente: la Argentina está culturalmente devastada; es una nación donde la prepotencia puede más que el saber; donde la sapiencia pesa menos que la demagogia populista.
Frente a tal situación, cualquier intento político por modificar la matriz de funcionamiento colectivo se torna problemático, toda vez que la ocupación callejera y la superposición de derechos jaquean permanentemente la convivencia pacífica en el ámbito público. Aun reconociendo la justicia de los reclamos sectoriales, cuando esta anomalía se naturaliza, el Estado de Derecho, las leyes y la Constitución nacional se vuelven meros elementos decorativos; falacias de una república adolescente cuyos habitantes claman por sus intereses y, a la vez, desconocen sus obligaciones.
Asimismo, no existe proyección de futuro si la cultura política se degrada a diario y la savia de la democracia no llega a todas las ramas de la sociedad. Entonces, mientras la única central obrera reconocida por el Estado constituya también la piedra angular de un movimiento político con pretensiones hegemónicas, el sindicalismo estará emparentado con prácticas de dudosa honestidad representativa con relación a los trabajadores. Entretanto, cargando con aciertos y errores de gestión, además de falencias argumentativas, el oficialismo debe negociar con una casta gremial acostumbrada a la dinámica propia del justicialismo. Ese dispositivo endogámico de entendimiento entre la CGT y el PJ incluye, entre otras cosas, dinero de las obras sociales, pactos de cúpula, cargos partidarios y violencia.
Hay un panorama complejo: el paro nacional tiene fecha, las negociaciones paritarias auguran nuevos problemas y la protesta desbocada gana terreno. En este cuadro, sabiendo que las elecciones legislativas son un escollo a sortear y un reto decisivo pensando en 2019, el Gobierno está obligado a no perder la iniciativa política. Conservar ese capital le permitirá resguardar la gobernabilidad futura y, al mismo tiempo, proyectar las postergadas reformas estructurales en materia de calidad institucional. En tal sentido, una vez superada la discusión salarial, es necesario debatir seriamente un nuevo modelo de representación sindical. Dicha empresa, que no figura en la agenda de Cambiemos, implica saldar una deuda pendiente de la democracia desde la recordada "ley Mucci", aquella apuesta a la democratización gremial rechazada por el Senado nacional en 1984.
Mientras tanto, a caballo de la conflictividad social, emana una velada intolerancia sectaria. Como se sabe, buena parte de la población cree que el poder y la soberanía ciudadana tienen un solo nombre: el peronismo, incluido desde ya el experimento kirchnerista. Según esta arraigada concepción, con el justicialismo fuera del Estado reina el caos que lleva a la crisis total del andamiaje político. En este punto, para quienes no gobiernan, la anarquía se vuelve un sistema en sí mismo, que asegura la retroalimentación de la espiral de conflicto.
Así las cosas, yendo más allá del gobierno de turno, si esta realidad se impone, las revoluciones verdaderas, aquellas que se piensan y motorizan desde el campo de las ideas, no podrán concretarse jamás.
Lic. en Comunicación Social (UNLP), miembro del Club Político Argentino