Por una Navidad de carne y hueso
El nacimiento de Jesús estuvo enmarcado en un tiempo concreto y en un lugar determinado. El Evangelio nos ubica en el contexto: el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo que fue realizado siendo Quirino el gobernador de Siria (Lc 2,1). Por eso, María y José fueron a Belén, ciudad ubicada a unos 145 km de Nazareth. La condición del embarazo no era la más cómoda, sobre todo para movilizarse en burro en aquella geografía, pero obedecen la orden de quienes a la vista de todos eran más poderosos.
Después del parto y aún en Belén, el ángel les advierte que deben huir a Egipto porque Herodes buscaría al niño para matarlo (Mt. 2,13). Otra muestra del poder político que se ensaña por miedo a un niño. Parece ridículo, ¿verdad?
El nacimiento de Jesús constituyó un hecho netamente religioso con fuertes significados y consecuencias políticas, sociales y de cosmovisión.
¿Qué creemos y afirmamos los cristianos?
Que Dios es uno de nosotros, en todo, menos en el pecado. San León Magno enseñaba que el Salvador "quiso hacerse Hijo del Hombre para que nosotros pudiéramos llegar a ser hijos de Dios".
Tener un mismo padre nos hace hermanos. Por eso, el que dice que ama a Dios pero desprecia a su hermano es un mentiroso, enseña con toda claridad la carta de San Juan (I Jn. 4,20).
¿Cuáles son entonces las consecuencias políticas de la Navidad? No a la guerra, al hambre, al descarte de una parte de la sociedad, a la esclavitud, a la globalización de la indiferencia. Y un firme sí a la paz, la solidaridad entre los pueblos, la justicia, la libertad, el compromiso. Y si somos hermanos, somos y tenemos una casa común que debemos cuidar. Francisco nos enseña acerca del cuidado del planeta como la morada de la familia humana.
Dios nace niño frágil, débil. No irrumpe en la historia con prepotencia, custodiado y armado, ni alojado en lujosas habitaciones. Desde una perspectiva cristiana, quien tiene poder debe revestirse de humildad y servir especialmente a los más pobres. No aprovecharse de la autoridad para humillar, ningunear o mirar por encima del hombro.
Una celebración navideña naíf, bucólica, centrada en la superficialidad y el consumismo, vacía el contenido del acontecimiento religioso con la pretensión de "domesticar" la fuerza cuestionadora del camino elegido por Dios.
En una mujer embarazada subida a una balsa precaria intentando huir de la guerra y la miseria coloquemos la imagen de María embarazada; en un niño pobre en ese mismo lugar tiritando de frío pongamos a Jesús bebe. En tantas familias excluidas en todo el mundo hay vida escondida.
Que nuestra fe no se adormezca. No nos conformemos rezando ante los pesebres de yeso, madera o papel. Veamos tantos pesebres vivientes como familias pobres hay en el mundo. Que la fe se atreva a tomar de la mano a María embarazada y junto a José llevarlos a las calles de Siria en guerra o a las de Calcuta plagada de leprosos. Llevémosla para dar a luz en los bosques arrasados de suelo desertificado, las aguas contaminadas y los mares depredados. Pidámosles que venga una vez más a los que duermen en la calle, están desnudos y abandonados en el hospital o llorando en el rincón de su celda. Aunque una parte del mundo los desprecia, Dios los ama con ternura infinita. Hay que animarse a una Navidad de carne y hueso, dejando de lado la fantasía. Y besemos niños concretos. En ellos arropemos esperanza.ß