Por una cultura federal
Cuando se reúna en estos días en Tucumán el Foro Nacional y Latinoamericano para una Nueva Independencia, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación, volverá a planear sobre la concurrencia, llegada de todo el país, la resolución de un temario inacabado en torno a la organización de las políticas culturales de la Nación.
Esta problemática no es nueva y ha sido debatida por pensadores, funcionarios, gestores culturales y artistas que buscan una nueva organicidad a fin de reformar la intervención del Estado en la vida cultural de la Argentina. Al gobierno que nazca de las elecciones de octubre próximo le tocará dar forma a los cambios estructurales largamente requeridos.
El primero de los tópicos insoslayables es el de la descentralización, necesaria y fundamental para que cambien profundamente las relaciones de fuerza entre las provincias y la ciudad de Buenos Aires, que a pesar de seguir siendo la capital de la República, rehúye cada vez más de sus responsabilidades como tal y sigue acumulando instituciones, organismos, elencos y fondos para alimentar a una audiencia que recibe una sobreoferta cultural que contrasta con las carencias provinciales.
Como ocurrió en la Francia de Malraux o en el proceso de descentralización de la gigantesca capital mexicana, es imprescindible desplazar organismos e instituciones a las capitales provinciales, repartiendo los recursos presupuestarios "a la española" entre las regiones. Al apostar a los desarrollos locales que se den fuera de Buenos Aires, se multiplicarán las posibilidades para un enriquecimiento de la vida cultural argentina. Experiencias como la que originó la Camerata Bariloche, surgida de un camping de esa ciudad turística, o la del Festival Internacional de Teatro de Córdoba, demuestran que productos generados desde otros ámbitos territoriales y culturales alcanzan una dimensión identitaria siempre complicada de obtener en Buenos Aires.
Por otra parte, ¿cuál sería la razón por la cual la Ballet Folklórico Nacional deba seguir teniendo como sede la ciudad de Buenos Aires? ¿Por qué motivo no podría haber un gran Museo Nacional Jesuítico en Córdoba o en Misiones, o un gran Museo Nacional de Arqueología en Jujuy? ¿Por qué no podría haber centros nacionales de producción teatral o de danza, a la manera francesa, en las regiones de la Argentina? La inercia institucional de más de medio siglo ha impedido romper estas convenciones que ya eran anacrónicas cuando nacieron.
En segundo lugar, y en línea directa con la primera cuestión, es necesario establecer nuevas maneras de relación entre el gobierno de la Nación y las provincias, a la manera en que se han establecido en España entre el gobierno central y las comunidades autónomas; es decir, partiendo de la inclusión de fondos culturales en la coparticipación federal, para que cada jurisdicción cuente con recursos propios y específicos, cuya ejecución no dependa de las decisiones del poder central, sino que surja de su propia problemática regional y de su visión. La suma de estas iniciativas regionales constituirá así, como sumatoria, la vida cultural argentina.
Cuando Bilbao tomó la decisión de crear un museo de arte contemporáneo como motor del desarrollo urbano y contrató la franquicia del Guggenheim, nunca imaginó el impulso que esa acción de gobierno iba a dar a una ciudad que parecía condenada por el postindustrialismo. De la noche a la mañana, y de la mano de un museo de artes visuales, créase o no, Bilbao se convirtió en uno de los primeros destinos del turismo cultural mundial.
Los gobiernos que se sucedieron en la década realizaron una importante labor en el campo social para paliar los efectos nefastos de la terrible crisis de 2001, así como en el ámbito de las industrias culturales en todo el país. El formato del MICA (Mercado de Industrias Culturales), consagrado a la promoción de la producción artística nacional, fue en ese sentido coherente con las políticas de reindustrialización de la Argentina, un proceso incompleto pero al menos iniciado y, en algunos casos, exitoso, como en el del campo audiovisual.
En tercer lugar, ¿qué se piensa hacer para contribuir a desarrollar procesos de integración subcontinental, tan reiterados en las declaraciones políticas y tan poco alcanzados en el campo de los contenidos? Crear un canal educativo fue muy importante, pero no puede decirse que hayamos avanzado más que unos pocos pasos en el mero conocimiento de las expresiones culturales de nuestros vecinos o en la proyección de la obra de nuestros creadores en América o el mundo.
El proyecto cultural que encarne el nuevo gobierno tendrá que producir un cambio profundo en las políticas culturales de la Argentina, que modifiquen profundamente la concepción de la acción del Estado nacional, redefiniendo el sentido del federalismo que propone la Constitución.
En una época tan temprana como el año 1837, Juan Bautista Alberdi escribió: "Un pueblo es civilizado únicamente cuando se basta a sí mismo, cuando posee la teoría y la fórmula de su vida. No hay verdadera emancipación mientras se está bajo el dominio de un ejemplo extraño, bajo la autoridad de las formas exóticas". A su juicio, sin una filosofía propia no podía haber nación. Y lo decía en el sentido que hoy le damos al término cultura.
El autor es músico y especialista en políticas culturales
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