Por una auténtica democracia
En muchas provincias argentinas, sometidas a regímenes feudales que se han perpetuado sobre la base de una descarada explotación del clientelismo y de violaciones flagrantes a las libertades básicas, diferentes fuerzas políticas están elaborando acuerdos con el objetivo de consolidar la sólida mayoría que permita sacarlas del estado predemocrático en que se encuentran.
Las dirigencias provinciales han tenido de ese modo la lucidez que les permite, en principio, estar a la altura de los desafíos de este tiempo. Trasladando el problema al ámbito nacional, advertimos que estamos frente a un desafío similar y que deben recorrerse los caminos que conduzcan al establecimiento de esa mayoría indispensable para un verdadero relevo del poder en diciembre de 2015.
Al calor de efímeras bonanzas económicas, alimentadas con políticas que apuestan al puro presente, hemos asistido a la constitución de mayorías electorales que han ignorado cómo se construía un modelo autoritario que hace tabla rasa con valores del orden constitucional argentino.
Avanzar contra la Justicia independiente, ir contra la prensa, intentar la impunidad para la corrupción de los amigos del poder, tolerar la violencia que en forma implícita o explícita se ejerce contra el adversario político, aumentar a niveles exponenciales nombramientos en la administración pública. Todos estos, entre muchos otros, han sido los pasos que se han dado sin pausa desde el Gobierno, y ahora, con prisa, para consolidar la democracia condicionada y autoritaria que estamos viviendo.
Aturdidos por un relato que no tiene nada que ver con nuestra realidad, debemos poner en claro que, solamente a través de un gobierno que respete los principios básicos de una democracia sana se podrá lograr la sociedad más igualitaria que anhelamos, diferente de la democracia clientelista que nos propone el autoritarismo de turno. Aunque nos duela, es útil reconocer que en épocas de bonanza económica, la sociedad no advirtió que se perpetraban ataques continuos a las que reputábamos como normas de nuestra convivencia cívica. La vocación democrática de los argentinos es una ilusión y una tarea pendiente por concretar.
Es erróneo suponer que el régimen generado por el kirchnerismo tiene un plazo inexorable de caída en las próximas elecciones: también lo es que la supuesta vocación democrática de los argentinos se impondrá de manera inexorable. El Gobierno se halla más activo que nunca en la voluntad de levantar escenarios que le sean propicios; edifica muros a fin de que se proteja a su gente de futuras rendiciones de cuentas, mientras las mediciones de imagen, incluida la propia figura presidencial, nos demuestran que en general no preocupa lo suficiente que el vicepresidente de la Nación, protegido de la Casa Rosada, haya fijado su domicilio en un médano, ni que sea un obstáculo ético para que siga en sus funciones la condición de procesado varias veces en aplicación de la legislación penal.
Que el único motivo que tenga Insaurralde para subir en las encuestas sea el festejo millonario con Jesica Cirio no es un problema de Insaurralde; es un síntoma que concierne a la sensibilidad colectiva de los argentinos. Dado que muchos computan como un hecho inexorable que el oficialismo perderá en los próximos comicios, han emergido candidaturas que, al multiplicarse, segmentan a la oposición e introducen dificultades para vencer en las urnas.
Sólo una mayoría opositora más fuerte que la actual, unida alrededor de principios básicos que definan en qué país queremos vivir, será capaz de derrotar al oficialismo y, sobre todo, de gobernar después. Esa mayoría es indispensable para resolver, en primer lugar, la ciclópea tarea de devolver a nuestra sociedad el sentido de la juridicidad perdido. En el camino, la convocatoria a buscar consensos para elaborar políticas de Estado entre las fuerzas que compartan estas ideas, serán de extraordinario valor. Ya veremos, en el momento oportuno, quién o quiénes serán los que reciban el mayor apoyo para conducir la concreción de este objetivo.
Si no se logra en el orden nacional la sólida mayoría que siente las bases para refundar la convivencia social y política dentro de una democracia moderna, la hipotética esperanza de alcanzar una sociedad más igualitaria quedará reducida a un tema de café para nostálgicos. En varias provincias se ha tomado conciencia de la magnitud del desafío y obrado en consecuencia. Mi mensaje es que no hay ningún motivo superior para eludir la concreción de ese compromiso de honor a lo largo y ancho del país.