Por un sistema político equilibrado
Con la crisis de principios de siglo implosionaron en la Argentina dos sistemas: el económico construido bajo la regla de la convertibilidad y el político cimentado durante largos años en un bipartidismo clásico.
El kirchnerismo en el poder pretendió resolver ambas tragedias a su estilo. Sobre las ruinas de una economía que venía del extremo pendular del mercadocentrismo, se trasladó hacia el otro extremo del péndulo: el estadocentrismo. Y sobre los escombros del tradicional bipartidismo radical-peronista pretendió construir un sistema que -en rigor- no era novedad, ni siquiera en América latina, replicando el régimen de partido único, al estilo del PRI mexicano que imperó por más de 70 años.
Está claro que la Argentina desde 2015 hacia acá está transitando una etapa de reformulación de ambas dimensiones. En la economía, buscando salir del péndulo, y en política, reconstruyendo un sistema que restituya equilibrio y alternancia, dos valores esenciales al Estado democrático.
Estas reflexiones no pretenden abordar el tema económico. Pero sí su relación con el aspecto político, pues la reconstrucción de un sistema confiable y previsible determina -en buena medida- el desarrollo económico y, mucho más que eso, la resolución de buena parte de los problemas estructurales que nos acompañan desde hace varias décadas.
Alejada la idea, por irreal, de recuperar el bipartidismo clásico de PJ y UCR, el escenario se cubre con dos variantes. Por un lado, un diseño electoral, como el que funciona con razonable éxito en nuestros países vecinos, de coaliciones competitivas. Esto es, dos dispositivos políticos con capacidad y ambición para ejercer el poder y, también, con aptitud de control y vocación de construir acuerdos.
O un esquema de hegemonías sucesivas que ejercen el poder público por períodos limitados de tiempo, a veces con mayoría propia y, cuando no disponen de ella, beneficiándose de oposiciones desarticuladas e inorgánicas.
Las diferencias entre las dos opciones son relevantes. En el diseño de las coaliciones competitivas se está más cerca de cumplir los preceptos republicanos, por el solo hecho de que el equilibrio y la alternancia generan una disputa virtuosa, con contrapesos naturales en los que el poder difícilmente pueda concentrarse y por tanto deformarse.
En el otro caso, el ejercicio del poder está sometido a una suerte de "estrés político" permanente. Si se tiene mayoría propia, como pasó hace poco tiempo en la Argentina, el riesgo es la concentración de poder y, también, la discrecionalidad y la arbitrariedad en el ejercicio del gobierno.
El gobierno de Cambiemos, legitimado en las urnas pero sin mayorías parlamentarias a pesar de haber incrementado sensiblemente su contingente legislativo, tiene ante sí el desafío de promover las necesarias reformas pendientes y, al mismo tiempo, enfrentar la ausencia de una coalición opositora competitiva y cooperativa, lo que puede generar un escenario políticamente desgastante y socialmente tensionado.
Ofrecer previsibilidad no es tarea exclusiva de un gobierno, debe ser el propósito de todo un sistema político. En tal sentido, en la medida en que el gobierno de Cambiemos luzca fuerte pero su oposición no se exprese comprometida y articulada, el país no completará el ciclo virtuoso de la confianza.
El margen para construir políticas de Estado se estrecha si el principal núcleo opositor tiene como norte la implosión del sistema más que la conducción de este. Oficialismo y oposición necesitan mutuamente de un esquema virtuoso. A la democracia recuperada en la presidencia de Raúl Alfonsín le sirvió mucho más la responsabilidad de Cafiero para acordar temas centrales -coparticipación, defensa y política exterior- que la irracionalidad de Saadi. Obviamente, tenerlo a Saadi como contraparte pudo ser conveniente en términos electorales en aquella época. Conveniencia electoral y de corto plazo. Y punto. Cualquier semejanza con estos tiempos es mera casualidad.
La Argentina necesita una oposición articulada y competitiva, que actúe en un Congreso que está socialmente legitimado. Sólo así podremos hacer lo que para la academia en las experiencias comparadas y en los escenarios proyectados resulta conveniente: darnos un sistema político fuerte, equilibrado y marcado por acuerdos que trasciendan las individualidades.
Ex senador nacional de UCR