¿Por qué? Qué se esconde en la mente de un femicida
Ante una tendencia que no cesa, vale preguntarse por las constantes psicológicas y culturales de los hombres que cometen estos crímenes; los expertos señalan una crianza violenta, baja tolerancia a la frustración y una posesividad extrema
En algún momento de ese día tal vez supo que iba a matarla. Quizás esa mañana; quizá cuando entró, solo, a su casa en el country Martindale, en el partido de Pilar; quizá después, cuando agarró dos cuchillos importados de la cocina; o cuando los escondió en el vestidor; quizá cuando la vio llegar con su abogado a la mediación. Tal vez lo sabía de mucho antes. Pero ese día la mató. Claudia fue al vestidor de su habitación a buscar la ropa que aún no se había llevado. Si todo salía bien, ella no volvería a pisar esa casa que alquilaban juntos. Ella nunca volvió a entrar allí, pero nada salió bien.
Él la siguió, entró y cerró con llave. Afuera quedaron su madre y los abogados de ambos. Tomaban el té que él les había servido. Claudia se dio vuelta, lo miró y le dijo que era un pobre tipo. Fue lo último que le dijo. En ese momento él la golpeó en la cara, tomó los dos cuchillos, uno en cada mano, y descargó sobre su cuerpo una puñalada tras otra. La acuchilló 66 veces con tal intensidad que ella quedó prácticamente decapitada. Tenía heridas en las muñecas y los brazos. Heridas defensivas.
Ese día, el 21 de agosto de 2015, el empresario Fernando Farré, entonces de 53 años, asesinó a Claudia Schaefer, la madre de sus hijos, de quien se estaba separando. Cuando la Cámara de Casación de la provincia de Buenos Aires lo condenó a prisión perpetua, en junio del año pasado, pidió perdón.
En la Argentina, según datos de La Casa del Encuentro, una ONG que lucha contra la violencia de género, entre 2008 y 2017 se registraron 2679 femicidios (según la RAE, el feminicidio es "el asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia"). El año pasado hubo uno cada 32 horas. Y solo en enero de este año, 22 mujeres fueron envenenadas, murieron apuñaladas o de un disparo descargado por un hombre. Ya van más de 30 desde que empezó el año. Todos esos crímenes fueron cometidos por hombres diferentes, todos ellos femicidas.
Qué los impulsa
Ante estos datos, que son un patrón constante desde hace años, surge una pregunta, acaso indescifrable, que muchos se hacen cada vez que un hecho de esta naturaleza sacude la opinión pública: ¿qué hay en la mente de un asesino de mujeres? ¿Qué lleva a los femicidas a cometer estos crímenes brutales? ¿Por qué los índices se mantienen constantes y no ha sido posible, hasta ahora, contener el horror?
Si bien no hay una respuesta unánime al respecto, los expertos afirman que en estos hombres suele darse una serie de características constantes, como por ejemplo una crianza violenta y patriarcal, una baja tolerancia a la frustración y la tendencia a despersonalizar a la mujer hasta considerarla un objeto.
"En enero no hubo una modificación del promedio de los últimos diez años. El enero con más femicidios fue el de 2014, con 32 muertes ; en 2011 hubo 31. La diferencia de este mes fue la visibilización", apunta Ada Beatriz Rico, directora de La Casa del Encuentro, una asociación civil que desde 2003 trabaja por la erradicación de la violencia hacia las mujeres. De acuerdo a su experiencia, los hombres agresivos "son personas con una doble fachada, que pueden ser excelentes compañeros de trabajo y amigos, pero que desatan su violencia dentro del hogar".
Confirma además que el femicida no está determinado por una clase social en particular (el caso de Farré es un claro ejemplo), aunque suele ser más frecuente en hogares con pocos recursos, ya que en esos casos muchas veces la mujer no tiene posibilidades económicas de independizarse y no logra tomar distancia de la violencia.
Posesividad desbocada
Un rasgo en común que remarcaron los expertos consultados es que el femicida trata a la mujer como un objeto del que puede disponer. "Los hombres violentos son individuos muy posesivos, que creen que la mujer es objeto de su pertenencia. No la consideran una persona, sino un objeto con determinadas características", explica el médico psiquiatra y legista Daniel Silva. "Estos individuos tienen una forma de amar muy particular: aman en función de sus intereses, aman mientras les convenga. Es como si dijeran: si aparece otra que me gusta más, te descarto, pero nunca me dejes de amar vos a mí porque ahí estás muerta".
El 29 de enero pasado, Valeria Coppa citó a su expareja, Mariano Cordi, en las escaleras de la Catedral de Bariloche. Habían estado de novios apenas unos meses y ella lo había dejado, pero ante su insistencia accedió a que se vieran unos minutos en un lugar público. Él apareció, hablaron brevemente y cuando ella se dio vuelta para tomar su bicicleta e irse recibió un balazo en la cabeza. Cordi le disparó con una arma casera y salió corriendo. Ella lo había dejado y él la mató.
"Son personas que acuden a una resolución violenta de sus conflictos. La agresividad es una característica natural del ser humano, pero la violencia es cultural. Estos individuos tienen una forma violenta de resolver los conflictos y esa tendencia va in crescendo, nunca retrocede: primero es verbal, luego psíquica, luego física y después terminal", enumera Silva, exmiembro del Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional. Un rasgo que destaca el experto: aquellos que se han criado en un entorno violento tienden a replicar ese comportamiento en sus relaciones de adulto.
Para Cristina Lospennato, directora del programa de Asistencia a Varones Violentos de la Dirección de la Mujer de la Ciudad de Buenos Aires, cada caso es particular y cada persona es distinta. Sin embargo, asegura que los hombres violentos derivan de una crianza y una educación "machista patriarcal".
"Tanto le han enseñado al niño a ser macho, fuerte, que no llore, que no sienta dolor, que por esta crianza dislocada los hombres padecen enfermedades terribles. Al tener que reacomodarse a un nuevo sistema que intenta no ser machista, se encuentran por fuera de aquello que les fue enseñado", señala Lospennato. En cuanto al momento en que irrumpe la violencia, al instante en que el hombre lanza un golpe en lugar de una palabra de diálogo, la experta asegura que esto se relaciona con su "estructura mental y el manejo de la frustración".
Otro rasgo que destaca Lospennato es la negación. "Al principio, la primera vez que vienen, muchas veces no saben por qué. Se desresponsabilizan y dicen ‘ella es la mala, ella me provocó’".
Sobre este punto llamó la atención el periodista de LA NACION Gabriel Di Nicola cuando entrevistó a Farré en la cárcel. En su nota cuenta que él se refería al asesinato como "lo que pasó", que aseguró que sufrió un "desdoblamiento de su personalidad" e incluso se justificó diciendo que estaba frustrado porque lo habían echado del trabajo y preocupado porque Claudia podría quitarle la custodia de sus hijos.
"Farré nunca nos dio explicaciones sobre lo que hizo. Tenía una personalidad bastante negadora, no asumía lo que había hecho. Esto es común entre los femicidas. Desarrollan una mirada sesgada, negadora. Él era muy soberbio, anotaba todo y utilizaba siempre eufemismos. No decía homicidio sino ‘el hecho’", cuenta uno de los abogados que trabajó en la defensa de Farré y que prefirió no dar su nombre.
Negación
Quien también niega al día de hoy su responsabilidad es Jorge Mangeri, el asesino de Ángeles Rawson. Mangeri quiso abusar de la joven de 16 años que vivía en el edificio en donde él trabajaba como portero. Cuando ella volvía de la clase de gimnasia, él la interceptó. Ángeles se resistió, lo arañó; ante la imposibilidad de violarla, él la asfixió con sus manos. Luego la metió en una bolsa de consorcio y pidió a todos los vecinos que sacaran la basura más temprano. Tiró todos los desechos y el cuerpo de Ángeles al contenedor frente al edificio. Su cadáver fue encontrado días después por trabajadores del Ceamse cuando realizaban la separación de los residuos. Durante todo el juicio y pese a la abrumadora evidencia en su contra, Mangeri negó el hecho.
Si bien es imposible saber a ciencia cierta qué ocurre en la mente de un femicida en el momento exacto en que descarga su violencia asesina contra una mujer, muchos especialistas coinciden en que allí se combinan un acto extremo de dominio junto a una gran fragilidad psicológica. "No hay un goce en el matar o una perversión en el sentido de un goce, sino que lo que hay es un acto de dominio", sintetiza Alejandra Lo Russo, psicoanalista y profesora en la facultad de psicología de la UBA. "Tanto en el femicidio como en otro tipo de violencias extremas, como la violación, no se trata de un goce por una sexualidad desmesurada. Es un acto de afirmación de uno sobre el otro, un acto de objetivación de la mujer. Te mato porque sos mía. Es un acto de apropiación, tanto en la muerte como en la violación ".
Según la experta, al entramado psicológico del femicida se suma muchas veces una cuestión de violencia aprendida en la infancia. "Hay niños que son habilitados al ejercicio de poder sobre otro, son empujados al ejercicio de la violencia; y si el chico no se manifiesta de esta manera, es algo preocupante para la familia. Hay una crianza diferenciada por género que hace que los varones tiendan a asumir esa posición".
Fragilidad mental
Miguel Espeche, psicólogo y coordinador del programa de Salud Mental del hospital Pirovano, afirma que una necesidad de dominio de este tipo obedece en verdad a la fragilidad mental de quien lo ejerce. "La violencia es proporcional a la verdadera impotencia. Se suele ver al femicida como un hombre de gran poder, pero psicológicamente es una persona de extrema fragilidad y de enorme dependencia. Por esa razón tiende a controlar de forma tan patológica al otro".
El mes pasado, antes de dar con el cuerpo de Gisella Solís, una odontóloga de 47 años, la policía encontró el de Abel Campos, su pareja. El hombre se había suicidado luego de envenenarla y enterrarla en un descampado en Villa Elisa. Durante los 15 días que duró la búsqueda, su familia mantuvo la esperanza de encontrarla con vida.
Durante enero se replicaron varios casos como el de Gisella, en los que el agresor se suicidó después de matar a su pareja. "En estos casos en donde ese control extremo llega al crimen, una vez cometido, la vida pierde sentido para esa persona y queda desnudo frente a su fragilidad –dice Espeche–. El suicidio es un desaparecer, salir de eso".
¿Hay manera de prevenir estas situaciones? Los profesionales consultados coincidieron en que, más allá de los recursos como tobilleras o botones antipánicos, un cambio de cultura y de enseñanza desde la niñez pueden ser las claves para empezar a revertir el actual estado de cosas. "Vivimos en una cultura patriarcal que privilegia lo masculino y favorece la violencia. El femicidio es la punta del iceberg. Abajo hay muchas prácticas que responden a la misma lógica, como el maltrato o la violación", apunta Lo Russo. Y propone: "Todo el mundo tiene que tener derecho a hacer un tratamiento, a rearmar su vida, pero siempre teniendo en cuenta que sabemos que, por ejemplo, los violadores suelen ser reincidentes. Lo más importante es trabajar en la sociedad para que esto directamente no se produzca. Trabajar en todas las otras capas del iceberg".
En este punto coincide Rico: "Tenemos que cambiar la cultura. Para que exista un femicidio tiene que existir un varón que considere a la mujer como un objeto más de su pertenencia. Hay que trabajar desde la niñez. Si vos construís niñas y niños empoderados, con igualdad, las cosas pueden cambiar".