Por qué para los albertistas el Presidente salió airoso del Congreso
El exasperado mensaje de Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa le habría permitido ganar tiempo, del mismo modo que pudo haber terminado favoreciendo a Javier Milei, según hombres del oficialismo
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Alberto Fernández podría competir por un Oscar al mejor actor. Fue el protagonista central del más bochornoso espectáculo visto en la inauguración de un período legislativo de sesiones ordinarias. Lo más ordinario de esta apertura estuvo en la sobreactuación de un presidente de la Nación que, exasperado y a los gritos, buscó desesperadamente congraciarse con su ama, la vicepresidenta Cristina Kirchner, despechada por sentir que quien, según su concepción del poder, debería ser su súbdito, no ha hecho lo necesario desde el Poder Ejecutivo para consagrar su impunidad ante la Justicia.
El discurso del primer mandatario ante la Asamblea Legislativa pasó de una tediosa enumeración de supuestos logros, donde predominaron alucinaciones y autoelogios, a un ataque voraz contra las instituciones.
Comenzó hablando de las bondades de su estilo moderado y concluyó su mensaje presidencial, desaliñado y entre alaridos, apuntándoles con su dedo a los dos miembros de la Corte Suprema de Justicia que se ubicaban a pocos centímetros de él. Fue mucho más que una irreverencia hacia los dos más altos jueces de la Nación, invitados especialmente a una ceremonia protocolar. Se trató de un episodio que exhibió desprecio y desconocimiento sobre la tarea del Poder Judicial, en general, y del máximo tribunal, en particular, uno de cuyos deberes es el control de constitucionalidad de las leyes para evitar, entre otras cosas, los abusos de poder.
Quedará el mensaje presidencial también en el recuerdo por la contundente afirmación según la cual la Argentina “es la energía que el mundo estaba necesitando”, pronunciada paradójicamente pocas horas antes de que se produjera el gigantesco apagón que dejó a más de 20 millones de personas sin suministro eléctrico. Semejante papelón tal vez fue superado un día después por la histórica frase del ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, “los narcos han ganado” cuando comenzaba a dar la vuelta al mundo la noticia de que había sido baleado un supermercado del suegro de Lionel Messi en Rosario.
Así y todo, allegados al presidente Fernández defendieron ayer el estilo elegido por el primer mandatario para su discurso en el Congreso. Pese a una coincidencia generalizada en que no se trata de las mejores formas para dirigirse a una Asamblea Legislativa, también opinaron que el jefe del Estado pudo haber salido beneficiado.
“Alberto corría el riesgo de hacer un discurso que no aplaudiera nadie y fuera abucheado por la oposición, sin que ninguno de los representantes del oficialismo se inmutara”, explicaron a LA NACION fuentes cercanas al Presidente. “El peor escenario hubiera sido que Cristina Kirchner se quedara con la centralidad y que la oposición insultara al Presidente frente al silencio de los legisladores del partido gobernante”, añadieron. Para su satisfacción, eso no ocurrió: Alberto Fernández ganó el centro de la escena.
¿Por qué para ese sector el Presidente resultó el triunfador? Porque sencillamente, según explican, habría evitado la aceleración de la licuación de su poder. Lo peor que le puede pasar a Alberto Fernández en estos momentos es la aceleración de los conflictos internos en de la coalición gobernante. Al construir una frontera identificando como enemigos del peronismo a la Corte Suprema, al macrismo y a los medios de comunicación, el primer mandatario buscó cohesionar parte de lo propio y evitar una sangría interna mayor que pudiera dejarlo completamente solo.
Es muy probable que su exasperado discurso contra la Corte y la oposición no cambie la opinión que Cristina Kirchner ya tiene de Alberto Fernández, a quien ve como poco menos que un traidor y un inútil. Pero al menos el ruido político que provocó la sobreactuación presidencial delante de los dos de los propios miembros de la Corte Suprema pudo haber contribuido a calmar las aguas en el cristinismo.
De ese modo, el Presidente compró algo más de tiempo para seguir prolongando su utopía reeleccionista. Si bien la reelección de Alberto Fernández es una fantasía para extraños y propios, la negativa a un inminente renunciamiento histórico como el que busca el cristinismo también lo ayuda a ganar tiempo y a no perder totalmente la autoridad política por la licuación de su poder.
Claro que todo esto no puede verse más que como una táctica de corto plazo. El poder político se construye con estrategia y con dólares, y el Gobierno no tiene ninguna de las dos cosas.
El kirchnerismo, con los dirigentes de La Cámpora a la cabeza, viene exigiéndole al Presidente que haga pública su renuncia a buscar la reelección cuanto antes. Alberto Fernández busca seguir jugando al misterio todo lo posible y no querría hacer ningún anuncio al menos hasta mayo, ya que el cierre para la presentación de listas de precandidatos para las PASO tendrá efecto en junio. Es factible, sin embargo, según fuentes de la fracción gobernante, que los tiempos de definiciones se adelanten para abril: ocurre que el 14 de ese mes se conocerá el índice de inflación correspondiente a marzo, y el número que se autoimpuso el ministro Sergio Massa para definir si podía ser o no candidato presidencial debía rondar el 3 por ciento. Si la inflación de febrero es, como los especialistas esperan, similar a la de enero y ronda el 6%, parece difícil que un mes con no pocos incrementos de precios estacionales como marzo vaya a mostrar un índice mucho menor.
Históricamente, ningún partido gobernante ha ganado, en la Argentina posterior a la reapertura democrática de 1983, una elección presidencial con niveles de inflación tan elevados como los actuales. Por eso cada vez son más los dirigentes justicialistas que apuestan a que la fórmula que encabece el ultraliberal Javier Milei pueda restarle votos al eventual binomio presidencial de Juntos por el Cambio.
En tal sentido, hay quienes en el oficialismo creen que la vehemencia que le imprimió Alberto Fernández a su mensaje a los legisladores y la dura reacción de algunos representantes de Juntos por el Cambio podría ayudar algo a Milei. Su fundamento es que la polarización y la violencia discursiva que se vio en el Congreso el miércoles último podría persuadir a muchos votantes independientes de que, después de todo, la exasperación que denota Milei ante las cámaras de televisión no es patrimonio exclusivo de él.