¿Por qué nos condenamos en ciudades superpobladas?
El 55% de los 7600 millones de personas que habitan este planeta vive hoy en ciudades, que ocupan un 4% de la superficie de la Tierra. Y a nivel global se ha naturalizado como una profecía que seremos 9000 millones y el 70% vivirá en ciudades superpobladas para 2050. Estos pronósticos aparecen como una sentencia, proclamada desde los organismos internacionales que, validados por políticas públicas, no hacen más que potenciar el desequilibrio.
Los impactos de la superpoblación de ciudades son ya tremendamente dañinos para el ambiente, porque es allí donde se consume el 80% de la energía global, se genera el 70% de residuos y el 60% de la emisión de gases de efecto invernadero. En esas urbes peligrosas los niños viven en encierro, muchos de ellos andan en bicicleta en pasillos o alrededor de la mesa, 1 de cada 3 vive en un barrio carenciado. Los jóvenes sufren, los adultos sufren.
¿Hay alguna razón que justifique sostener este modelo? Pareciera que no y, sin embargo, la Agenda Urbana Quito 2016, de las Naciones Unidas, impulsó renovadamente la inversión en las ciudades afianzando un modelo urbanístico propuesto en la Carta de Atenas hace un siglo. En vez de buscar soluciones en la causa y abordar el problema desde la raíz, apostando a invertir en los cientos de miles de pueblos que se estaban despoblando por quiebres económicos, cambios productivos o razones climáticas y sobre todo por el desdén de las políticas públicas. En vez de invertir en ellos, asumieron que la población no deseaba ya vivir en los pueblos, y justificaron que el ser humano migraba a las ciudades porque estas son “el futuro de la humanidad”. Para esta agenda, solo allí estaba el desarrollo. Sin embargo, pese a los miles de millones ya invertidos en ellas para hacerlas habitables, no se han logrado los objetivos esperados, sino todo lo contrario, se han profundizado estos problemas.
Si bien hay ciudades bellas y habitables, en armonía con la naturaleza, son más aquellas que se encuentran sobrepobladas, dejando su infraestructura inadecuada porque se han dimensionado más allá de un límite del crecimiento saludable, y han quebrado un equilibrio que resulta visible en el agobiante hábitat que hoy ofrecen.
En un momento de crisis global como la que atravesamos, es fundamental seguir cuestionando hacia dónde vamos. Y seguir creciendo en esos niveles de conciencia que nos ha traído el encierro de la pandemia, y recordar que se ha evidenciado la necesidad de descentralizar ciudades, volver al verde, a vivir en ecosistemas humanos integrados a la naturaleza.
El lunes se celebró el Día Mundial de la Población; cobra especial relevancia reflexionar a nivel individual y colectivo sobre la importancia de lograr un equilibrio territorial, ya que cómo nos distribuimos y dónde habitamos incide inmediatamente en la vida y experiencia diaria, e influye de una forma o de otra en nuestro ambiente.
Para equilibrar la balanza se impone equilibrar las inversiones en la ruralidad, cosa que hace décadas se adeuda, y no ha hecho más que agravar el problema. Solo el 5% se invierte en pueblos rurales, contra el 95% en zonas urbanas.
El futuro no está en las ciudades. Esto lo afirman muchos, pero da particular satisfacción que lo diga un arquitecto urbanista, Rem Koolhaas. Hace unos años, el Guggenheim de Nueva York abrió las puertas a una muestra icónica concebida por este arquitecto para crear conciencia. La bautizó “Countryside: The Future”. La providencia quiso que fuera antes de la pandemia, cuando parecía irremediable la tendencia de crecida de las ciudades y, sin embargo, Nueva York, entre otras ciudades, registró un inmediato y fuerte cambio de tendencia. Hay esperanza.
Directora de la Fundación ES VICIS y del programa de arraigo y repoblación rural, Bienvenidos a mi Pueblo