¿Por qué los ciudadanos de los Estados Unidos usan armas?
“El Estado es la entidad que tiene el monopolio de la violencia en un territorio determinado”. No existe aseveración más fascista que esa y, sin embargo, la izquierda, que todo lo malversa, se las arregló para desacreditar como autoritaria cualquier idea que niegue ese postulado.
La fórmula es del sociólogo Max Weber, genial en otros análisis, pero su definición es demasiado alemana y, a pesar del autor, demasiado francesa como para que sea aceptada universalmente. Por otro lado, no es real, porque la delincuencia usa armas sin pedir permiso.
Los Estados modernos de Europa se formaron bajo el modelo napoleónico y al modo de los ejércitos regulares, que fueron apareciendo con la extinción de las órdenes de caballería de la Edad Media. Por eso los europeos forjaron Estados piramidales y verticalistas y a ellos –como a nosotros, sus herederos– les pareció y les sigue pareciendo aceptable que la autoridad gubernamental decida quién puede tener armas.
En sentido contrario, los colonos británicos en América extendieron su territorio y después defendieron su independencia y la integridad de sus ciudadanos principalmente gracias al uso de las armas por los particulares. Una vez proclamada la independencia, se resistieron durante un tiempo a contar con un ejército regular, ante la posibilidad de una concentración de poder que amenazara a la naciente democracia.
A fin de contrapesar esa resistencia, James Madison diseñó la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que asegura a los ciudadanos el derecho a tener y portar armas.
La Segunda Enmienda establece que: “En consideración a que una milicia bien regulada resulta necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho de la población a poseer y portar armas no será restringido”.
Si se considera que la Primera Enmienda se refiere a la libertad religiosa y a la libertad de expresión, puede advertirse la importancia que los fundadores le dieron a este derecho. Y si además se toma en cuenta que la lista de masacres que produce cada tanto algún desquiciado conmueve a la opinión pública, pero no logra restringir la tenencia de armas, debe concluirse en que existe algo profundamente arraigado en la cultura de esa nación para que se mantenga el statu quo.
La respuesta fácil consiste siempre en atribuir el statu quo al lobby de la Asociación Nacional del Rifle; pero esa simplificación confunde el efecto con la causa. La primera pregunta lógica debería ser: ¿por qué es tan poderosa la National Rifle Association? ¿Por qué tiene millones de socios? Y eso si se computan únicamente los afiliados a la NRA, pero en numerosos condados de Estados Unidos existen otras asociaciones locales, del estilo de la Asociación Nacional del Rifle, que organizan manifestaciones armadas cada vez que se vislumbra la mínima amenaza al derecho a tener y portar armas o a las características de las armas que se pueden comprar o al establecimiento de registros de armas.
En 2013, el presidente Barack Obama encaró una fuerte iniciativa de restricción de armamento, después de la terrible masacre de Connecticut. Entre otras cosas, consistía en restringir la venta de los cargadores de mayor capacidad. La Unión de Patriotas de los Estados Unidos envió cartas a todos los legisladores de varios estados en las que llamaba al gobierno federal “una herramienta del socialismo internacional” y profetizaba la guerra civil si se avanzaba con proyectos como ese. El rechazo fue acompañado por numerosas asociaciones que respaldan la tenencia de armas y otras defensoras de las libertades individuales.
La reacción parte de la premisa de que la tolerancia a cualquier restricción, por pequeña que sea, abre la puerta a una futura prohibición absoluta. En ese sentido, una autoridad de la asociación Judíos para la Preservación de la Propiedad de las Armas declaró en 2013, contra el proyecto de Obama, que: “El desarme no siempre conduce al genocidio y a la tiranía, pero es el primer paso”. Y ese es el concepto predominante en más del 65% de la población que posee armas de fuego. No se trata únicamente de la defensa personal frente a la delincuencia, sino también de la expresa negativa a conceder al poder político el monopolio de la fuerza.
Stephen Halbrook, igual que otros autores, en un libro titulado Que todo hombre esté armado, invoca el apoyo filosófico de Aristóteles, Cicerón y Maquiavelo a la ciudadanía armada como expresión republicana; pero cita a Platón, Bodin y Hobbes como sostenedores del absolutismo monárquico. Precisamente, debido al visceral rechazo al centralismo, Estados Unidos es el país con la administración más desconcentrada del mundo, donde la mayor parte de las actividades son locales y, de preferencia, ejecutadas por particulares.
Por otro lado, nadie, entre los defensores de las armas, cree que las masacres se deban a ellas, porque esto sería como culpar al instrumento y no al alienado que las provoca. El presidente Ronald Reagan, quien fue gravemente herido durante un atentado con armas, declaró tras su curación: “Es una horrible verdad, pero aquellos que buscan infligir un daño no son perturbados por leyes de control de armas. He llegado a saber esto por mi experiencia personal”.
El derecho a tener armas no solo es una garantía constitucional, sino un derecho “preconstitucional”. Los particulares construyeron los Estados Unidos con sus propias armas y niegan al gobierno la facultad de decidir si pueden o no tenerlas, porque ese derecho existía antes que el gobierno mismo.
Así y todo, durante mucho tiempo, el alcance de la Segunda Enmienda fue discutido en los tribunales, porque se argumentaba que el derecho de los particulares estaba condicionado a su integración a una milicia. La discusión no tenía un sentido práctico, porque las milicias no constituyen organizaciones gubernamentales, sino de particulares que utilizan sus propias armas. Además de las 50 milicias estatales, que siguen siendo civiles, hay más de mil en todo el país que tienen sus reglamentos, jerarquías e instrucciones de entrenamiento por contrato entre sus miembros. Jamás podría ocurrir allí lo que sucede, por ejemplo, en Venezuela, donde los gobernantes masacran a una población desarmada.
La discusión en los Estados Unidos acabó con el caso Washington DC vs. Heller, cuando la Corte Suprema sentenció que la facultad de tener y portar armas es un derecho individual, independientemente de que el portador esté o no afiliado a una milicia.
Al revés de lo que sucedía con la guerrilla en América Latina, que buscaba tomar el poder mediante las armas para homogeneizar a la sociedad, el derecho a tener y portar armas es, en los Estados Unidos, la mayor expresión de individualismo, en el sentido que lo definió Alexis de Tocqueville: “No deben nada a nadie; no esperan, por decirlo así, nada de nadie; se habitúan a considerarse siempre aisladamente y se figuran que su destino está en sus manos”. Y entre las cosas que no pocos norteamericanos consideran que están en sus manos, figura la defensa de la vida. Hay un viejo dicho popular allí: “Es mejor que te juzguen doce y no que te lleven seis”.
¿Cuánto de todo esto sería aplicable en el resto de América? Esa es una discusión aparte.