Por qué las elecciones de 2017 harán historia
No todo el mundo le ha prestado atención, quizás, a la envergadura del debate que acaba de comenzar en el Congreso. Después de cien años, modificar la forma de votar traerá importantes cambios político culturales: se trata de pasar en todo el país de la lista sábana a la boleta única y del método de ensobrado manual a un procedimiento electrónico. Semejantes cambios convertirían a las legislativas de 2017, cualquiera fuese el resultado, en históricas. Claro, también lo serían si la apuesta del gobierno fracasara, si no se llegara a implementar el nuevo sistema o si la Justicia Electoral dijera, avanzado el proceso, que no está en condiciones de garantizar la invulnerabilidad de las máquinas de votar. En ese caso la idea no sería aplicar la boleta única postergando sólo el sistema electrónico sino que se volvería a la elección tradicional completa, algo bastante parecido a una frustración. De allí que las discusiones técnicas que se están llevando a cabo en el Congreso son fundamentales. Hoy mismo hay en la Cámara de Diputados un seminario organizado por la ONG Argentina Elige, del que participa Samuel Issacharoff, asesor de Obama en temas electorales.
Los especialistas están divididos respecto del voto electrónico. Unos dicen que si bien no existen sistemas infalibles, el proyecto del gobierno está en una buena senda, pero debe ser discutido y mejorado, sobre todo en lo referido a la capacidad de auditar. Otros, que no simpatizan con el voto electrónico, como Delia Ferreira Rubio, temen que sea tarde para empezar el debate parlamentario que marcha a poner todo patas para arriba en 2017. Las primarias nacionales son el segundo domingo de agosto -dentro de un año-, pero el proceso electoral debe comenzar en febrero. En comicios nacionales hay alrededor de cien mil mesas electorales, lo que demandaría algo más de cien mil máquinas. Está claro que la reforma que se planea es muy ambiciosa, aunque no habría que exagerar las expectativas. El gobierno sostiene que servirá para acabar con el clientelismo. Venezuela, uno de los países con voto electrónico, lo desmiente. También es una reforma costosa. Circula la versión de que al Gobierno lo entusiasma la tecnología coreana antes que ninguna otra.
Mientras el proyecto sea eso, un proyecto, hay algo que podríamos llamar la paradoja del ciudadano perdido en las tinieblas del cuarto oscuro. Basta ser argentino y ser votante habilitado para conocer del asunto: boletas electorales kilométricas con infinitos candidatos para los cargos más diversos. Sábanas abarrotadas de nombres en su gran mayoría desconocidos que a su vez inundan el aula de una escuela con una oferta de montoncitos apilados que cubren diez o quince pupitres, cuyo remanente descuartizado, desde el piso, refrenda el sello artesanal del método. No se requiere esfuerzo alguno para imaginar el agobio de quien entra al cuarto oscuro a ejercer la soberanía popular bajo el supuesto teórico de que está sabiendo a quiénes ensobra. Es más o menos lo que sienten los domingos de elecciones (domingos que ya llegan a sumar media docena) millones de votantes, salvo los que alivianan el desafío llevando, ya sea a conciencia o bajo inducción, la boleta de su preferencia en el bolsillo.
¿Cuál es la paradoja? Que los mismos políticos que elección tras elección complicaron el sistema hasta el absurdo, que embrollaron todo, que multiplicaron las posibilidades con colectoras, listas espejo, candidatos testimoniales, candidaturas múltiples, y el año pasado sumaron dos secciones más (las del forzado Parlasur) a la boleta que en varios distritos ya superaba el metro diez; es decir los políticos a quienes la independencia y capacidad de discernimiento del elector les importó un bledo, ahora reclaman simpleza y perfección para el sistema de voto electrónico con boleta única, cosa que el ciudadano no se llame a engaño apabullado por una botonera que es similar a la de un cajero automático. Es cierto, en un país que tiene la mitad de la población sin bancarizar, el modelo del cajero presagia dificultades. Pero los defensores del voto electrónico responden a eso que Salta fue la provincia precursora y si bien allí se aplicó el sistema en forma escalonada a lo largo de tres elecciones, los resultados fueron satisfactorios. Salta era y sigue siendo una provincia peronista, gobernada por el ex filo kirchnerista Juan Manuel Urtubey, lo cual prueba que el voto electrónico no divide aguas por alineamiento partidario. Este es uno de los temas en los que Urtubey contrarió en su momento a Cristina Kirchner, como hoy hay diputados peronistas salteños que en este tema se distancian del pataleo de su bloque.
Mauricio Macri implantó el voto electrónico en la ciudad de Buenos Aires de un saque y a esa altura Córdoba, gobernada por el peronismo no kirchnerista, y Santa Fe, en manos socialistas, ya venían aplicando sus respectivos modelos de boleta única. Casi podría decirse que la disputa es territorial antes que partidaria: Salta y Ciudad de Buenos Aires siguieron un modelo y Córdoba y Santa Fe, otro.
El vetusto sistema de las boletas de papel no encuentra hoy defensores aparte de Cristina Kirchner, quien dijo el año pasado que el día que lo saquen ella dejará de ir a votar. Pero ¿cómo determinar la sinceridad de los políticos que le piden al sistema electrónico un cien por ciento de eficacia, algo que en ningún caso los técnicos garantizan?
Lamentablemente no se inventó todavía un decantador que discrimine lo técnico de lo político. Está claro que la posibilidad del hackeo (otra cosa es quién contrata al hacker) es un tema técnico. Los técnicos explican una interesante diferencia entre la falibilidad del sistema informatizado por el que hoy se mueve el dinero y un sistema electoral electrónico. En el primer caso, si se comete un error, hay mecanismos resarcitorios. Pero una elección que “falla” es un problema impensable. Un riesgo que no se puede correr. Ese es el dilema que hoy enfrentan los legisladores, listos, de un modo u otro, para hacer historia.