Por qué la sociedad es violenta
Por Marcos Berstein y Jorge Ruffo Para LA NACION
La violencia como componente estructural del hombre en nuestra sociedad tiene alcances devastadores. La palabra deriva del latin vis , que significa "fuerza, poder". La violencia es una fuerza destinada a sojuzgar a otros para el beneficio y la satisfacción del deseo de uno. Amenaza la existencia del otro y apunta a lograr que el otro ceda y se adapte a uno.
En la tradición bíblica, con la descripción de la primera familia, aparece registrado el primer caso de violencia. Caín mata a Abel. Cuando Dios pregunta a Caín si ha visto a su hermano, Caín responde: "¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?" Dios responde: "Sí; todos somos guardianes de nuestro hermano". Y cuando le dice: "Las sangres de tu hermano gritan desde la tierra" lo dice en plural, por los descendientes que nunca tendrá. Por eso el que mata a un hombre es como si matara a toda la humanidad.
La violencia apunta a tener al otro bajo control. Los otros dejan de ser semejantes y se transforman en instrumentos para usar o en enemigos a los que hay que destruir.
Puede ser una respuesta de aquellos que se sintieron abandonados por una violencia familiar o social. Quienes fueron maltratados y sojuzgados buscan repetir la situación invirtiéndola. En los casos de violencia sexual, el eje principal no es el sexo, sino el control sobre el otro. No hay erotismo. Es un juego sádico de dominio.
En la violencia escolar, los chicos reproducen en la escuela lo que pasa en sus casas. Vemos que los niños o adolescentes agresores han sido discriminados, burlados, rechazados y humillados también por compañeros de clase. Así que empiezan siendo víctimas, y se convierten en victimarios. Cuando se pasa por la adolescencia, tan llena de confusión y ansiedad en lo que toca a la identidad sexual, ese tipo de insultos es devastador para el psiquismo.
Desde un enfoque comunitario, la violencia responde a la frustración de los individuos para realizar sus necesidades y aspiraciones. Los individuos actúan como depositarios o portavoces de la situación de la comunidad. La violencia parece caótica, pero responde a algo, y siempre tiene una dirección: tiende a destruir la fuente del miedo o de la frustración. Frente al miedo, la violencia actúa como mecanismo de defensa. Se trata de asustar al otro para que no vea el miedo de uno. Necesitan demostrar poder porque se sienten impotentes.
El abandono afectivo unido al abandono físico (alimentación, salud, vestimenta, etc.), a veces se origina en la etapa prenatal, con la falta de cuidados durante el embarazo (abuso de alcohol, drogas, etc.) La agresividad entre los cónyuges, que se extiende a todo el grupo familiar, sumada a los temas cada vez más violentos en los medios, contribuyen al caos individual, grupal y social.
Algunos jefes de familia tienen la errónea concepción de que son propietarios de su mujer e hijos. Eso provoca el abuso de poder y el maltrato doméstico. En lugar de cumplir un papel socializador, el grupo familiar corre el riesgo de transformarse en usina de violencia.
Todo este caldo de cultivo vuelve al niño aislado, agresivo, indisciplinado, desconfiado y con el riesgo de convertirse en futuro pegador.
Convengamos que la agresividad es una instancia imprescindible para la supervivencia de la especie, pero en el individuo, merced a su superestructura intelectual y cultural, suele prolongarse más allá de la necesidad instintiva de alimentación y defensa.
Veamos en detalle los mecanismos que llevan a todo esto, con la mención de las estructuras biológicas involucradas. Estas zonas son: el sistema límbico, con el hipocampo, hipotálamo, tronco cerebral, y el gran protagonista (también llamado "director de orquesta") de la agresividad, que es la amígdala cerebral. Esta se comporta como almacenadora de los estímulos auditivos, visuales y olfativos y los proyecta a la corteza prefrontal cerebral, donde se "imprimen" las experiencias.
Para graficar los fenómenos que se encadenan en este proceso, veamos cómo actúa el organismo ante una situación de riesgo.
La aparición del factor presumiblemente peligroso desencadena respuestas corporales en una reacción de defensa (con el temor potenciado) provocando la acción inmediata de vigilancia. Aparecen la sudoración, el aumento de la frecuencia cardíaca, sequedad bucal y tensión muscular por el aumento de un neurotransmisor dominante, la noradrenalina y de una hormona suprarrenal, el cortisol, también denominada la hormona del miedo.
Pero también disminuye en sangre otro neurotransmisor: la serotonina, lo que produce irritabilidad e inquietud.
Esta situación puede llevar a dos caminos finales: la huida o el ataque al agresor, según las características del individuo.
Cuando fallan los controles de estas reacciones por la presencia del estrés crónico, se va gestando desde la niñez un estado de alerta ante estímulos cada vez menores, llegando a provocar, ya en la adolescencia y en la adultez, arranques de furia que, en medio de lo irracional, pueden llevar al daño grave o aun al homicidio.
También la permanencia de estas situaciones anómalas pueden hasta llegar a desactivar la presencia de la amígdala como freno regulatorio, haciendo que el individuo se vuelva aparentemente frío y llegue a matar con crueldad y sin emociones.
Este modelado perverso de las estructuras cerebrales hace que prevalezcan los mecanismos "malos" sobre los "buenos", generando, a la vez, los malos pensamientos.
Es por esto que frecuentemente no es suficiente la asistencia psicoterapéutica en estos casos, sino que, además, debe recurrirse a la psicofarmacología para tratarlos.
Hay formas insidiosas que se instalan como germen de la violencia en nuestra sociedad. La arrogancia, la prepotencia, el doble discurso y el incumplimiento de reglas hacen que estallen focos de furia, como por ejemplo los protagonizados por grupos de damnificados recientes en algunos aeropuertos de nuestro país.
Otras formas de violencia son la corrupción y la impunidad. Y eso nos violenta a todos. Sin embargo, nos vamos acostumbrando a la corrupción. De ahí hay un solo paso hasta admirar o envidiar a los corruptos. Y de admirarlos a premiarlos, menos aún.
Como dice Mario Benedetti: "En la época de las bárbaras naciones, de las cruces colgaban los ladrones. Y ahora, en las naciones de las luces, del pecho de los ladrones cuelgan las cruces", refiriéndose a las condecoraciones y premios que injustamente muchos reciben.
Frente a la violencia, aparecen la ley y las normas como reguladoras. Sin ellas no existiría la comunidad.
Un viejo chiste (no tan chiste) dice así: ¿cuál es la mujer más violada de la Argentina? La Norma. La ley es una pauta para el desarrollo de una comunidad o una familia. De la buena internalización de la ley dependerá la instancia psíquica que regula la inserción de los individuos en los grupos humanos. Eso evita los desbordes violentos. Cuando el sujeto tiene la convicción de que la norma jurídica es buena en sí misma, la asimila de un modo tal que no puede siquiera vislumbrar la idea de una posible transgresión. La primera ley tuvo que venir de Dios, porque si no nunca se hubiera aceptado. Los diez mandamientos dictados por Dios a Moisés debieron incluir, y como una orden: no matarás. "Ley" en hebreo se dice halajá , y significa "camino". Camino para crecer. Si le cambiamos la letra hache de lugar, nos queda "alhaja". Ese es el valor de la ley.
Una ley que protege al otro y me protege a mí es para todos. Protege de lo arbitrario y del propio deseo. Sin embargo, no se trabaja en las escuelas con la incorporación de la ley, porque la ley quita privilegios, y el que los tiene no quiere perderlos.
¿Cómo establece la ley los conceptos psicológicos y jurídicos de la conducta normal y anormal?
Para la ley, la idea parte del supuesto básico de que el sujeto es normal y positivamente imputable. Por eso legisla solamente sobre la excepción si se refiere al criterio de inimputabilidad. Y por eso cuando se juzga la violencia se deben tomar en cuenta dos aspectos en la estructura del dolo. El primero es la voluntad criminal, y el segundo, la capacidad de comprensión del acto doloso.
Por eso la ley no pretende que el individuo tenga noción cabal de que está infringiendo una cláusula penal, sino que pretende que se haya dado cuenta de que ha cometido una mala acción.
Existe un histórico debate respecto del período límite de imputabilidad en nuestro sistema judicial.
Están aquellos que apoyan los proyectos de bajar la edad y otros que apuntan más a los planes de prevención y contención.
Sin duda que todo aquello que se dirija a fortalecer -en especial, en los estratos sociales de más riesgo- la educación, los planes nutricionales y los planes sociales de inclusión será lo más eficaz, en el mediano y largo plazo, para mitigar y prevenir los efectos de la violencia en el país.