¿Por qué es tan diferente la política en Uruguay y en la Argentina?
Nacieron de un mismo gajo, se formaron con colectividades similares, pero hubo un punto de inflexión: uno tuvo partidos y democracia, el otro cayó en pujas de movimiento
- 6 minutos de lectura'
Nacieron del mismo gajo, pero al crecer se diferenciaron. ¿Por qué son tan distintos en sistema político la Argentina y el Uruguay, si eran tan parecidos en su formación política?
Uruguay tiene democracia plena, según los estudios internacionales, y una postura privilegiada en “estado de derecho” en los rankings que miden países, mientras que la Argentina es escenario de una pelea bullanguera y sufre una “grieta” que impide convivir en un mismo espacio a los que piensan diferente.
El Uruguay tiene tres partidos políticos históricos que reflejan ideas diversas y que se alternan en el poder sin dramatismo, mientras que la Argentina se enreda en un menú de “frentes” que abarcan movimientos y alianzas puntuales, ya sea por coincidencias o conveniencias.
Ahí hay un punto: los partidos tienen estructura, dirigencia electa, normas de disciplina, seguidores con identidad política, y sobre todo, un conjunto de ideas y creencias que implican un lazo común. Y los movimientos o frentes electorales, tienen pasión, griterío, caudillismo, barras bravas en lugar de militantes políticos, gente que se acerca por un beneficio personal y no por una convicción.
Esa diferencia no es gratis, porque es otro factor que incide en la capacidad crediticia y el costo de dinero prestado. Uruguay coloca bonos de deuda en mercados exigentes (como Japón, fin de 2021), mientras la Argentina debe rogar al FMI para un préstamo que le permita pagar parte de anteriores préstamos. La prima de riesgo país de la Argentina es de casi 2.000 puntos y la de Uruguay de poco más de 100 puntos (plus en tasa de interés).
La Argentina pasó a vivir la política como en una cancha de fútbol y la militancia golpea el bombo para hacerse sentir –por ruido y no mensaje– y para evitar que se escuche al otro.
En Uruguay hay una confrontación dura y una contraposición de ideologías que se transmite con firmeza, pero ambas partes dialogan, negocian, se sientan a una misma mesa, se pasan el mando presidencial con cordialidad republicana. Últimamente las redes sociales deterioran el debate, pero eso no es así en las cámaras o en foros presenciales; no está ni cerca de lo que se sufre en Buenos Aires.
Aunque algunos se tienten con trasladar imágenes como la de “la grieta”, para reflejar la dureza del debate entre gobierno y oposición en Uruguay, eso no es correcto. La expresión argentina alude a una tierra partida donde no hay convivencia y “la grieta” no es una línea que marca el espacio de cada bando, sino una fosa que separa las partes, que impide que unos y otros se junten. En Uruguay hay choque de opiniones, pero sin eliminar la convivencia.
¿Por qué tan distintos?
En Uruguay hay partidos políticos longevos que mantienen vigencia y aun en tiempos de crisis, no se ha caído en el que “se vayan todos”. Hay un concepto de alternancia y de alternativa; no se contrapone al partido político que está en el poder contra la nada misma, sino con una expresión de oposición a la que se le deposita confianza.
Hubo una raíz política común.
Las primeras formaciones políticas rioplatenses emergieron a fin de la época colonial, cuando España cae ante la invasión napoleónica de 1808 y en el Virreinato del Río de la Plata la sociedad comenzó a discutir con dos facciones: unos detrás de Cornelio Saavedra y otros, junto a Mariano Moreno.
La pulseada entre los saavedristas y los morenistas derivaría en la puja entre republicanos y monárquicos; y posteriormente, entre federales y unitarios.
Aún separados y formados como estados diferentes, argentinos y orientales reprodujeron expresiones políticas e incluso derivaciones en combates bélicos, como la “Guerra Grande”
De la formación del Estado Oriental tras la convención de paz que dio punto final a la guerra argentino-brasileña, los principales caudillos Fructuoso Rivera y Lavalleja-Oribe, formaron bandos que se identificaron con divisas, una colorada y otra blanca.
Aquellos bandos, con partida de nacimiento en 1836, cuando comenzaron a usar esos colores, se fueron convirtieron en partidos políticos, lo que se consolidó entre 1880 y 1890, y eso se afirmó años después.
Mientras tanto, al inicio del siglo XX nacieron centros marxistas que en 1910 derivaron en la creación del Partido Socialista y su llegada al Parlamento con la primera banca en Diputados. Diez años después nació el Partido Comunista y luego ambos buscaron ampliarse, lo que lograron parcialmente en 1962 (con dos frentes; Fidel y Unión Popular) y luego con una construcción política sólida: el Frente Amplio, que fue tan amplio como para abarcar a comunistas, socialistas, anarquistas, socialdemócratas, y hasta demócrata cristianos.
Desde 1830, esas tres colectividades políticas han gobernado Uruguay: los colorados 134 años, los blancos 24 años, los frenteamplistas 15 años, la fusión de partidos 8 años y la dictadura militar casi 12 años.
En la primera mitad del siglo XX, en Uruguay marcó influencia el colorado José Batlle y Ordoñez con ideas modernas para la época y una legislación social que distinguió al país. Los blancos se opusieron con un líder paciente y persistente, Luis Alberto de Herrera, impulso de ideas liberales.
La izquierda construyó un plan de crecimiento y conquista de voluntades hasta llegar al poder en 2005, con su impronta, pero sin planes de refundación.
No han sido estructuras cerradas, ni tienen liderazgos hereditarios, sino que son colectividades abiertas, vivas y con renovación de dirigentes.
Este verano, el corte de cinta para inaugurar un nuevo gran museo en Punta del Este fue con los ex presidentes Julio María Sanguinetti (colorado) y José Mujica (frenteamplista), y el presidente actual Luis Lacalle Pou (blanco). A nadie le asombró, porque esa convivencia es natural.
Al tiempo de consolidar partidos, Uruguay tuvo partidos fuertes y líderes estratégicos y con capacidad de acordar (lo que implica ceder posiciones), para coparticipar en gobierno, para votar soluciones en crisis, o para tener gestos de buena voluntad.
Mientras tanto, también en mitad de siglo XX, la Argentina fue permeable a la irrupción de un movimiento con un general adicto al populismo: personalismo por sobre las ideas, y la necesidad de construir un enemigo –no un adversario– para aglutinar fuerzas.
Uruguay es la historia de acuerdos; la Argentina es el registro de peleas.
Nacieron de un mismo gajo, se formaron con colectividades similares, pero hubo un punto de inflexión a la hora de conformar un sistema político: uno tuvo partidos y democracia, el otro cayó en puja de frentes y movimientos. Por eso son tan diferentes.