Por qué es prioritario enfrentar a la cultura del descarte en el siglo XXI
Hay ciertas realidades, como la pobreza y la exclusión social, que duelen más allá de las posturas o las cosmovisiones que se tengan respecto del mundo. Esto sucede, quizás, porque se intuye la injusticia de la situación, que deja dolorosas secuelas de privación, sufrimiento y muerte.
Aunque a la mayoría la pobreza y la exclusión nos resultan moralmente inaceptables, nos hemos acostumbrado con demasiada naturalidad a convivir con ambas. Vivimos tiempos difíciles, sobre todo para los niños. En septiembre de 2018, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elaboró el Índice de Pobreza Multidimensional para saber cuántas personas sufren carencias múltiples y simultáneas más allá del dinero. Son 1300 millones, una cuarta parte de la población de los 104 países que se han estudiado. La mitad de esa multitud de pobres son niños. En Argentina, según las estimaciones de la Encuesta de la Deuda Social Argentina 2018 que realiza la UCA, el 51,7% de los niños y adolescentes de nuestro país, vivía en hogares pobres en términos monetarios. De ese universo, un 18,9% no logra hacerlo en niveles humanamente aceptables. Estos datos demuestran que existe un núcleo duro de pobreza estructural y de exclusión social.
Podremos construir una ética comunitaria que fundamente una política y una economía que garantice una vida digna para todos, que no subordine a la persona a la búsqueda del lucro y especialmente, que no tolere que el hombre se convierta en un mero instrumento
Para cambiar esta injusta realidad, un primer paso es comprenderla como un problema ético global, que interpela nuestra vida en común y no solo como un desafío técnico que se resuelve con tal o cual receta económica. Para ello, el discurso social del papa Francisco nos ayudará a enfocar el problema de manera más provechosa, si hacemos propio su diagnóstico de que vivimos en una "cultura del descarte".
Cuántas personas sufren carencias múltiples y simultáneas más allá del dinero: son 1300 millones, una cuarta parte de la población de los 104 países que se han estudiado. La mitad de esa multitud de pobres son niños
La cultura del descarte aparece cuando se considera al ser humano como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar o, dicho de otra manera, que se puede excluir. Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo o en la periferia, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
Advierte Francisco que una de las causas de esta situación, es la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. Así, el ser humano queda reducido a una sola de sus necesidades: el consumo. Se trata de una lógica, que es refractaria a la dimensión trascendente del hombre y de la naturaleza, que anestesia la conciencia humana, que favorece el predominio del goce sobre el deber y que exalta los valores materiales del tener por encima del ser.
Por ello, Francisco nos exhorta a decirle no a una economía de la exclusión y la inequidad que considera al ser humano como un bien de consumo. Debemos volver a poner a la defensa de la dignidad del hombre como una cuestión central y revalorizar el carácter sagrado, único e irrepetible de cada persona. Como plantea la filósofa Hannah Arendt, debemos concebir cada nacimiento humano "como un acto único, como un milagro, ya que cuando un hombre entra a un mundo que le es común a muchos otros hombres, tiene la facultad de realizar acciones nuevas en un universo de múltiples posibilidades."
Aceptamos pacíficamente el predominio del dinero sobre nosotros y nuestras sociedades. Así, el ser humano queda reducido a una sola de sus necesidades: el consumo
Frente a la magnitud y profundidad del problema de la pobreza y la exclusión, debemos abrir nuestro pensamiento a la dimensión trascendente del ser humano. Como fruto de esta apertura, podremos construir una ética comunitaria que fundamente una política y una economía que garantice una vida digna para todos, que no subordine a la persona a la búsqueda del lucro y especialmente, que no tolere que el hombre se convierta en un mero instrumento. Una ética de la alteridad, que nos ayude a comprender que nuestra vida no es realmente auténtica, si hay otras personas con enormes privaciones, que son excluidas y que no tienen un horizonte porque son descartables.
El discurso social del papa Francisco realiza un aporte fundamental para la sociedad: el de incentivar una reflexión ética que aborde el desafío de la pobreza y la exclusión en el siglo XXI. Un discurso que asume los desafíos del presente, basado en la interpelación que el Concilio Vaticano II realizó a todos los hombres de buena voluntad: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón…".