¿Por qué destruyeron los libros?
Por Carmen Verlichak Para LA NACION
Los dictadores, los soberbios, los fanáticos, los mezquinos, es larga la lista –y así sus pretextos– de quienes a lo largo de los siglos consumaron la destrucción de libros y monumentos culturales, ahora llamada “memoricidio”. La primera destrucción conocida sucedió hace 5300 años en el Súmer, hoy Irak, donde existieron los primeros libros de arcilla; los primeros también en desaparecer.
Y allí, en Irak, tuvo lugar el desastre cultural más importante de los últimos tiempos. El 12 de abril de 2003 fue saqueado el Museo Arqueológico de Bagdad. Ese día desaparecieron treinta y nueve objetos de gran valor y otras 14.000 piezas menores y se destruyeron todas las salas. Dos días después quemaron un millón de libros en la Biblioteca Nacional. Y así se siguió en Basora, Mosul y tantas ciudades que resuenan desde la antigüedad, como Tikrit, Nínive y Ur. Es cierto que los soldados norteamericanos no destruyeron estos centros culturales, sólo los dejaron morir, sin protección alguna. Y no deja de ser coherente esta actitud, ya que si no se protege la vida ¿a qué proteger los bienes intelectuales?
El libro es destruido por ser vínculo de memoria. Y esta actitud está lejos de ser patrimonio de ignorantes. Cuanto más culto es un pueblo o un hombre, más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos. Como Descartes, que pidió a sus lectores quemar los libros antiguos, o el celebrado profesor Vladimir Nabokov (el de Lolita , claro) cuando quemó el Quijote ante más de seiscientos alumnos.
Tampoco es una cuestión de épocas: en la guerra de la ex Yugoslavia desaparecieron más bienes culturales que en la Segunda Guerra Mundial.
Aun cuando sea difícil diferenciar entre libros perdidos y libros destruidos, más de la mitad –el 60%– se destruye en forma voluntaria, y el resto resulta de desastres naturales, accidentes o indiferencia. La destrucción intencional suele hacerse con fuego, que, además de eficaz, tiene aquello que el mito le trajo de vengador y aleccionador. Es lo que les espera a aquellos que han pecado con el conocimiento.
El venezolano Fernando Báez publicó recientemente Historia de la destrucción de libros , repitiendo la advertencia de Heinrich Heine: “Allí donde queman libros acaban quemando hombres”.
Cuando Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, George Rodger y David Seymour crearon la memorable agencia de fotoperiodismo Magnum, lo hicieron creyendo que, ahora sí, cuando el mundo viera lo que pasa ya no volvería a pasar. De esta manera fueron fotografiadas la guerra española, los interminables bombardeos de Londres, las campañas de Italia, los campos de concentración nazis, la carnicería de Ruanda, el sitio de Sarajevo, el Armagedón de la Guerra del Golfo, Afganistán y los miembros mutilados de los niños de Uganda. Y fue grande la desilusión sobre la eficacia de lo documentado. George Rodger abandonó el fotoperiodismo al tiempo; su conclusión fue que era inútil grabar la aplastante enormidad del horror. El registro de las iniquidades solamente serviría como documento para el futuro.