Por nuestros amigos de otra especie
Hace un año, Desireé D'Angelo descubrió que el paseador de sus tres perros los golpeaba. Lo denunció en las redes sociales y también en sede policial; el hombre había dañado a sus amigos de otra especie. La Justicia lo obligó a pagar una multa de $ 5000 más otros $ 1000 que la mujer había gastado en la consulta al veterinario.
El caso se viralizó y dejó a la luz una realidad que suelen ocultar las partes involucradas: las irregularidades que suelen registrarse durante los paseos caninos, de las cuales el maltrato del que fueron víctimas los perros de D'Angelo es la cara más cruel. A la vista de cualquiera se trasladan más ejemplares de los ocho admitidos por ley; se mezclan animales de tranco corto y tranco largo, lo que hace que el paseo no resulte confortable para ninguno, y los paseadores se dejan ver tomando sol en plazas mientras el grupo de perros a su cargo permanece atado y, paradójicamente, lo que menos hacen es pasear.
Trabajadores improvisados y/o negligentes, dueños desaprensivos que entregan a sus mascotas sin verificar si las caminatas transcurren según lo pactado y un Estado ciego que no controla que la actividad respete las normas vigentes -la inscripción del paseador, el límite de ejemplares, la colocación de bozales, la colecta de las heces- son el trasfondo de una cultura que atenta contra el bienestar animal.
Según la encuesta oficial más reciente, cerca de 430.000 perros viven en hogares porteños. Y casi el 70% de los vecinos habita en departamentos. Conviene entonces recordar por qué son importantes los paseos fuera de las viviendas. Representan una oportunidad no sólo para descargar energía y realizar ejercicios (lo que parece comprender la mayoría de la población) sino también para socializar, mediante la interacción con sus pares y con el medio ambiente. Por ser fundamentales para la salud física y emocional de nuestros canes, los especialistas recomiendan incluirlos en la rutina diaria, incluso en la de aquellos que tienen la suerte de habitar en una casa con jardín.
Los mismos especialistas señalan que los paseos deben respetar ciertas pautas claras para cumplir su objetivo. Por un lado, necesitan disponer de un espacio cómodo para caminar; que los grupos excedan la cantidad de perros permitida y mezclen animales de temperamentos diversos atenta contra ello. También tienen que disponer de la posibilidad de alternar ejercicio con descanso y de rehidratarse. Un detalle no menor para el cuidado de su integridad es la exigencia de que sean acarreados con collar y correa siempre; si bien las salidas al exterior conllevan un impacto positivo en el animal, a la vez se enfrentan a las amenazas de la gran ciudad que dista mucho de ser el hábitat natural del perro; sólo la contención de la correa, el collar o el pretal puede llegar a preservarlos ante una reacción no deseada ante un estímulo inesperado.
El apego a la normativa ayuda además a mantener una sana convivencia en el espacio público con los humanos, muchas veces no bien predispuestos al intercambio con los perros.
La Ciudad acaba de dar un primer paso importante para reordenar una actividad en la que la complicidad de múltiples actores, empezando por la del propio Estado, condujo a un descontrol que tiene a las mascotas como rehenes, pese a que en otros ámbitos sus derechos empiezan a ser reconocidos. La Agencia de Protección Ambiental (APRA) porteña relanzó el registro de paseadores de perros que se había abierto en 2005 y, pese a ser de inscripción obligatoria para quienes ejercen la tarea, apenas logró sumar un puñado de formalizaciones. No hay datos oficiales sobre la cantidad de paseadores que trabajan en la Capital, pero se estima que son miles y en su mayoría llegan sin los conocimientos mínimos indispensables para el manejo de perros.
Los interesados deben realizar la inscripción online. El ingreso al registro, que cuesta $300 con un cargo anual de renovación de $100, les provee de una credencial y un chaleco identificatorios. Pero, por sobre todo, los obliga a realizar una capacitación gratuita de dos clases semanales durante un mes, durante el que aprenden contenidos sobre comportamiento canino, salud, normativa, primeros auxilios y convivencia armónica en el espacio público. Finalizado el curso, deben aprobar un examen teórico práctico, informaron fuentes del Ministerio de Ambiente y Espacio Público.
La capacitación y la portación de los atributos que la acreditan son un valor agregado que permite, por un lado, a los paseadores ofrecer un servicio precedido por una suerte de recomendación oficial; hoy, todo depende del boca en boca entre los dueños. Por el otro, brinda una herramienta a los vecinos para una mejor elección de la persona en quien se depositará la vida y la integridad de nuestros perros durante algunas horas al día. Es decir, ayuda a la llamada tenencia responsable, pues también y en gran medida depende de las decisiones premeditadas de los particulares que sus animales no corran riesgos cuando salen a la calle.
Los paseadores inscriptos figurarán, afirman las fuentes, en la página web del gobierno porteño para que los vecinos puedan conocer la oferta de paseadores por comuna y puedan contactarlos. En una segunda etapa, prometen, los clientes podrán calificar a su paseador.
Es un primer paso. A la toma de conciencia de paseadores y dueños, será necesario que se sume el control estatal para detectar y sancionar a quienes ejercen la actividad sin respetar los requisitos en detrimento de nuestros amigos de otra especie. Para evitar que se repitan casos extremos como el de Desireé D'Angelo y otros, de distinta gravedad, que permanecen en el anonimato.