Por una ley de educación ambiental
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Días atrás recordé una escena de la película La guerra de las galaxias. En ella, miles de delegados planetarios intercambiaban ideas en una especie de Parlamento galáctico. “¿Cómo podrían ponerse de acuerdo? –pensé–, si en casa nos cuesta tanto, aún entre hermanos”.
Causa asombro y admiración imaginar siquiera el funcionamiento de un congreso interestelar, donde cada uno velaría por los intereses de su planeta, con su respectiva forma de gobierno (algunos más democráticos, otros más totalitarios), sus especies amenazadas, sus derechos conquistados –o pisados–, sus religiones, tradiciones, costumbres, gustos y un largo etcétera que incluye las características biológicas, geológicas, energéticas, espirituales y culturales de cada cuerpo celeste.
Desde que tenemos memoria, los seres humanos competimos entre individuos de la misma especie por comida, tierra, agua potable, dinero, amor, poder, religión y ciencia, a pequeña y gran escala. El resultado final, en términos de justicia social, económica y ambiental, no es muy positivo, más allá de la tendencia natural a tratar de ver el vaso medio lleno. El problema estuvo, está y estará en la construcción de consensos. ¿Quién tiene derecho a qué? ¿Por qué? ¿Con qué fin? ¿A quién perjudica? ¿Quién se beneficia? ¿Dónde empieza la libertad del otro? ¿Las especies pueden catalogarse como "otro"? ¿O solo intentamos consensuar entre humanos?
El individualismo, lamentablemente, es el rey de la época. Olvidamos el sentido de comunidad, que nos permite pensar y trabajar a mediano y largo plazo (tan alabados y necesarios). Construir un "imperio del bien" es un trabajo diario, estoico, que requiere deshacerse del egoísmo y pensar en los demás. Si planto un árbol hoy, tal vez no lo aproveche yo, pero sí mis nietos. Los que asumen funciones de gobierno, ¿trabajan en lo efímero o en lo eterno? ¿Dan pescado o enseñan a pescar? ¿Dan frutas y verduras o enseñan a cultivar? ¿Educan para un futuro mejor, o solo se concentran en los resultados a corto plazo para mantener un voto cautivo?
Seamos sinceros. En la Argentina nos creemos los mejores del mundo, pero a pesar de tener uno de los países más extensos geográficamente y con abundantes recursos naturales disponibles, la mitad de la población es pobre. ¿Dónde está el sentido de comunidad? ¿Dónde está la verdadera política, la buena administración del bien común? Entre chácharas, chicanas y tropiezos con las mismas piedras, cuesta verlo. Y no creamos, ni por un momento, que la responsabilidad es solo de los que trabajan en el gobierno. Una comunidad sostenible es una construcción colectiva permanente.
Convivimos con cientos de contradicciones y grietas. Y lo seguiremos haciendo, porque somos todos distintos, aunque no lo aceptemos. El error está en apartar las similitudes e insistir tanto en las diferencias, especialmente en términos de crisis climática y ecológica, porque estamos desperdiciando un tiempo que no tenemos para hacer el cambio estructural que debemos. Según la ciencia, muchos ecosistemas ya tienen fecha de vencimiento.
¿Y por qué digo todo esto? Porque no hay forma más fácil, práctica y efectiva de reincorporar masivamente el sentido de comunidad que comprendiendo la interconexión que existe en el ambiente. Podemos mencionar infinidad de razones por las que debemos contar con educación ambiental en todas las escuelas (de salita de tres a sexto año), universidades e instituciones educativas del país. Sin embargo, la razón fundacional es recuperar nuestra humanidad, la cual reclama nuevos consensos. Somos parte de una telaraña infinita de sucesos y responsables de los hilos que movemos. "Conocer es recordar", decía Platón. Quizá sea hora de empezar por las bases; de descubrir el "mundo mejor" que llevamos dentro.
La educación ambiental es la herramienta más poderosa de transformación socioambiental. Es un pilar estructural para evolucionar conjuntamente hacia una matriz socioeconómica colaborativa, del bien común, solidaria, autosuficiente, regenerativa y circular.
Hoy, una vez más, nos unimos para exigir una ley de educación ambiental (#LeyDeEducacionAmbientalYA). A esta altura, es una falta de respeto intra e intergeneracional carecer de una estrategia apartidaria, constante, participativa y federal que garantice una educación ambiental integral de calidad.
Si queremos vivir en un planeta justo, limpio y sano, comencemos por los cimientos.ß
*El autor es Fundador de Eco House Global