Por fin hay clases en Santa Cruz
Después de cinco meses, ahora la gran noticia es que las clases empezaron en Santa Cruz. Se perdió la mitad del ciclo lectivo y esto no desata más que comentarios tibios. No hay signos de que se esté viviendo un problema. Frente a esta indiferencia, yo me pregunto: ¿alguien puede creer, con la mano en el corazón, que esos chicos van a aprender lo suficiente de los grados que estén cursando? Por otro lado, ¿alguien duda de que todos van a pasar de grado/año, independientemente de lo que hayan aprendido?
Lógico, dirán muchos, ¡no vas a penar a los chicos por una pelea de grandes! Lógico, digo yo, ¡mejor condenémoslos a que vayan por la vida sin lo que necesitan para tener un trabajo digno, para organizar su vida, para ser ciudadanos! Total, el certificado lo van a tener... En el fondo, todos sabemos que los que pagan el pato son los chicos. Pero por supuesto es políticamente incorrecto decir estas cosas en voz alta. Mejor, autocensurémonos y digamos: ¡de eso no se habla!
Esto es un indicador del lugar real que tiene la educación -o mejor, el conocimiento- entre nosotros. Y aclaremos que lo de Santa Cruz es evidente y nos permite (a algunos) escandalizarnos. Pero el tema es más común de lo que creemos. Hay provincias que tienen una normativa explícita frente a estas situaciones: está reglamentado que si en un curso (generalmente del secundario) no se logra nombrar al profesor de la materia a lo largo de todo el año, automáticamente a estos alumnos se les da por aprobada la materia ¡sin que sepan nada! ¿Qué tal si esa materia es matemática o lengua, de moda ahora para medir la calidad del sistema educativo? ¿O biología o física, que son las que tienen menos oferta de profesores? ¿Da lo mismo que alguien salga con una, dos o tres materias menos de su secundario? El título "por decreto" no le hace bien a nadie, no le hace bien al alumno, pero tampoco nos hace bien a todos nosotros, a la sociedad. Somos nosotros los que tenemos que exigir que frente al derecho de huelga exista el derecho de aprender lo que hay que aprender, los que tenemos que exigir que la negociación no sea un "como si" de recuperación de clases que, todos sabemos, es una gran simulación que en la práctica no se hace.
No se hace porque los gremios ponen el grito en el cielo si se le llegara a ocurrir a alguna autoridad que se cumpla lo pactado, pero tampoco se hace porque muchas familias priorizan usar esos días como vacaciones. Sólo miremos lo que pasó en la provincia de Buenos Aires en estas vacaciones de invierno, cuando las autoridades se atrevieron a pedir que se recuperaran clases en las 2000 escuelas que las habían perdido, que, entre paréntesis, siempre son las de los más vulnerables.
Todos tenemos que preguntarnos qué hice yo para que esto se arregle; qué hice para frenar la deblacle educativa aunque sea un poquito; qué hice para defender -en serio- la escuela pública. No para declarar la defensa de la escuela pública, sino para llevarla adelante. ¿De qué lado estoy? Porque el tema no es fácil. En todos los países del mundo hacer lo que hay que hacer en educación ha traído conflicto, pero cuando se pasa esta etapa, la recuperación multiplica los efectos y los buenos resultados aparecen en los lugares menos esperados.
La vuelta a clases es una buena noticia. Pero no pasa de ser una noticia coyuntural si no se toma en serio que lo que importa no es el acto formal, sino volver a darles a esos chicos las oportunidades de aprendizaje que les estamos negando. Y eso es una responsabilidad de los mayores, de los padres, de quienes conducen la escuela, de quienes son responsables de la educación en el territorio y de las organizaciones sindicales que tienen que ser lo suficientemente capaces e inteligentes para defender sus derechos sin ofender los derechos de los chicos, que en esta historia son los más débiles.
Departamento de Educación (UCA)