Por un feminismo que no estigmatice al hombre
Es innegable que celebrar un nuevo Día de la Mujer representa una fiesta donde poder congregarnos, expresarnos y sentirnos más unidas que nunca, en ese afán de seguir anhelando la conquista de mayores derechos, luego de siglos de sentirnos relegadas en nuestros entornos más inmediatos y mediatos.
Es innegable que lo que hemos logrado a través de movilizaciones interminables desde el siglo XIX, culminó en una magnifica determinación en el año 1975 por parte de las Naciones Unidas de fijar que el 8 de marzo sea el Día Internacional de la Mujer en el mundo entero.
Es innegable que aún hoy numerosas mujeres sufren abusos y malos tratos. Es innegable que aún una gran cantidad de mujeres padecen enormes injusticias cuando desean ocupar espacios, que parecen no estar destinados más que para los hombres. Es innegable que existe la trata de personas, y que las mujeres suelen ser las mayores víctimas en esta industria miserable. Es innegable que en lo que va de 2020 ya se contabilizan 70 femicidios; se calcula que en Argentina se produce un femicidio cada 30 horas, y se estima que 9 de cada 10 asesinos suelen ser conocidos de sus víctimas (maridos, ex novios, vecinos, etc).
Pero también es innegable, que, afortunadamente, el paradigma que encuadra y moviliza las relaciones entre hombres, mujeres y la comunidad LGTB, a través de las nuevas generaciones que nos vienen sucediendo, ha logrado un giro copernicano en nuestras relaciones sociales, y analizar con categorías del siglo XIX o XX, relaciones que hoy presentan un formato absolutamente distinto y superador, es erróneo, prejuicioso y muchas veces violento.
Hoy nos encontramos empoderadas debido a que muchas de nuestras demandas se hicieron escuchar, y esto es maravilloso. Y por supuesto que necesitamos seguir luchando para seguir logrando un mayor espacio. Lo que no resulta maravilloso es abusarse del poder conquistado, pretendiendo reducir a la totalidad del género masculino, responsabilizando a todos los hombres de todos los maltratos que nos aquejan. Esto más que luchar contra la violencia es mera violencia, y va en contra absolutamente de la integridad con la cual encaró el feminismo en el pasado su lucha para lograr todo lo conquistado.
El domingo último en un día fantástico, en un nuevo 8 de marzo, se podían leer carteles en calles y redes sociales, estigmatizando a los hombres, expresando la importancia de defendernos de ellos, antes de que nos hagan algo terrible que tal vez jamás harán; mujeres, adolescentes y niñas portando mensajes absolutamente discriminatorios contra "el hombre" para poder defender su lugar de "mujer". Culpar a los hombres ex ante por los presuntos maltratos que pudieran ejercer sobre las mujeres, víctimas latentes, en todo tiempo y espacio, es delirante y absolutamente prejuicioso.
Existen mujeres valientes, que en defensa de un flagelo terrible, militan y luchan para poner fin a la miserable y repudiable violencia de género, y lo demandan con excelsa dignidad e integridad, pero existen al mismo tiempo, mujeres que cometen un pecado capital, el de la codicia frenética de colocarse en un lugar despótico, pretendiendo que todos los hombres del mundo sean caratulados como "los hombres que lastiman y matan mujeres", reclamando que deben pedirnos perdón por aquello que la gran mayoría jamás hicieron ni harán.
Este lunes 9 de marzo las mujeres convocaron a un paro de sus trabajos y a marchar en todo el país. La consigna emblema: "vivas, libres y desendeudadas nos queremos, aborto legal ya". Al margen del pedido por el aborto legal, tema que enfrenta a dos colectivos de mujeres, una idea central en esta movilización, es que se vuelva a visibilizar el flagelo de la violencia de género en todo el mundo y la necesidad de un estado de emergencia para poder enfrentar a los femicidios.
El reclamo más que nunca, sigue siendo genuino, necesario y urgente. Las mujeres debemos poder transitar por las calles, trabajar y relacionarnos en sociedad sin miedo a ser atacadas constantemente.
Sin embargo, aquello que sigue siendo improcedente, es que el enojo, la indignación y el derecho a pedir seguridad e integridad para que hombres miserables dejen de atacarnos, no se confunda con enfrentarnos contra el género masculino en su totalidad, porque si entramos en esta persecución generalizada nuestro desafío en nada se parecerá a la anhelada lucha por la igualdad, y nos alejará ostensiblemente del genuino ideal feminista.