Por el camino de Sarmiento
Hoy, día del natalicio de Domingo Faustino Sarmiento, los argentinos tenemos la oportunidad de volver a la figura del gran educador para recuperar, más que nunca, el rol del Estado para el proyecto de país que soñó quien fue una de las mentes más poderosas de América. Necesitamos generar las condiciones para que hombres y mujeres desarrollen todo su talento, tenemos un capital humano riquísimo que merece ser incentivado y apoyado.
Cuando Sarmiento asumió la presidencia de la Nación, lo hizo con la convicción de que estas tierras se convertirían en una patria con oportunidades y valores comunes para todos sus habitantes. Soñaba con hacer cien ciudades como Chivilcoy. Soñaba con el progreso. Sin dudas, veía en nuestro territorio un potencial inagotable para el que sembró semillas que aún hoy seguimos cosechando.
La Argentina nació en la escuela, en la de la ley 1420 por él inspirada, que hizo que aquellos que descendíamos de los barcos como hijos de italianos, españoles, judíos, polacos e ingleses, entre tantos otros orígenes, nos sintiéramos iguales merced a un guardapolvo, saberes y valores comunes. Y que cantando el himno y honrando a la bandera nos reconociéramos compatriotas, integrantes de una gesta colectiva, una aventura conjunta.
Sin embargo, esa ley también tuvo detractores. No fue fácil en aquel momento llevar adelante la que sería la norma educativa más valiosa de la historia. Fueron numerosas las voces que se alzaron en contra. Por ejemplo, generó una campaña de hostigamiento contra las profesoras estadounidenses contratadas para formar las maestras y los maestros que nos liberaron del analfabetismo antes que cualquier otro pueblo del continente.
El presidente Roca promulgó esa ley a pesar del rechazo de algunos sectores influyentes. Supo perder gran parte de su capital político para sostener la medida. Lo hizo con la íntima convicción de que era un costo que debía pagar para sentar las bases de un futuro que, por entonces, pocos podían atisbar.
Sarmiento tuvo también mayúsculas disputas con los opositores de su tiempo. Es conocida la anécdota que describe que, tras una álgida puja por la construcción del parque que oficiaría de pulmón verde de la gran ciudad que vislumbraba, pidió a los taquígrafos que registraran especialmente en las actas las opiniones de sus adversarios, para que las generaciones que lo sucedieran tuvieran verdadera dimensión de las batallas que le tocó librar.
Más allá de las insalvables distancias, quienes hoy tenemos la responsabilidad de desarrollar políticas educativas sabemos que vamos a encontrar piedras en el camino porque algunos sectores todavía priorizan sus intereses por sobre los de la nación, siguen anclados en privilegios pasados mientras la educación dirige su mirada hacia adelante. Debemos sortearlas convencidos del rol transformador de la escuela, para volver a hacer de ella el motor de crecimiento de nuestra patria, el puntal de la movilidad social ascendente, la llave que abre las barreras que imponen nuestros propios límites.
Por eso nos orientamos a 2030, año en el que egresarán quienes hoy dan sus primeros pasos en el mundo escolar. Apostamos a la escolarización temprana profundizando la alfabetización digital; transformando de fondo la escuela secundaria, para que sea un trayecto de enseñanza y aprendizaje atractivo; jerarquizando la formación y capacitación de los docentes. Articulamos becas Progresar, una propuesta que estimula la concreción de los estudios en los sectores más desprotegidos. Distinguimos las vocaciones alineadas con las áreas estratégicas para el desarrollo de nuestro país, para que los sueños individuales puedan inscribirse en un proyecto colectivo.
La escuela es el lugar donde se generan y se transmiten saberes significativos, se construye ciudadanía y se educa en valores. Los afanes realizados durante tantos años nos permitieron alcanzar un sistema educativo público, gratuito y laico. El desafío de este momento es recuperar calidad para llegar a la justicia educacional, que permita salvar las brechas socioeconómicas y desplegar el porvenir con iguales posibilidades para todos, más allá del lugar geográfico de nacimiento y la condición de la familia.
Como dijimos, el país que conocemos nació en aquellas aulas que crearon la argentinidad y nos proyectaron al futuro. Es nuestro compromiso aceptar el reto que impone esta coyuntura inspirados en ese mismo ideal: una Argentina diversa y justa. Los gigantes de nuestra historia nos enseñaron el camino. Debemos seguirlo para que nos conduzca hacia una nueva escuela. Ella generará la Argentina del siglo XXI, nada menos. No hay, en esta fecha, mejor homenaje a Domingo Faustino Sarmiento que seguir haciendo de la educación la mayor fuente de libertad.
Alejandro Finocchiaro, Ministro de Educación de la Nación