Populistas de derecha, en guerra con la historia
Ya no son solo los conservadores estadounidenses como Dinesh D'Souza y Jonah Goldberg quienes promueven la idea falsa de que el Partido Nazi era un movimiento de izquierda. Ahora, el presidente brasileño Jair Bolsonaro se ha metido en el tema.
Además de argumentar que los nazis eran en realidad izquierdistas, Bolsonaro también afirmó que los nazis pueden ser perdonados por lo que hicieron. El presidente israelí, Reuven Rivlin, condenó el comentario y agregó: "Los líderes políticos son responsables de dar forma al futuro. Los historiadores describen el pasado e investigan lo que sucedió. Ninguno de los dos debe adentrarse en el territorio del otro".
Sin embargo, durante décadas, los líderes populistas han venido deformando el pasado con entusiasmo y jugando con la memoria y las experiencias de las víctimas. Todo eso con fines políticos. De hecho, en particular la distorsión de la historia nazi ha sido una característica clave de la marca populista. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ahora aliado a partidos racistas y xenófobos en Israel y en el extranjero, también había desfigurado la historia del Holocausto para que se ajustara a sus intereses políticos, al presentar a un líder palestino pronazi del período de entreguerras como un actor clave, un factor ideológico central en el exterminio de los judíos de Europa. Según Netanyahu, Adolf Hitler pidió asesoramiento al muftí de Jerusalén en 1941 para planear qué hacer con sus futuras víctimas judías: "¿Qué debo hacer con ellos?" Y el muftí respondió: "Quemarlos". No hay evidencia histórica de que este tipo de diálogo haya tenido lugar.
¿Por qué los líderes populistas quieren perdonar o desplazar la historia real del nazismo? Porque a medida que estos líderes se inspiran en la letrina de la ideología, la retórica y las tácticas fascistas, tienen que neutralizar la historia del fascismo para normalizar su política. En esa revisión, el fascismo se convierte en algo más mítico que histórico, y se presenta como algo que no es tan malo, o que ni siquiera es fascismo.
La reescritura mítica o ficticia de la historia es fundamental para el proyecto populista. Bolsonaro lo está haciendo no solo con el pasado nazi, sino también con la historia de su propio país. Quiere celebrar oficialmente el golpe de 1964, que llevó a la dictadura militar más extrema de su historia. Además, presenta falsamente a esta dictadura como la que estableció la democracia en Brasil, e incluso argumenta que no fue una dictadura en absoluto. Para aquellos que asisten a su defensa de la violencia política y su deseo de acumular más poder, el intento de Bolsonaro de encubrir el pasado dictatorial de su país es preocupante.
El año pasado, Bolsonaro conversó con Viktor Orban, el líder populista de Hungría, que cada vez se vuelve más racista y más autocrático. En dicha conversación, Bolsonaro le dijo a Orban que el pueblo brasileño no sabe lo que es una dictadura, y en esa y otras ocasiones ha sugerido que la junta militar que dirigió el país desde 1964 hasta 1985 no lo era. Sin embargo, todos los historiadores y académicos de Brasil que han estudiado ese régimen autoritario han sostenido lo contrario. De acuerdo con la Comisión Brasileña de la Verdad, la dictadura brasileña que Bolsonaro quiere conmemorar fue responsable de 434 muertes y desapariciones de sus oponentes, así como la masacre de más de 8000 miembros de pueblos originarios.
A la hora de normalizar, incluso celebrar, estos regímenes tan letales, Bolsonaro no se limita a su versión de la historia de su país. El presidente brasileño ha elogiado a varios dictadores, entre ellos el expresidente chileno Augusto Pinochet, que fue arrestado por numerosas violaciones de derechos humanos, y el expresidente paraguayo Alfredo Stroessner, que mantuvo a su nación bajo la ley marcial durante casi todos sus 35 años en el poder .
Al presentar a estos dictadores como salvadores de sus países, Bolsonaro está simplemente reemplazando la historia con el mito. El pasado se ha convertido en una dimensión principal de aquellas formas de hacer política que Hannah Arendt llamó la "mentira organizada". En este contexto, los políticos usan la "falsedad deliberada como un arma contra la verdad". En este mundo revisionista, actual y alternativo, los puntos de vista más irracionales, mesiánicos y paranoicos se presentan falsamente como historia.
El estilo y la sustancia de Bolsonaro, impregnados de violencia política, chauvinismo nacional y glorificación personal, presentan rasgos distintivos de fascismo. Pero es su manipulación de la historia la que verdaderamente revela cómo el régimen de Bolsonaro podría estar pasando del populismo al fascismo. Su decisión de celebrar el golpe de 1964, que puso fin a la democracia en Brasil, es una acción que recuerda a los fascistas clásicos como Hitler y Benito Mussolini, que después de ser elegidos y nombrados para dirigir gobiernos de coalición, destruyeron a la democracia desde adentro.
Como gobernantes, Hitler y Mussolini inventaron un pasado mítico que identificaba a los emperadores y guerreros heroicos como meros antecesores de su gobierno. Tal vez con menos grandilocuencia que el Duce y el Führer, Bolsonaro pretende vincular a su gobierno con el de los dictadores latinoamericanos del pasado. Si los líderes fascistas crearon un mito del fascismo que los estableció como encarnaciones vivientes de un pasado dorado simplemente inventado, Bolsonaro inventa y quiere personificar una era mítica de las dictaduras latinoamericanas.
Los seguidores más fervorosos de Bolsonaro entienden perfectamente esta dimensión, llamándolo "mito". Es claro que Bolsonaro no tiene interés en las complejidades de la historia, sino que ha usado la historia como una mera herramienta de propaganda.
Todavía no está claro qué tan lejos irá Bolsonaro en este camino abierto del populismo al fascismo. Más allá de celebrar los recuerdos del fascismo y las dictaduras, los populistas de derecha como Bolsonaro no traducen automáticamente su retórica extremista en una práctica fascista o dictatorial. Por supuesto, los populistas como Bolsonaro, Orban, Donald Trump en Estados Unidos y Matteo Salvini en Italia, ejecutan políticas de discriminación, violencia y creciente desigualdad. Pero lo han hecho, al menos hasta ahora, sin destruir la democracia en su conjunto.
En general, sus movimientos más antidemocráticos son simbólicos. Los ataques contra los enemigos políticos generalmente no van más allá de las palabras. Y aquí radica una diferencia entre el fascismo y el populismo. A diferencia de los líderes fascistas, el líder populista prefiere la retórica violenta sin respaldar sus dichos con acciones violentas. Como declaró el general Juan Domingo Perón, el primer populista que llegó al poder después de la caída del fascismo en 1945, su forma de liderazgo era la de un "león herbívoro".
¿Es Bolsonaro también este tipo de león pacífico, dispuesto a rugir pero no a devorar? Bolsonaro se encuentra en la frontera entre el fascismo (una dictadura) y la forma democrática del populismo. Cuando quiere celebrar la dictadura y encubrir el pasado nazi, se parece muy poco a los populistas clásicos como Perón y mucho más a Hitler y Mussolini.
¿Creará Brasil un fascismo del siglo XXI? Esto todavía no está claro, pero el preocupante acercamiento de Bolsonaro a la retórica fascista cada vez más extrema debe ser, para aquellos que creen en la democracia, una señal de que deben resistir el aumento del autoritarismo no solo con votos, disensos y manifestaciones, sino también con la defensa de la historia.
El autor es profesor de historia y director del Janey Progam en Estudios de América Latina en la New School for Social Research de Nueva York; autor del libro Del fascismo al populismo en la historia