Poner límites al homo videns
Cuando perdí la visión por primera vez (la he perdido y recuperado varias veces), me encontré con que ¡oh, sorpresa! seguía viendo. Y ahí reparé que en realidad lo de estar viendo sin ver nos sucede a todos. ¿Acaso no se nos suelen generar imágenes visuales -rostros, paisajes, etcétera- al leer un texto, escuchar un relato o bien a partir de cualquier otro estímulo no visual? Esto ya nos da una idea de la preponderancia que ha adquirido la dimensión visual en el ser humano.
La definición de "ver" (percibir por los ojos los objetos mediante la acción de la luz) hace referencia a la necesidad de un elemento adicional que no siempre está presente. No por casualidad el miedo a la oscuridad es un clásico.
Su segunda acepción -percibir por cualquier sentido o por la inteligencia-, junto a tantas otras expresiones -por ejemplo, "no se ve bien sino con el corazón" o "tiene que ver"-, demuestra la gran potencia metafórica que le imprimimos a este verbo. Y sí, la importancia que le otorgamos a la percepción visual también está reflejada en nuestro lenguaje.
Mientras el estudio de las interrelaciones entre las capacidades humanas es toda una asignatura pendiente, yo he podido comprobar que, cuando mis retinas han dejado de funcionar, los otros sentidos se agudizaban. ¿Qué ocurría antes con el olfato, el gusto, el oído y el tacto, que no lograban desarrollarse en toda su plenitud? ¿No es obvio que la vista las asfixiaba? La antropóloga Diane Ackerman, en su ensayo Una historia natural de los sentidos, califica a la vista de "monopolizadora".
¿Puede la vista también atentar contra otras capacidades, como la cognoscitiva, la imaginativa y la creativa?
El politólogo italiano Giovanni Sartori dedicó su libro Homo videns. La sociedad teledirigida a analizar la supremacía que tiene la imagen visual sobre la palabra. Allí sostiene que la sobredosis del ver -y de ver TV- debilita el intelecto. Así resume su tesis: "Un mundo concentrado sólo en el hecho de ver es un mundo estúpido; el homo sapiens, un ser caracterizado por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en un homo videns, una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende".
Respecto de la imaginación, es sabido que despunta cuando nos exponemos a la palabra, oral o escrita. En lo personal, eso ocurrió durante los lapsos en los que mis nervios ópticos han estado inactivos. Por eso me arriesgaría a decir que, cuanto más veamos, probablemente menos imaginemos. Esto coincide con lo que opina el sociólogo chileno Pablo Huneeus en su ensayo La cultura huachaca; uno de sus capítulos se titula "La imagen que atrofia la imaginación".
La escritora sueca Karin Neuschutz, en su obra Vivir o ver televisión, le adjudica a la TV "la pérdida de toda creatividad en los niños". En síntesis, me animaría a concluir que la vista tiende a inhibir una infinidad de capacidades, tanto físicas como mentales y espirituales.
Ahora, ¿deberíamos resignarnos a esto como si fuese un hecho consumado? He aquí la clave de la respuesta: el ojo es el único órgano sensorial que está anatómicamente diseñado para cerrarlo cada vez que queramos... ¡dejamos caer los párpados, y listo! La vista, que parece tan imprescindible, es un sentido netamente voluntario.
En definitiva, mi hipótesis es que estamos dotados de la posibilidad de regular permanentemente a la vista para compensar su impulso acaparador.
Permítaseme exagerar para plantear cuáles podrían ser las consecuencias de someternos al imperio de la vista. Si nos rigiéramos estrictamente por lo visual, que nos muestra completamente separados entre sí a los que, en verdad, conformamos un todo, ¿no nos sumergiríamos en el individualismo y la disociación?
Si nos dejáramos bombardear constantemente por imágenes visuales, cada una de ellas con demasiada información como para ser asimilada instantáneamente, ¿no nos volveríamos esclavos de la inmediatez y el prejuicio?
Si nos atiborráramos de sensaciones visuales, que provienen directamente del mundo físico y, a su vez, corresponden mayormente al aspecto exterior de los objetos, ¿no nos quedaríamos atrapados en el materialismo y la superficialidad?
La vista es maravillosa y muy útil, por supuesto. Pero "¡todo en su justa medida y armoniosamente!". Hay un proverbio oriental que viene a cuento: "El párpado es al ojo como la humildad es al hombre".
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