Poner fin a la anomalía, eso sí beneficiaría a todos en la Argentina
Iglesia: mientras su predicación suene partidista, su autoridad moral será mermada; mientras consideren al peronismo más legítimo que los demás partidos, habrá grieta y más grieta
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El Papa nombra a quien quiere. Felices los fieles, felices todos. Suponiendo que los fieles estén contentos. Pero de la Iglesia, como de todo, todos podemos opinar. Antes era peligroso, hoy lo es menos. Y tan importantes son sus nombramientos que no opinar es imposible.
Voy al grano: ¿es oportuno el nombramiento de monseñor García Cuerva arzobispo de Buenos Aires? ¿Beneficia a los católicos? ¿Beneficia al país? ¿Beneficia a los “pobres”? Imposible decirlo ahora, se evaluará en su momento. Pero tengo mis dudas y explico por qué. Empiezo por la oportunidad: nadie discute sus cualidades humanas, lo más importante. Pero dado el papel al que está llamado, también cuentan otras cualidades: ecuanimidad, equilibrio, equidistancia. Cualidades exigidas a cualquiera que gobierne masas tan grandes y heterogéneas. ¿Es ese su caso? Que se declare peronista, que elogie la militancia, que lo haga desde el púlpito citando a Perón como si fuera el Evangelio, no es un buen viático.
Muchos argentinos dan por sentado que la Iglesia hace política: siempre ha sido así. Pero hay maneras y maneras. Hacerlo de forma tan descarada es una anomalía. Huele a régimen confesional, a Rusia o a Irán: una fe, un partido. Sacerdotes políticos, se dirá, siempre los ha habido y siempre los habrá. Cierto, pero no se los nombra para puestos tan importantes. Es demasiado divisivo. Al Papa le gusta decir que la Iglesia hace “alta política”, no política “partidista”. Pero ¿más partidista que eso? A no ser que el peronismo sea para él distinto de un partido; que sea la “religión de la patria”, el brazo de la “nación católica”. Así lo entendían sus amigos “guardianes” y tercermundistas. Si es así, este nombramiento es un tremendo salto atrás en la cultura democrática del país.
¿Beneficia a los católicos porteños, subordinados a un obispo peronista? No hace falta ser adivino para darse cuenta de que el mayor blanco del nombramiento son ellos. Después de estudiarlo bastante, me convencí de que al Papa, políticamente, le gusta vengarse. Podría haber elegido un perfil más desdibujado; quiso humillar a sus adversarios, imponer al más afín a él. El mensaje es obvio: Bergoglio puede ser mortal, el bergoglismo no. De la mano de García Cuerva gobernará por mucho tiempo: es una hipoteca sobre el futuro, un acto de imperium, una provocación. Y es una vieja historia: la historia de la dominación nacional-popular en la Iglesia, de la eterna derrota del catolicismo liberal. Lástima: la historia argentina habría sido muy distinta si este hubiera prevalecido.
¿Y el país? ¿Se beneficiará? ¿García Cuerva pacificará los ánimos, fortalecerá las instituciones, fomentará el diálogo? Ojalá. Pero no lo creo. Quizás al principio, en luna de miel, pero luego no. ¿Cómo va a arreglar la grieta un ferviente peronista al frente de la diócesis menos peronista? No se apaga el fuego echando gasolina al fuego. Solo acabará exacerbándolo. Y debilitando aún más las instituciones republicanas. Esto también es una vieja historia. La Iglesia, según un apologista, “está por encima de los partidos y expresa convicciones comunes a todos los partidos”. ¡Una enormidad! Ni el nuevo diocesano está “por encima de los partidos” ni “todos los partidos” comparten sus convicciones: la democracia es pluralidad. Pero así piensa el Papa, que por mano de su emisario seguramente intentará perimetrar la cancha a las autoridades electivas, impedirles salir del cauce de la “nación católica”. Como si la Iglesia, y no ellas, encarnara la soberanía popular. El nuevo arzobispo enfrentaría así como ya es costumbre al “pueblo de Dios” con el pueblo de la Constitución. Y lo desataría contra los gobiernos legítimos cuando las reformas por las que fueron votados suenen, a su criterio peronista, “antinacionales y antipopulares”. Las marchas de protesta, entonces, partirían del santuario de San Cayetano bajo la insignia del Papa: otra anomalía. Ya pasó. Puede volver a pasar.
Al menos beneficiará a los “pobres”, pensarán muchos, a los “humildes”, como con odioso paternalismo nos hemos acostumbrado a llamar a un vasto y compuesto conjunto de personas. ¿Quién puede negar que el arzobispo los ama, los defiende, los apoya? Creo poder descartarlo. Desde que la Iglesia argentina los convirtió en el corazón de su apostolado, hace sesenta años, han crecido a pasos agigantados; la pobreza no ha hecho sino empeorar. Si es la protectora de los pobres, su protección no está funcionando. ¿Que esté haciendo algo mal? ¿Que se equivoque sobre sus causas? La historia está llena de personas bienintencionadas que, sin quererlo, allanan los caminos del infierno; la vida gotea amores tan intensos que asfixian a los seres queridos. Respecto de la pobreza, la Iglesia es parte del problema. ¿Lo admitirá alguna vez un religioso peronista?
Improbable. Ineficaces contra la pobreza, García Cuerva y los demás curas villeros devotos de “santa Evita” han sido más eficientes a la hora de defender las fuentes que la producen. Tanto como para legitimar la sospecha de que, conscientes o no, prefieran conservar el rebaño a riesgo de que prosperando se “corrompa”, se autonomice y secularice. ¿Alguien los recuerda levantándose contra el abuso kirchnerista del gasto público improductivo? ¿Contra la explosión del empleo público? ¿Contra las causas de la inflación, los efectos del proteccionismo, del chantaje sindical, de los obstáculos a la inversión privada? Sin embargo, así es como se mata a un sistema productivo, así es como se fabrica la pobreza. Luchaban contra el “neoliberalismo”, protestaban contra el Fondo Monetario. ¡Como si en Escandinavia marcharan contra la proliferación de cebras!
Ante este nombramiento, uno se pregunta si el Papa y la Iglesia entienden que son una de las causas, no víctimas ni espectadores neutrales de la grieta. Si de verdad les importa reducirla, o la necesitan para ejercer su poder. Mientras su predicación suene partidista, su autoridad moral será mermada. Mientras consideren al peronismo más legítimo que los demás partidos, habrá grieta y más grieta. Sería tan sencillo: al César lo que es del César; al César elegido por el pueblo de la democracia, no al César no elegido por el “pueblo de Dios”. Y a Dios lo que es de Dios, dejando en paz “patria y pueblo”, que no son de nadie. Poner fin a la anomalía, eso sí beneficiaria a todos.
Ensayista y profesor de historia en la Universidad de Bolonia