Políticos, de la “vaca atada” a los cisnes negros
Oficialismo y oposición crean coaliciones novedosas, pero sus dirigentes atrasan y siguen en el siglo XX
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Las rígidas estructuras de los partidos políticos, eficientes durante el siglo XX para dar andamiaje y previsibilidad a las democracias de Occidente, crujen en la actualidad. Insuficientes y perimidas, están siendo superadas por las acuciantes demandas de sociedades que dejaron de ser observadoras dóciles y pasivas.
Eso también sucede en la Argentina: los tradicionales partidos políticos se unen a otros más nuevos en coaliciones heterodoxas y hasta contradictorias, tanto en el oficialismo como en la oposición. Pero rápidamente desilusionan porque sus dirigentes no están a la altura de las circunstancias, atrasan con discursos enmohecidos, se pelean como chicos en la escena pública, y terminan implementando decisiones que en vez de facilitar la vida en sociedad la complican cada vez más y hasta imponen decisiones ruinosas a actividades pujantes.
En un principio, sus originales y hasta muy audaces conformaciones partidarias llenan de entusiasmo a sus simpatizantes. En el Frente de Todos, la alianza entre el ultrakirchnerismo y sectores que lo repelían hasta los primeros meses de 2019 (encabezados entonces por el actual presidente de la Nación, Alberto Fernández, y el hoy titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa) suponía una entente que dejaría atrás las rencillas internas para avanzar en pos de un país mejor.
Otro tanto sucedió en Cambiemos (hoy, Juntos por el Cambio) con la consolidación del trípode fundacional de esa coalición (Pro, UCR y CC), en continua ampliación desde hace tiempo (con el ingreso del peronista Miguel Ángel Pichetto, la llegada del socialista Roy Cortina y el inminente desembarco de Margarita Stolbizer). Además, pese a la derrota nacional de 2019, se profundiza la sólida convivencia entre perfiles bien diferenciados (Macri, Carrió, Larreta, Vidal, Bullrich, Manes, Cornejo, Lousteau, Morales, Santilli, Jorge Macri, y siguen las firmas).
Pero después, a la hora de hablar y de ejecutar (tanto el gobierno anterior como el actual), dejan muchísimo que desear. Los primeros (FDT) se repliegan en su vértice más extremo (el cristinismo) y apelan a consignas toscas y primitivas (como el vacuo “no somos un país de mierda”, del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero) o brutales que espantan (como decir que el macrismo es peor que el nazismo, alocada tesis de su par bonaerense, Carlos Bianco). Los segundos (JxC) insisten con discursos marketineros lavados y poco sustanciosos. Y arman sus listas de diputados en la Capital y la provincia de Buenos Aires a contramano del sentir verdadero de sus propias bases en ambos distritos y que incendiaron las redes sociales para hacer sentir su disconformidad.
El filósofo Zygmunt Bauman concibió ya hace un par de décadas el concepto de la “modernidad líquida”, en contraposición al mundo sólido y rígido del pasado, que se movía más lentamente. El presente mundial de escenarios imprevistos y cambios veloces en la política, la economía, la cultura, las costumbres y –pandemia mediante– la salud es la rotunda materialización de esa teoría. Pero a los dirigentes les cuesta adaptarse y dar respuestas a ese estado de fluidez resbaladiza que propone un mundo que amanece cada mañana con novedades desagradables. Quieren seguir respondiendo por comodidad a los viejos patrones de la política del pasado.
El verticalismo ancestral del peronismo choca ahora con una líder ubicada en un segundo plano institucional, un presidente diezmado en su poder y, en paralelo, otros jefes con sus respectivas apetencias (Massa, Máximo Kirchner, Kicillof). Tal dispersión no facilita el “encuadramiento” unívoco de otras épocas, y dificulta cada vez más el gerenciamiento gubernamental, y también del “relato”, con un norte claro.
El constante estado deliberativo deriva en los desmarques continuos que se producen en las redes sociales, y que también tienen su contrapartida en el mundo real con los acampes en la 9 de Julio de los movimientos sociales reclamando más planes, o los de las organizaciones que lo hicieron en la Plaza de Mayo para pedir por la libertad de Milagro Sala.
En un mundo que se ha vuelto del todo imprevisible y distópico, la idea de “tomar el toro por las astas”, para crear cada vez más sus propios mecanismos de defensa, avanza en la gente de a pie. Ya no esperan que los gobiernos les resuelvan como antes sus problemas, sino que arman sus propios mecanismos para defenderse de los que les agregan los políticos con sus pésimas decisiones (como Padres Organizados, que reclamaron y lograron que volvieran las clases, o el campo convocando a actos multitudinarios como el de San Nicolás).
Hora de aggionarse en serio tanto los políticos del oficialismo como los de la oposición. Pasó la época de la “vaca atada”. Ahora solo revolotean bandadas de cisnes negros y hay que prepararse bien para hacerles frente.