Políticos actores y actores políticos, equívoco nacional
Milei y CFK, un dúo Pimpinela que ya cansa, y actores como Norman Briski, infelizmente ocurrente con el drama de Medio Oriente
- 4 minutos de lectura'
Muy sabiamente, ya lo dice el dicho: “Zapatero, a tus zapatos”. Políticos histriones que protagonizan berretísimas peleas de vedettes (por caso, el presidente Javier Milei y la expresidenta Cristina Kirchner, con sus reiterados numeritos pimpinilescos), en vez de resolver las difíciles problemáticas que implican administrar eficientemente el Estado y actores que, en vez de concentrar todo su potencial en dar lo mejor de sí mismos sobre un escenario, se ponen a discutir en voz alta, cual si fuesen estadistas, que hay qué hacer desde la política, sin contar con el más mínimo expertise, demuestran que el cambio de roles a veces puede resultar un equívoco con costos demasiado altos para el país. Por de pronto, ambos travestismos contribuyen en primer lugar a descentrar y desasosegar el necesario debate de los temas en el ágora pública, no genera buenos intercambios, confunde y termina provocando sentimientos negativos.
El paso de comedia malograda en el que persisten, aparentemente sin tener conciencia de la vergüenza ajena que provocan, empieza a convertirse en un vicio malsano, tanto en Milei como en CFK. Además de ufanarse ambos de lo maleducados que son, los adjetivos mutuamente peyorativos con que intentan repelerse y repelearse, no conducen a nada que no sea la degradación de la palabra y el desprestigio de la institución presidencial. Cual barrabravas parecen disfrutar en esos chapoteos en el barro que solo pueden alimentar sus respectivos narcisismos extremos y tóxicos. No son conscientes que, siendo así, solo deleitan a sus respectivos círculos de fanatizados seguidores, en tanto que a los demás les produce perplejidad y rechazo. Generan un pésimo ejemplo porque contribuyen a difundir la errónea idea de que los problemas se solucionan a los gritos y a los empujones cuando es sabido que ese tipo de comportamientos no solo no resuelven absolutamente nada, sino que tienden a empeorarlos. Solo les sirve (a ellos) para la vanidad de una pasajera viralización en las redes sociales, con los consabidos aplausos virtuales de sus fanáticos y algunos títulos periodísticos que hacen ruido y que no producen nada significativo.
Lo peor es que esa enfermiza manera de relacionarse que tienen las principales cúpulas dirigenciales, en donde se destaca principalmente la ausencia absoluta de autocrítica para analizar cada tema, termina haciendo escuela y contagia sus procedimientos a otros colectivos sociales.
Es lo que se vio en la reciente ceremonia de los Martín Fierro del cine. La entendible defensa del sector por parte de sus jugadores principales (actores, productores y demás representantes de esa fuerza laboral) careció de los necesarios matices para reconocer que a la sombra del apoyo estatal al sector hubo demasiados abusos (sobredimensionamiento de personal en el Instituto del Cine, camarillas que seleccionaban proyectos solo por afinidad ideológica o por amiguismo, una burocratización excesiva que se tragaba gran parte del apoyo estatal y una dispendiosa política de viáticos en materia de viajes “festivaleros” y gastos de representación, etcetera). Y comprender que entre seguir manteniendo el ineficiente esquema anterior o abolir todo tipo de respaldo estatal a la actividad, hay muchas alternativas razonables que merecen ser estudiadas, sin exaltaciones partidarias para un lado o para el otro.
Más grave y extemporáneo resultó en ese mismo ámbito, el discurso de barricada en apoyo al terrorismo palestino que realizó Norman Briski. Tuvo que pronunciar más de una vez la palabra “Gaza” ante el silencio de la concurrencia en la sala principal de La Usina del Arte. “Gaza jamás será vencido” podía llegar a resultar una burda ocurrencia para algún sótano teatral con público acotado e irreverente, pero no para ser pronunciada ante cámaras de televisión que transmitían ese acto a todo el país, y visto por cientos de miles de personas.
Briski, actor talentoso y ocurrente, siempre se caracterizó por ser políticamente incorrecto y armar actings muy border para sacudir con humor corrosivo cualquier tipo de statu quo. De paso, eso siempre le garantizó una gran repercusión. En este caso cruzó un límite, con el agravante que arrastró en su imprudencia al resto de sus colegas. El desgraciado juego de palabras con el nombre de la organización terrorista que llevó adelante la masacre del 7 de octubre de 2023 en Israel incitó a un cerrado aplauso que terminó avalando tal despropósito. La actual tragedia en Medio Oriente, con excesos y salvajismos por parte de los bandos en pugna exige un tratamiento más cuidadoso y mesurado. El aplauso irreflexivo y frívolo de los artistas se pareció al de los legisladores cuando Adolfo Rodríguez Saá anunció la suspensión del pago de la deuda externa.