Política de Estado para Malvinas
Todos sabemos cuán difícil resulta en el plano personal sobrellevar por largo tiempo una herida abierta, tanto física como espiritual. Lo mismo nos ocurre con la cuestión de las Malvinas, una espina clavada en el alma colectiva que se ha profundizado tras la guerra de 1982. Y como también sucede en las vidas individuales, a la par que molesta y desconcierta, el dolor enseña y fortalece, y nos urge en la búsqueda de la esperada sanación.
El duro revés sufrido hace 30 años precipitó la salida democrática que puso fin a un largo período de más de cinco décadas de grave anormalidad institucional. Después de padecer el predominio de la violencia como método para zanjar nuestras diferencias políticas, aprendimos el valor de la democracia. Con la derrota descubrimos también, luego de tantas divisiones y antagonismos, una bandera que nos reúne y aglutina. La recuperación de las Malvinas es, por encima del mandato constitucional que así lo establece, una causa nacional y popular que concita un alto grado de adhesión en todos los ámbitos y sectores sociales.
Más allá de su carácter pedagógico, el dolor siempre nos inquieta y perturba. No hemos alcanzado un adecuado balance entre el reproche que merecen quienes decidieron ir al conflicto armado y el fervoroso reconocimiento debido a los militares y soldados que, en forma muchas veces heroica, respondieron al llamado en cumplimiento del deber. En toda guerra siempre conviven paradójicamente la miseria deleznable con la entrega sublime ("La epopeya y el circo", según la gráfica expresión de Claudio Jacquelin). Es verdad que el proceso de desmalvinización dominante durante tantos años dejó su marca, y que muchos siguen hoy blandiendo el conflicto bélico para ahondar las divisiones. Pero eso no ha logrado conmover en el fondo el sabio sentir popular, que considera a los caídos en combate y veteranos de guerra como héroes antes que víctimas de la dictadura.
No se trata de exacerbar el nacionalismo, sino de reconocer la nobleza y abnegación de quienes allí arriesgaron y dieron su vida en defensa de la patria.
Nos falta saldar esta cuenta con el pasado, pero además acordar una estrategia futura en procura de superar el problema. Remediar una dolencia tan larga y profunda requiere de un tratamiento prolongado, de una política de Estado de la que hemos carecido, como en tantas otras áreas. No podemos seguir a los barquinazos ni con meras declamaciones que, muchas veces, sólo parecen priorizar la agenda doméstica.
Sería deseable que la actual presencia de la presidenta de la Nación en el Comité de Descolonización de la ONU, acompañada de legisladores de la oposición, sea, más allá del gesto, un paso cierto para consensuar con todas las fuerzas políticas cursos de acción de largo plazo que deberían basarse en mantener el reclamo en los foros internacionales, intensificar el acompañamiento regional (especialmente con Brasil), insistir en la prevalencia del principio de soberanía e integridad territorial por sobre el de autodeterminación, y buscar soluciones que concilien la explotación de los recursos naturales en esa región del Atlántico sur con la preservación de nuestros reclamos soberanos.
Debemos también salir de la dicotomía entre seducir y hostigar a los isleños, procurando acercarnos a ellos en forma sincera y gradual para ir venciendo la resistencia que nuestra presencia les provoca. Es preciso establecer lazos de cooperación, para lo cual las organizaciones de la sociedad civil pueden tener un rol relevante. Está bien ofrecerles no sólo vuelos que nos conecten, sino también bienes, servicios y posibilidades de mutuos intercambios, aprovechando la ventaja de nuestra cercanía.
Necesitamos de una diplomacia tenaz y perseverante, sin apelar a las bravuconadas ni apartarse de las formas. Hoy todo parece cerrado. Pero cuando la dinámica situación internacional nos pueda abrir una ventana, nos debe encontrar integrados al mundo como un país serio y confiable.
La recuperación de las islas Malvinas es una aspiración que integra nuestra identidad nacional, como prenda de unión entre los argentinos. Asumamos este desafío en todo su significado y proyección.
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