Política chatarrera
“Nazi nauseabundo, el pueblo argentino te pasará factura más temprano que tarde” (De Yvan Gil, a Javier Milei)
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“Compro heladeras viejas, lavarropas, cocinas. Compro colchones, juegos de living, baterías radiadores, calefones, aire acondicionados, modulares. Compro, compro señora, compro”.
Ahí va el chatarrero con su megáfono. Es casi el único sobreviviente de una era en la que el comercio tenía voz y volumen a “tracción a sangre”, si se permite la analogía. Competía con el botellero, con el vendedor de sandías, el de leche y el de pescado, entre muchos otros que desaparecieron sepultados por el avance de los tiempos, la tecnología y el olvido. Claramente, no todos voceaban con la misma fuerza, pero coincidían en una forma de anunciarse casi musical.
Eso. Musicalidad es lo que le falta cada vez más a la política, un lento y delicado adagio que permita tomarse el tiempo –unos segundos son suficientes- antes de abrir la boca o desenfundar los dedos para escribir un tuit alocado rompiendo puentes e incendiarlo todo como un lanzallamas virtual.
¿A que está pensando en nuestro presidente, querido lector? No lo descarte, pero tampoco le conceda la exclusividad.
Hay quienes dicen que es preferible un tipo frontal que uno que sonríe, que se muestra educado, pero que espera a que le demos la espalda para hablar mal de nosotros, en el mejor de los casos, o para clavarnos el puñal, en el peor. Otros sostienen que, hasta ahora, no logramos llegar a ningún lado con la política de buenos modales. Lo que es un horror para la academia y la corrección política es un gol para la tribuna.
En este mismo espacio, hace ya diez años, comentábamos el in crescendo (hoy se nos dio por el italiano) de la violencia política.
Luis D’Elía le había pegado a un cacerolero; Guillermo Moreno se hacía escoltar por un campeón de kick boxing (ojo que también dominamos el inglés) y llevaba guantes de box a asambleas empresarias; Hebe de Bonafini arengaba a tomar la Corte Suprema por “turra” y se invitaba a niñitos a escupir fotos de periodistas, actores y demás vecinos. Hubo algunas otras cuestiones escatológicas alentadas por los mismos anfitriones en la sede de la Catedral, pero mejor dejarlo ahí. En cambio, cómo olvidar el “callate, atorranta” del “Cuervo” Larroque a la entonces diputada macrista Laura Alonso, quien pegó un salto ornamental para pechearlo en pleno Congreso, o los escraches con sillazos y golpes incluidos en la Feria del Libro... Está visto que no importa la ideología cuando la sangre se calienta.
Un ejemplo fresquito de esto que decimos se pudo ver apenas Nicolás Maduro se proclamó ganador de las elecciones. Milei lo llamó dictador comunista y le exigió que reconociera la derrota. En ese momento, Maduro no le pudo responder porque estaba muy ocupado bloqueando las puertas de los centros de votación. En su lugar, le contestó Yvan Gil: “Nazi nauseabundo, el pueblo argentino te pasará factura más temprano que tarde”. Todos tienen derecho a opinar, por cierto. Pero acá lo interesante es quién lo dijo: el canciller venezolano. Ceremonial y protocolo, a marzo.
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