Polarización, fragmentación y coaliciones electorales
Para un país tan volátil e incierto como el nuestro, resulta entre absurdo e insensato especular con el ciclo electoral del año próximo o, más aún, con el de 2027. Sin embargo, y a pesar de que no terminó de aquietarse el fragor del debate por la Ley Bases, casi toda la política ya está pensando en eso. De hecho, el oficialismo acelera la construcción formal de LLA como partido nacional, fruto del esfuerzo de Karina Milei, la responsable de concretar todo aquello que a su hermano lo aburre o le parece secundario, aunque se trate de aspectos nodales tanto de la administración del gobierno como de la consolidación de su proyecto de poder. Las distintas expresiones de la oposición también están, a su manera, metidas en un juego extremadamente complejo que, al menos en algunos casos, podría implicar la posibilidad de perder vigencia y hasta sucumbir, si es que continuara la ola de insatisfacción y rechazo en relación con los viejos protagonistas de la vida institucional del país. Por eso, las especulaciones por las cuestiones electorales ocupan un lugar preponderante en la conversación de los principales actores de la degradada política nacional.
El primer interrogante que surge, y que es aún muy prematuro desentrañar, involucra al oficialismo. Superado el umbral de los seis meses en el poder, “la gestión” sigue generando evidentes dolores de cabeza y no queda claro si se trata de una cuestión transitoria, arreglable con el tiempo, en especial ahora que Guillermo Francos tomó formalmente la responsabilidad de por lo menos ordenar los asuntos cotidianos de la administración, o si forma parte del ADN de esta singular experiencia política. La diferencia no es menor: si la impronta de este gobierno termina siendo tan caótica y proclive a los escándalos casi permanentes como fue el caso de Donald Trump, debemos acostumbrarnos a que los impulsos, los caprichos y las obsesiones, facilitadas por los recursos del hiperpresidencialismo, obturen cualquier camino hacia una agenda previsible y constructiva. Si, por el contrario, Javier Milei se permite a sí mismo un aprendizaje gradual y proteico, siguiendo un modelo firme y exitoso de liderazgo como el de Giorgia Meloni, sus chances de éxito político y electoral se incrementarían significativamente. Recordemos que, en las elecciones de mitad de mandato de 2018, Trump perdió el control de la Cámara de Representantes y, dos años más tarde, fracasó en su intento reeleccionario. A menos que Milei coincida con el líder del GOP en que perdió como consecuencia del fraude en 2020, sobre lo que no existe evidencia alguna, debería buscar un estilo menos confrontativo y polémico de liderazgo, como el que desarrolla su par italiana, que ha demostrado ser mucho más eficaz en las urnas.
La otra gran incógnita es cuán exitoso será el programa económico del Gobierno, en particular en la valoración de los votantes. ¿El esperado logro de controlar la inflación pesará más que los efectos de la profunda recesión, sobre todo por el preocupante aumento del desempleo? ¿Rebotará lo suficiente y a tiempo la actividad económica para convencer a una mayoría del electorado respecto de las ventajas del nuevo modelo económico que Milei pretende imponer? Una cosa es contrastar las utopías libertarias con las penurias de la superestanflación, como ocurrió el año pasado, y otra muy diferente es explicar que la realidad de las reformas económicas es siempre mucho más compleja (y sus efectos positivos difíciles de percibir, al menos en el corto plazo) de lo que sus cultores prefieren reconocer.
Del sistema de apoyos de la Ley Bases y en general de la dinámica parlamentaria surge que la gran mayoría de Pro se sentiría más que cómoda siendo parte de la coalición oficialista. Probablemente no haya un acuerdo nacional, sino una construcción específica en cada provincia en función de la idiosincrasia y las realidades locales. No es sencillo imaginar, por ejemplo, un arreglo electoral en Santa Fe, donde Pro forma parte de la coalición liderada por el radical Maxi Pullaro e integrada por el socialismo. En el fragmentado arco político se insinúan potenciales candidaturas de “notables” que convertirían la próxima elección en una de las más interesantes y reñidas. En CABA algunos sueñan con Mauricio Macri postulándose al Senado y María Eugenia Vidal encabezando la lista de diputados de provincia de Buenos Aires. ¿Podrían enfrentar a Lilita Carrió acompañada de Horacio Rodríguez Larreta? En el ínterin, el exembajador Diego Guelar, que acompaña al expresidente desde los inicios de Compromiso por el Cambio, desafió a Martín Lousteau y espera confrontar en una gran PASO con un candidato libertario. ¿Buscará López Murphy renovar su banca de diputado o preferirá competir por el Senado? Las especulaciones en la provincia de Buenos Aires también son diversas. Se descuenta que José Luis Espert será el candidato oficialista a diputado, calentando motores para la puja por el sillón de gobernador en 2027. ¿Lo acompañará Diego Santilli, eterno aspirante a integrar el Ejecutivo Nacional? ¿Tal vez Manuel Adorni? Tanto Miguel Pichetto como seguramente Facundo Manes buscarán renovar sus bancas. Y hasta Juan Schiaretti podría ir en busca de un lugar en el Congreso. En el entorno de Cristina Fernández niegan que pretenda volver a competir por un cargo legislativo: “Prefiere construir la alternativa para 2027″, afirman. ¿Podrían las circunstancias forzar una reconsideración? Algunos de sus seguidores, preocupados por las internas que se reproducen entre La Cámpora y el resto del ecosistema K, creen que es la única manera de mantener algo parecido a una convivencia limitando las hostilidades, en general infantiles, como la protagonizada recientemente por Mayra Mendoza y Jorge Ferraresi. Entre tantos actores de renombre, ¿quedará afuera Sergio Massa? Si el peronismo pudiese obtener un porcentaje parecido a la primera vuelta del año pasado y quedara a un paso de recuperar el poder en 2027, difícilmente Massa deje pasar semejante oportunidad.
Todo depende de la velocidad de recuperación de la economía, que, de acuerdo con los principales indicadores de consumo e inversión, parece haber entrado en una fase más parecida a una depresión que a una fuerte recesión. “Ajustada la macro, la micro rebotará más rápido y más fuerte de lo que todos suponen”, repiten cerca del Presidente y se esfuerzan por encontrar síntomas tempranos de esa por ahora ilusoria recuperación. La teoría keynesiana, tan aborrecida por el credo libertario, logró por más de medio siglo una generalizada hegemonía conceptual por su efectividad para revertir la Gran Depresión, generada luego del crac de 1929. ¿El colmo del pragmatismo libertario? Reconocer que su némesis no estaba del todo equivocada.
Milei sigue expresando una confianza absoluta tanto en su estrategia como en su equipo. ¿Estará a tiempo de pegar un volantazo y mejorar sus chances para las elecciones de mitad de mandato si los resultados positivos no llegan a materializarse antes del último cuatrimestre? Perderlas lo condenaría a convertirse en un pato rengo con mínimo, sino nulo, margen de maniobra. Si la economía se recupera a tiempo y LLA, con los aliados que pueda, se encaminara a conseguir una victoria que respalde y profundice las reformas estructurales, el Presidente podría mirarse en el espejo de su admirado Menem y comenzar a trabajar en una eventual reelección. Para lograrla, las fuerzas de la oposición deben permanecer tan desunidas y fragmentadas como aparecen hasta el momento. Si construyeran una gran coalición como las que lideraron Lula en Brasil, Boric en Chile y en cierta medida Biden en 2020, se incrementarían decididamente las chances de frenar una consolidación de esta nueva derecha.