Poesía y narrativa, dos géneros en contacto
La escritura de versos y de relatos no es necesariamente excluyente, como lo demuestra la obra de muchos autores argentinos
En agosto de 1947 en el Centro Cultural Fray Mocho de Buenos Aires, Gombrowicz dio su ya célebre conferencia "Contra los poetas". El texto es una joya. Gombrowicz arremete contra lo que él denomina la "poesía pura", la poesía en verso que los poetas cantan con estilo "hermético y unilateral". Sin embargo, el escritor polaco no está rechazando la poesía: está rechazando a los malos poetas o a los poetas falsos, porque, dice, "cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, por ejemplo en los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, de Pascal, o sencillamente, en el crepúsculo cotidiano, tiemblo como cualquier mortal".
¿Era justa su lectura? ¿Ha cambiado algo desde entonces? Tal vez lo que hace ya casi setenta años Gombrowicz supo reconocer era la delimitación de un género y de un campo. La poesía que otorga a la escritura en verso la virtud de contener alguna "esencia" de la poesía. La Historia de la literatura cambia y eso también afecta su representación. Parece incuestionable que desde que la poesía se establece como género y como campo (a fin de cuentas, en un proceso similar al del teatro o al de la narrativa), empieza a divorciarse, a apartarse, a aislarse del resto de la literatura. Y también al revés, porque como los escritores que escriben relatos o novelas o ensayo ya no podrán ser poetas, al devenir "narradores", "novelistas", "ensayistas", también ellos se desentenderán sin culpa de la poesía. Sembrada la división (no la diferencia), sembrada la discordia. Así, muchos escritores en prosa no tendrán el hábito de leer poesía. Jorge Fondebrider, poeta y traductor, los ajusticia: "Peor los narradores que no leen poesía./ Analfabetos". Pero tal vez esos versos de Fondebrider encierren más que una violencia o un desprecio, una queja, un malhumor, una nostalgia, una pena.
Los anfibios
"Todo eso abunda: faltan los poetas", escribió justamente en un poema Fogwill. Y Fogwill es uno de esos escritores que, pese a ser reconocido como narrador y cuentista, es sobre todo un poeta. Si con sus libros de poemas no alcanzara (Partes del todo, Últimos movimientos), también habría que dimensionar la poética de sus relatos y sobre todo, la poética presente en su figura.
Otro ejemplo es Elvio Gandolfo, que despliega sus versos en el reciente El año de Stevenson. ¿Debajo? de la piel de narrador y crítico, Gandolfo hay también un poeta. El año deStevenson incluye la voz, la música, el ritmo y la metafísica de cualquiera de sus textos en prosa, y sin embargo, con un solo poema de aquel libro, "El día después", bastaría para el otro diploma. O Luis Chitarroni -en breve se publicarán sus poemas-, que hasta ahora les ha tendido un sinfín de trampas poéticas a sus libros en prosa. Es que la lengua de ciertos escritores es anfibia y, sin desconocer los géneros, puede encontrar en ellos otra forma, una forma nueva y también propia. Borges sería un ejemplo ilustre. ¿De qué modo actúa la lengua borgeana en cada género? ¿Es el mismo Borges el de Ficciones que el de El otro, el mismo? Si bien decir que sí, a secas, es cómodo, decir que no parece frívolo.
La prosa y lo apenas narrado
Jorge Quiroga pertenece a la generación de la revista Literal. Hace poco salió El pasado irreal, un libro de poemas sosegado y precioso. ¿Qué pasado no es irreal? Laura Estrin acierta en el prólogo, "Paisaje leve, propio. Apenas narrado". Ese giro es clave: apenas narrado. La poesía como una narración apenas. La poesía reside en esa dimensión adverbial, en lo que el verbo (narrar), tan contundente, tan esclarecido, se interrumpe, vacila, se precipita. "Lanús es un barrio/ que desapareció para nosotros./ Sólo un desmemoriado/ buscará el pasado /como si estuviéramos allí."
Quiroga sabe que la poesía se mueve en esa topología: un presente incierto, un futuro improbable, un pasado irreal. La narración cede a la información, la poesía no. Juan José Saer lo detectó y explicó con sabiduría: "Prosa: instrumento de Estado. [...] En prosa se escriben cartas, tratados, revistas, proclamas, facturas, denuncias, legajos, manuales. Todo lo que ya es conocido y se quiere hacer saber a otros, todo lo que es preciso y útil se escribe en prosa." Habría que decir: para todo lo demás existe la poesía. Nada es casual. Posiblemente Saer represente, para el Río de la Plata, el autor emblemático de una narración subvertida por la lírica. Cuando la narración pretende no dudar, la poesía siempre está dispuesta a equivocarse, a arrepentirse, a acertar sin buscarlo. A arriesgar.
El poeta que narra
Ricardo Zelarayán supo dar una de las más precisas y sugerentes definiciones de poesía: la mayor tensión de lenguaje en un tiempo determinado. De este modo, también sitúa lo poético fuera del corral o la convención del verso. Él mismo lo pone a prueba en la novela La piel de caballo: "Un fuerte chaparrón me despabila del todo. ¡Ah?! Chapa, chapa, chaparrón. ¡Puy, puy, puy! ¡Qué lindo llueve sobre el galpón! Y enseguida Villa Mercedes se me pierde en la memoria en el medio de la lluvia." Ahí están, narrados, el impudor, la música, el misterio del poema. Zelarayán es parte de una estirpe, como Néstor Sánchez, como Carlos Correas, como el primer Luis Gusmán, como ciertos pasajes de Aurora Venturini. Narradores que por momentos caen en trance. Una estirpe que sigue encontrando relevos.
Matías Alinovi narra su novela La reja con momentos alucinados de endecasílabos: "Las marcas aserradas de la nieve, la forma ideal de los cristales, con las puntas de flecha repetidas, ordenadas en grupo bajo el vidrio, por zonas de cardúmenes helados surgidos de los golpes formidables". También Ariana Harwicz, que escribe una prosa con grandes rachas y enviones líricos; en Precoz: "Como en las fondas y los silos, el tufo del paso de los animales, como los desperdicios de aves de corral. Como la lobreguez de los vacunos en el camión al degolladero. Y con mi hijo todavía de espaldas en la cocina me veo morir". Recursos, elementos, figuras poéticas asaltando la prosa y ampliando sus márgenes.
Como si fueran bígamos
Y así como ciertas escrituras narrativas incluyen la operación poética en su lenguaje, hay escritores que separan los tantos. Escritores que han publicado más en narrativa, que publican sus poemarios en sellos de poesía. O poetas que en algún momento escriben novelas, ensayos, cuentos, incluso crítica. Jorge Consiglio, Andrés Neuman o Pedro Mairal serían ejemplos de lo primero.
Por otro lado, autores como Fabián Casas, Gabriela Bejerman o Washington Cucurto, que "vienen" de la poesía, y que un día empiezan a publicar relatos, ensayos, novelas. En cualquiera de los dos grupos, sí parecen funcionar los géneros y, por lo tanto, el pasaje de un género a otro. Como si su lengua pudiera infligirse los cambios necesarios para jugar, de manera distinta, a juegos distintos.
Una poesía que cuente
En su último libro de poemas, América, Horacio Zabaljáuregui consigue el hechizo del poema explorando recuerdos que giran en torno a un lugar: el del nombre del título, una América que es también un pueblo de la provincia de Buenos Aires. "Había atravesado la noche, alguna vez en pullman;/ las ventanillas herméticas no dejaban entrar la tierra ni los panaderos como en/ primera: se podía ir al vagón comedor." Son versos, podría decirse, muy narrativos. Algo similar ocurre con varios poemas de Sandro Barrella. O con los del ya nombrado Jorge Fondebrider. Es que a veces, como dijo el editor y poeta José Luis Mangieri, "la belleza del poema no está solo en su perfección literaria sino también en lo que cuenta".
Para concluir. Alfonso Reyes termina su carta "Sobre la perennidad de la poesía" con una anécdota: "En cierta novela libertina del siglo XVIII una mujer le dice a su amante, tras haber agotado todas las experiencias imaginables: Ahora casémonos. Yo iré vestida de blanco. Nada más excitante que la pureza".
¿Pureza? Una forma. No hay poesía ni poetas puros. Ahí están para probarlo los libros de Alejandra Pizarnik, de Roberto Juarroz, de Oliverio Girondo, de Olga Orozco, de Edgar Bayley, de Alberto Girri y aún más cerca en el tiempo, los de Irene Gruss, Alberto Szpungberg, Arturo Carrera, Eduardo Mileo, Jorge Aulicino, Diana Bellesi, Tamara Kamenszain, Mercedes Roffé. La lista podría seguir y seguir.
Justamente Mercedes Roffé, en su inédito Glosa, reflexiona -y es como si le contestara, como si tomara la palabra después de Gombrowicz- sobre la función de la poesía hoy: "Traer al poema otros discursos, otros saberes. El hacer del poema un espacio ya no de aleatoriedades sino de aleaciones, de fundiciones, de refundiciones. Pero no de los materiales ya probadamente 'poéticos' [...] sino acarreando material de otras tierras. El poema como forja y como fragua. O sembradío".
La poesía no es un género. Pero tal vez haya que lograr para su lectura la misma disposición, la misma sensibilidad hacia el presente que la que se suele asumir hacia el pasado. Cuando se va hacia el pasado, quizá gracias al aura del prestigio, a nadie le importa en qué escribieron Dante, Tolstoi, Baudelaire, Homero, Shakespeare, Eliot, Hemigway, Flaubert. Habría que recuperar para la lectura motivos o razones más intuitivas, más personales, sin asesoramientos ni rankings. Que la lectura misma sea un acto poético.