Reseñas: Contradegüellos, de Francisco Madariaga
La figura del poeta argentino Francisco Madariaga (1927-2000) se recorta, nítida, tanto del paisaje de su generación como del corpus de la poesía argentina. La define el constante diálogo y contrapunto que establece entre el mundo letrado y el mundo bárbaro, entre la tradición de la poesía escrita y la de los “poetas en estado natural”, como llamaba a los gauchos correntinos (entre quienes creció y con quienes nunca dejó de convivir). El resultado es una visión de lo real y una voz poética originales en extremo.
La escena fundacional que el poeta recrea en su autobiografía –narración de origen revestida de fábula y fantasía– habla de un niño de catorce días que llega a la provincia de Corrientes desde la capital en un tren marrón como el río. Es ahí donde cifra su comienzo con la palabra, en ese tren “casi fluvial”, que también se convertirá en mito. A casi treinta años de la edición de El tren casi fluvial, volumen que recogía la totalidad de sus libros publicados hasta 1985, la editorial de la Universidad de Entre Ríos acaba de editar Contradegüellos. Obra Reunida: dos magníficos volúmenes (junto a un CD que recoge la voz del poeta), notable trabajo realizado con la dirección de Roxana Páez.
Si el nombre de Madariaga se distingue por peso propio dentro del mapa de la poesía argentina, ¿qué es lo que coloca su obra un paso más allá de los estándares que posibilitan las clasificaciones y los procesos de periodización en el sistema literario? El poeta que recibió la amistad de Oliverio Girondo y que mantuvo una estrecha colaboración con el grupo surrealista que lideró Aldo Pellegrini, que supo combinar el legado del romanticismo con la tradición del verso en español, se desmarcó al mismo tiempo de cada una de esas categorías. Madariaga introdujo la tradición literaria occidental en las aguas de los esteros correntinos, un paisaje encantado –con la exuberancia de su botánica, sus animales y su mitología– en el que lo maravilloso es el estado natural; modeló el resplandor de las bibliotecas con la vida, por momentos cruel, por momentos semisalvaje de su tierra, que en el tiempo que le tocó vivir, pero sobre todo en el de su infancia, cobijaba aún las violencias de la época de las guerras civiles. Esa geografía que incluye el paisaje humano, con las particularidades sonoras del habla de la región, le dio el carácter único a los versos de Madariaga que, si acepta alguna comparación, podría vincularse con la de Juan L.. Ortiz.
“Apesadumbrado fantasma de nadas conjeturales, el nacido dentro de la poesía siente el peso de su irreal, su otra realidad, continuo. Su testimonio del no ser, su testigo del acto inocente de nacer, va saltando de la barca a una concepción del mundo como imagen”, escribió el cubano José Lezama Lima en su ensayo de 1948 Las imágenes posibles. Parece una profecía destinada a describir la poesía de Madariaga tanto como su periplo vital. “Soy una víctima de todo lo que es imagen”, responde el poeta en un verso de “País garza real”.
La analogía persiste si se piensa que la obra de Madariaga es un continuo: lo que se multiplica sin cesar en su poesía es el eco de la imagen fundante, la trama sucesiva de semejanza y repetición. Sus poemas viajan –como el tren que lo llevó a Corrientes– de libro en libro, pasándose el santo y seña para seguir con la tarea de cantar ese país de apariciones, que es una región (en la que habría que incluir además la costa de Rocha, en Uruguay, donde el poeta encontró la contigüidad de su provincia). Ese canto, que trasciende el color local, lo ha convertido en aquello que el propio Madariaga definió como un “criollo del universo”, título de su último libro, que además trae el eco de un verso del libro Llegada de un jaguar a la tranquera, donde podía ya leerse: “¡El pobre padre mío, sencillo como un mujik/ del universo!”
CONTRADEGÜELLOS
Por Francisco Madariaga
Eduner
Dos volúmenes: 532 y 693 páginas
$ 950