Poemas para una erótica hogareña
Un libro que, en tiempos más bien desencantados, le canta a la felicidad conyugal
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Hay personas luminosas. Y hay libros que se ofrecen a la lectura como un paseo grácil, una caricia aérea, pequeña, necesaria.
Estoy leyendo Decálogo para un casamiento, poemario de María Paula Zacharías publicado por Mansalva y –la maravilla de algunas casualidades– por la radio suena “Come in from the cold”, de Joni Mitchell. Esa voz, esos acordes, esa esperanza de día soleado es todo lo que necesito para que los poemas de María Paula me terminen de abrazar.
En tiempos airados, a contramano de cierto espíritu de época, Zacharías escribe una oda a la felicidad conyugal. Sus versos son versos de entrecasa; una erótica del día a día, hogareña. “Vos y nuestros hijos
caminan delante de mí/los veo andar y pienso/ que ahí va mi corazón/ partido en cuatro pedazos”. Algo en estos poemas, ese susurrar a los cuatro vientos el gusto de estar en familia, me recuerda a la escritora y periodista francosuiza Mona Cholet, que en el libro En Casa no pone el foco en la familia, pero sí en quienes adoran demorarse entre las cuatro paredes del hogar. Cholet, feminista, de izquierda, se planta a por fuera de la cultura del vértigo, de los viajes, de la estridencia, del callejeo y de los mil modos de la acción a cielo abierto, y reclama el soberanísimo derecho a quedarse quieta. Les dice a los nómades que está muy bien lo suyo, pero que ella prefiere acurrucarse, con una taza de té y un libro, en el pequeñísimo lugar que es su lugar en el mundo. Su casa.
Lejos de la expansión del ensayo, en el registro minimalista del poema, Zacharías hace algo similar. En un momento de replanteos vinculares, en una cultura para la que desde hace rato no hay historia de amor si no hay pasiones torturadas, desencuentros, dolor o crónicas anunciadas de estrepitosas rupturas, en este época y a sabiendas de esa cultura, María Paula registra instantes que son como cristalitos de ternura.
“Soy al fin mi profecía/ toco mi nido hueco/ ya estoy siendo un hogar”, escribe en la serie de poemas dedicados al comienzo de la vida en pareja. Cuenta también cómo es esto de entrar “en el baile de los horneros”, y se abre al deseo –entre sábanas crepusculares y juguetes desparramados y perfumes de niño y de hombre– de que el tiempo no pase volando, que permanezca la gracia de dormir con la ventana abierta a un concierto de grillos, que por un rato más la mano de un bebé siga el surco de su piel. Y se pregunta entonces por qué todavía nadie inventó una palabra que defina esa felicidad precisa, la que aparece cuando se regresa a casa después de un viaje.
En Maestro Cafiso, un libro anterior publicado por India Ediciones, Zacharías confiesa que adora las historias de amor. Cafiso, el hombre cuyo retrato despliega en este libro, es un artista sin oropeles. Paula, periodista especializada en Arte, lo descubre en su taller. Un maestro del soplete y los metales fundidos que a los ochenta años sigue desplegando un oficio impecable y que, en paralelo, hace su personal y secreta apuesta artística: obras a escala. Una Torre Eiffel titilante y perfecta, un Puente Transbordador Nicolás Avellaneda al que aspira reproducir hasta en sus mínimos detalles. Cafiso no busca la gloria ni los premios ni eso que a veces se llama carrera profesional. Hace lo suyo, lo hace bien, y le basta. Cafiso además ama a una mujer. La ama a su manera íntegra y desprejuiciada. Y Paula, que adora las historias de amor, no podía más que contarla.
Con ese mismo impulso, en Decálogo para un casamiento traza las huellas de la buena fortuna. Leila Guerriero, referente de la crónica latinoamericana, alguna vez dijo que el gran desafío empieza a ser encontrar el modo de contar no solo la carencia, lo que subleva o lo violento, sino también la felicidad. Con sus poemas, María Paula Zacharías eligió caminar por ese lado del sol.