¿Podría ser Ucrania moneda de cambio de otros intereses geopolíticos de Trump?
Donald Trump ha triunfado en las elecciones del 5 de noviembre y por lo tanto el controversial líder político regresará a la Presidencia del principal país del mundo el próximo 20 de enero.
Su claro triunfo es una nueva muestra de la convulsión en la que está sumido el planeta desde por lo menos década y media. Nuevos líderes de carácter populista han surgido en estos últimos tiempos por múltiples y diferentes razones que, sin lugar a dudas, han traído consigo una disrupción de las formas y procedimientos históricos y tradicionales de las democracias liberales que, al presente, cada vez parecen ir perdiendo mayor terreno.
La admirada democracia estadounidense, con vigencia de casi 250 años y faro de muchas otras que la tomaron como valor básico de referencia, parece ir perdiendo paulatinamente ese encanto y por ello, varias voces se alzan para señalar que la misma, tal como la hemos conocido, está mutando hacia una situación desconocida hasta aquí pero que bien podría concluir en una democracia muy devaluada respecto de lo que tradicionalmente ha sido. No obstante, lo más preocupante es que en términos geopolíticos y de política exterior, EEUU podría estar siguiendo un camino errante, distante, y lo que es peor, equivocado, en relación a lo que ya viene ocurriendo en el planeta desde hace algunos años.
En tal sentido, quizás una de las primeras decisiones de política exterior que tome el magnate estadounidense, podría ser lo que determine en relación a la doble invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa, en 2014, primero, y en 2022, después, esta última a gran escala. Durante su administración previa, Trump fue reticente a involucrarse en conflictos exteriores que, en su opinión, no beneficiaban directamente a EE. UU.
Expertos del Brookings Institution advierten que la nueva llegada al poder de Trump podría intensificar críticas hacia la OTAN y exigir mayores contribuciones financieras de los aliados europeos. Esto podría debilitar la cohesión transatlántica, obligando a Europa a fortalecer su autonomía estratégica en defensa y seguridad .
Una disminución en el apoyo de EEUU a Ucrania y a la OTAN en Europa, podría tener un alto impacto en la Política de Seguridad Europea, llevando a que países europeos intensifiquen su ayuda militar y económica a Ucrania y sus contribuciones a la OTAN, para compensar eventuales faltantes. La UE se vería en la necesidad de aumentar su capacidad defensiva como resultante del posible repliegue de EEUU en la contención de Rusia, lo cual podría generar divisiones internas sobre el enfoque adecuado y los recursos necesarios para hacer frente a la amenaza rusa.
En el caso de Ucrania, podría haber una reducción en la ayuda militar y financiera por parte del nuevo gobierno de EEUU, basándose en el enfoque de “America First”, tal como lo han manifestado en repetidas oportunidades centros de estudios internacionales como el Atlantic Council o el Chatham House, que consideran que Trump estima menos prioritario el apoyo en zonas de conflicto fuera del continente americano. Por ello, sería muy probable que quiera establecer condiciones más estrictas para la asistencia, pidiendo a Ucrania que demuestre progresos significativos en áreas que Trump considere de interés directo para EE. UU. Esto podría favorecer a Rusia, ya que en su primer mandato, Trump evitó sanciones fuertes contra Moscú y mostró simpatía hacia Putin. Esto aumentaría la presión sobre Europa para asumir un mayor liderazgo en la seguridad regional y financiar la defensa ucraniana.
Trump ha sido acusado de tener una postura blanda hacia la Federación, evitando sanciones fuertes y mostrando simpatía por Putin en varias ocasiones. Esta postura podría interpretarse en el Kremlin como una oportunidad para intensificar su influencia en Ucrania y en otras áreas estratégicas de Europa del Este, sin temor a una intervención significativa de EEUU. Es posible que Trump opte por reducir las sanciones y abra la puerta a negociaciones directas con Rusia, buscando “mejores términos” para evitar el involucramiento estadounidense en la región. La importancia que Trump podría darle a la situación en Ucrania, con su consiguiente impacto en Europa y la OTAN, también podría reflejarse de manera indirecta en la región del Asia/Pacífico y en particular, en la situación de China/Taiwán.
Por todas esas razones, resulta particularmente importante prestar atención a las designaciones que el líder republicano ya ha anunciado, especialmente las de Marco Rubio, como eventual Secretario de Estado, la de Michael Waltz, como Secretario de Seguridad, y en particular la de Keith Kellogg, como el delegado de Trump para ocuparse de la guerra en Ucrania y eventual buscador y facilitador de un Alto el Fuego en el país eslavo, invadido de manera total por Rusia desde febrero de 2022.
Todos los indicios, trascendidos y rumores, parecen indicar que con dichos nombramientos, Trump estaría decidido a imponer (o mejor dicho, a tratar de imponer) un Alto el Fuego, mediante el cual Ucrania, fatigada como está después de casi tres años de los inicios de una cruenta y tortuosa segunda invasión de su vecino, debería contemplar la anexión de casi el veinte por ciento de su territorio internacionalmente reconocido desde su independencia en 1991, el cual le ha sido birlado ilegalmente por la Federación, pisoteando cualquier norma de Derecho Internacional a la que se apele.
No está claro cuales serían las contraprestaciones que Ucrania podría recibir a cambio y si el nuevo gobierno de Trump estaría realmente interesado en ello. La posibilidad de que Ucrania pueda ser un nuevo miembro de la OTAN es una de las “líneas rojas” que Putin ha mencionado que jamás admitiría, y a ello se une que varios países que forman parte de este organismo de seguridad, incluido EEUU, no están convencidos de la aceptación de esa membresía.
No se puede dejar de lado que estamos en estos momentos en una nueva fase del conflicto que representa una notoria escalada respecto de los inicios del mismo, con la posibilidad cierta por parte de Ucrania de utilizar los misiles de largo alcance provistos por EEUU y Gran Bretaña para atacar en regiones incluso no fronterizas en territorio ruso, como ya lo ha hecho varias veces en los últimas semanas. A eso, Rusia responde con la utilización misiles balísticos intercontinentales con capacidad nuclear pero sin transportar las ojivas nucleares, por lo cual a esos ataques se los puede seguir catalogando como de armas de guerra convencionales. No obstante, su utilización lleva implícito un mensaje concreto del Kremlin de que, si quisiera, podría atacar nuclearmente, no solo a Ucrania, sino mucho más allá, dado el alcance de casi 2000 km que tiene el misil intercontinental utilizado.
Más allá que la utilización de ese misil también podría tratarse de un nuevo intento de Vladimir Putin de amedrentar a Occidente, siendo a su vez una muestra de su temor por el cariz que tomó el conflicto y el cada vez mayor involucramiento de los países occidentales para ayudar a Ucrania a sobrellevar el mismo. Sea lo que fuere, cierto es que la “pica en Flandes” está instalada y quizás en algunas autoridades de los países europeos, así como también en el ya citado Donald Trump, estas medidas o amenazas extremas del Kremlin podrían llegar a tener un efecto persuasivo mayor esta vez. Pero no por el impacto concreto de estas nuevas amenazas sino porque Europa, Occidente en general, y Ucrania en especial, ya empiezan a mostrar claros signos de fatiga respecto de este cruento conflicto y su incierta dilucidación
El problema para el Kremlin y que quizás Occidente no alcanza plenamente a percibir, es que también Rusia está sufriendo la fatiga cada vez más acentuada de más de mil días de conflicto sin tener a la vista un claro escenario de cómo continuará. El ejemplo más concreto es el llamado de la Federación Rusa a más de doce mil combatientes norcoreanos a unirse a sus tropas, muestra cabal de la imposibilidad de llamar al combate a más ciudadanos rusos sin tener que rendir cuentas o sufrir un deterioro profundo de la imagen del Kremlin ante su opinión pública. Porque, además, esa decisión terminó resultando en el disparador para que EEUU y Gran Bretaña -pero también otros países europeos que todavía no dieron el “vía libre” a Ucrania, como por ejemplo, Alemania y Francia, pero que lo están evaluando seriamente- permitieran también la utilización por parte de Ucrania de los misiles balísticos de largo alcance, como los ATACMS estadounidenses o los Storm Shadow británicos.
Francia y Gran Bretaña mantienen conversaciones sobre si van a enviar efectivos de sus respectivas fuerzas armadas a combatir en territorio ucraniano. Por el momento, las autoridades francesas parecen mucho mas decididas a ello que sus pares británicas, pero lo que comenzó hace unas meses con una declaración aislada del Presidente Macron, hoy se ha convertido en reuniones oficiales de ambos países para evaluar la posibilidad de un involucramiento más directo.
Seguramente, la llegada de los efectivos norcoreanos ha jugado también su papel para que el tema sea cada vez más evaluado y considerado, a pesar de que los británicos ya han declarado que por el momento iban a seguir brindando entrenamiento y armas a las fuerzas armadas ucranias y su involucramiento iba a llegar solo hasta allí por el momento. A propósito de Corea del Norte, Seúl ha respondido a la participación de soldados norcoreanos en el conflicto, con un marcado incremento en la provisión de armas a Ucrania para su defensa, al punto que el vocero de la Federación Rusa, Dimitry Peskov amenazó veladamente a Corea del Sur “que si continuaba por ese camino, las relaciones ruso-surcoreanas se iban a ver claramente debilitadas”.
Los mismos temores y recelos provienen de las denuncias de las autoridades de Rumania, que alegan una clara injerencia por parte del Kremlin en las últimas elecciones legislativas que llevaron a que el partido del líder de la ultraderecha prorruso, Georgescu, ganara las mismas con un 23 por ciento de los votos y partiera con ventaja a la segunda vuelta que se debía llevar a cabo el pasado 8 de diciembre, aunque finalmente la justicia electoral rumana declaró nulos esos comicios ante las escandalosas evidencias de terrorismo cibernético por parte del Kremlin.
Los intentos desestabilizadores del Kremlin tampoco desmayan en otros confines, esta vez en lo que Moscú sigue estimando que es su esfera de influencia, tal el caso de las ex Repúblicas soviéticas de Georgia y Moldavia. En la primera, las acciones del gobierno prorruso “Sueño georgiano” fueron idénticas a las decisiones del gobierno de Yanukovich en Ucrania en el año 2013 que dieron origen a la Revolución del Maidan. El gobierno georgiano actual quiso dejar sin efecto el camino del ingreso de Georgia a la Unión Europea, y la población, mayoritariamente pro europea, inició una serie de manifestaciones pacíficas, pero reprimidas muy duramente por las fuerzas de seguridad georgianas, en un calco exacto o por lo menos muy parecido a las acciones de las fuerzas de seguridad de Yanukovich en Ucrania, con los resultados por todos conocidos a inicios de 2014, que finalizó con el líder/marioneta ucraniano de Putin dejando el poder para refugiarse en Rusia, bajo el ala de su mentor.
En Moldavia, las acciones rusas son de lo que se conoce como “de falsa bandera”, con denuncias de la región separatista de Transnistria alegando que las autoridades moldavas ejercen todo tipo de atrocidades a la pequeña población de esta ilegítima república no reconocida internacionalmente, a fin de intentar desestabilizar el gobierno actual de Moldavia, de tendencia pro europea para así impedir o dificultar el camino de su eventual ingreso a la Unión Europea. Todos estos ejemplos, Corea del Sur, Georgia, Moldavia, así como aquellos países euro asiáticos que todavía forman parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectivo (OTSC) -organismo que reemplazó al fenecido Pacto de Varsovia en 1991 y regenteado férreamente desde Moscú- son muestras palmarias que la Rusia de Putin esta dispuesta a todo con tal de ir por una pretendida recreación del Imperio ruso de siglos anteriores.
Un caso particular en el ámbito de la OTSC lo representa Armenia, que cada vez se aleja más, tanto de este organismo como de la Federación Rusa, por el abandono o desdén de esta última respecto de su conflicto con Azerbaiyán por el enclave de Nagorno Karabaj. La nómina de países asediados desde el Kremlin no se agota con los hasta aquí nombrados u otros de Europa del Este, porque las técnicas, como mínimo opacas, utilizadas por Rusia para socavarlas, han llegado incluso a muchos países de Europa Central y hasta al mismísimo EEUU.
El posible desinterés de Trump por los conflictos europeos podría desviar recursos estadounidenses hacia la contención de China, reforzando alianzas en Asia/Pacífico. Sin embargo, su enfoque impredecible también genera incertidumbre en aliados como Japón y Corea del Sur, especialmente tras el aumento de la cooperación militar entre Rusia y Corea del Norte. Trump ha adoptado una postura de confrontación hacia China, y su retorno al poder podría significar políticas aún más duras, como aranceles todavía más altos a los actuales y nuevas restricciones comerciales, impulsadas por sectores republicanos que buscan reducir la dependencia de China. Analistas del Chatham House, sugieren que Beijing podría esperar una mayor desestabilización en las relaciones con sus vecinos aliados de EEUU, como Japón y Corea del Sur, como ya observamos que está sucediendo. No obstante, empresarios cercanos a Trump podrían intentar moderar su enfoque si esas decisiones afectan las inversiones estadounidenses en China, como es el caso de, por ejemplo, la firma Apple.
Taiwán constituye un caso particular. Sobre Taiwán, Trump ha expresado en el pasado opiniones ambivalentes, en ocasiones cuestionando el rol de EEUU como “compañía de seguros” de la isla. Esta posición podría crear incertidumbre sobre el real compromiso estadounidense en un posible conflicto con China. Algunos analistas del Brookings Institution advierten que esta ambigüedad podría alentar a Beijing a intensificar su presión sobre Taiwán, especialmente si percibe una oportunidad de explotar divisiones en el compromiso de defensa de EEUU. A todo este escenario geopolítico internacional, se le suma la sorprendente e inesperada caída de la Siria de Bashar Al Assad. La República Árabe Siria constituía uno de los logros más preciados de Vladimir Putin desde su victoria allí en 2015. Además, era absolutamente imprevisible una caída tan rápida de un régimen perverso de casi 50 años, apoyado férreamente por Rusia e Irán.
Está claro quienes han sido los perdedores pero es más difuso quienes son los ganadores más allá de Turquía, que emerge como un claro ganador por los resultados de esta relampagueante y exitosa ofensiva de la oposición al régimen de Al Assad. También se puede incluir a Israel entre los ganadores y eso está demostrado por como el estado hebreo se apresuró en bombardear regiones sirias para recordarle a Irán que no existen posibilidades de retorno en influenciar a Siria como en épocas anteriores. Esas acciones de Israel, también le sirven a los EEUU como botón de muestra de la derrota sufrida en la influencia rusa en Siria y en la región. Rusia paga caro el desentenderse de este conflicto en aras de ocuparse preferentemente de Ucrania, por más que no lo quiera reconocer. Tan caro lo paga, que una cosa no terminó ayudando a la otra, y en la situación bélica en Ucrania, Rusia le “prende velas” a que Donald Trump cumpla en su retorno con lo que aparentemente estaría pensando en cuanto al fin del conflicto en Ucrania y que a todas luces, de ser ciertos los trascendidos, podrían ser muy perjudiciales para Kiev y beneficiosos para el Kremlin.
Tampoco Venezuela saca conclusiones plausibles de esta inesperada caída del régimen asesino de Damasco, como lo ha vaticinado Corina Pérez Machado, la líder de la oposición venezolana. Venezuela se ha convertido en un grave problema de seguridad regional para los EEUU y en tal sentido se sabe que con Trump puede haber una profundización de las medidas tomadas por Joe Biden durante su gestión. La designación de Marco Rubio como Secretario de Estado es una señal poderosa respecto de un potencial asedio aun mayor a la dictadura venezolana. Las dudas que aún permanecen es si estas situaciones -en Siria y en Venezuela- no tienen una contraprestación respecto de lo que suceda finalmente en Ucrania. Como ya se ha dicho en esta columna, Trump ve “lejos” el conflicto en Ucrania y quiere desentenderse de él. No hay precisiones sobre como actuará, por más que haya alardeado que con el magnate en el poder “lo de Ucrania se resuelve en un día”. No se vislumbra tan sencillo, ciertamente.
Sea lo que fuere, Ucrania debe leer cada vez con mayor fruición la historia de la “Guerra de Invierno” en el año 1939 en Finlandia y principalmente en el proceso de neutralidad del país escandinavo que llevó a lo que se llamara la “finlandización” en términos geopolíticos. Esa historia habla de como Finlandia es invadida por la Rusia soviética en 1939, de como Finlandia obtiene algunas victorias realmente significativas contra su invasor, dadas las enormes diferencias de poderío bélico que había entre uno y otro, pero también de como finalmente esas diferencias en poderío militar llevaron a que Finlandia debiera ceder algo más de un 10% de su territorio para firmar una paz que le permitiera seguir siendo un país libre y soberano. A pesar de esa concesión, a Finlandia le llevó diecisiete años (desde 1939 a 1956) para que la Unión Soviética, pero también los países aliados de Occidente, le permitieran al país nórdico seguir siendo un país libre, no formar parte de la Unión Soviética o de su esfera de influencia en la Cortina de Hierro, y si ser parte de Occidente, de acuerdo a las pautas decididas en Yalta en 1945, siempre y cuando adhiriera a estrictas condiciones de neutralidad. Paradójicamente además, esa histórica y tradicional neutralidad finesa, como resultó ser a lo largo de los años, terminó concluyendo en 2023 con la adhesión de Finlandia a la OTAN, precisamente como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania.
Existen muchos trascendidos y rumores no siempre verificados, sobre cuales serían las fórmulas sobre un Alto el Fuego y Negociaciones de Paz que podría llevar a la mesa Donald Trump para terminar el conflicto. Desde que Ucrania debería ceder definitivamente, mediante esas negociaciones, los territorios de las cinco regiones hasta aquí invadidos por Rusia (Crimea, Zaporishia, Kherson, Donetsk y Lugansk) y que ésta no piensa devolver, hasta la prohibición absoluta para el ingreso de Ucrania a la OTAN y en menor medida a la UE, pasando por situaciones intermedias o llegando a la posición más extrema de Ucrania sobre la aspiración de solo sentarse a negociar si se produce el retiro total de las tropas rusas en esas regiones, volviendo a los límites internacionalmente reconocidos en 1991, unido al pedido de un “fast track” (vía rápida) para el ingreso ucraniano a la OTAN.
Todas las cartas están en el mazo y es prematuro hacer afirmaciones sobre cuales serán las reales aspiraciones de los dos contendientes en este conflicto, toda vez que Putin y Zelensky tienen sus ambiciones pero ambos saben que no sería ni prudencia ni positivo mal predisponer a Trump, negándose como mínimo a sostener negociaciones, ya que saben o están seguro que aquel que lo haga, podría recibir las represalias del magnate que ha puesto a Ucrania como una de sus prioridades en política internacional.
En tal sentido, los trascendidos de uno y otro lado refieren a que Zelensky no estaría ahora tan cerrado a eventuales negociaciones sobre los territorios invadidos, si con esa postura recibiera firmes y concretos apoyos para un pronto ingreso a la OTAN, posición de máxima, o por lo menos, recibir las seguridades de contar con fuerzas armadas de países europeos, de la ONU o del propio EEUU, como “fuerzas de mantenimiento de paz” en territorio ucraniano, posición de mínima. No obstante, esta última postura no convence tampoco de manera absoluta a Ucrania, recordando lo que ocurriera con el Memorándum de Budapest de 1994, precisamente firmado entre Rusia y Ucrania, con las garantías de EEUU y Gran Bretaña, el cual, tanto en 2014 como mucho más en 2022, ofició de “letra muerta” a lo pactado en dicho Memorándum. En cuanto a la Federación Rusa, existen trascendidos periodísticos, no totalmente confirmados, que señalan que Putin podría no estar ahora tan cerrado a la devolución de algunos de los territorios de las regiones ucranias invadidas, con la única excepción respecto de Crimea, si obtiene seguridades sobre que Ucrania jamás podría ingresar a la OTAN.
Se repetiría así lo señalado en párrafos anteriores acerca de la “finlandización” de Ucrania en el tema de su neutralidad. Sería esperable que el resultado final de esa situación sea la misma que vivió el país nórdico en 1956, porque cualquier otra situación de asedio o invasión de territorios ucranios a Rusia daría sentido a las advertencias que promueve Zelensky acerca de que cualquier concesión a Rusia, por mínima que sea, solo servirá para que ésta gane tiempo para rearmar sus ejércitos y volver a invadir a su vecino del oeste. Las últimas consideraciones o evaluaciones a formular se refieren a cuántas de estas decisiones por parte de Trump sobre Ucrania podrían estar interconectadas con otros conflictos internacionales, en particular en aquellos donde Rusia, China e Irán están involucrados en mayor o menor medida.
Por ejemplo, ¿podría Trump estar pensando en resolver rápidamente el conflicto en Ucrania, sin importar las consecuencias para Ucrania y para Europa, si con ello consigue a cambio algo positivo para EEUU respecto de lo que ocurra en Venezuela o, mejor aún, en Medio Oriente, en Siria o en Irán, desarmando la asociación estratégica con estos países por parte de Rusia, y en menor medida de China? De ser ello así, no caben dudas que lo que pueda ocurrir con Ucrania, e indirectamente con Europa, podría tener consecuencias geopolíticas desafortunadas para el porvenir de Occidente y ,tarde o temprano, podría resultar en un “boomerang” también para EEUU en esa rivalidad existente hoy con China y con Rusia, aun cuando ese “boomerang” llegare a ocurrir cuando Donald Trump ya no esté al frente del poder en el país norteamericano.
Afortunadamente hasta que se verifiquen o no, estas dudas e incertidumbres por parte de este columnista, hasta ahora son solo suposiciones, temores y desconfianzas, producto de la falta de liderazgos claros y genuinos que se perciben por parte de los políticos occidentales, Trump incluido por cierto.