¿Podría el sistema de voucher fortalecer la educación pública?
La educación pública en la Argentina se ha ido deteriorando, por lo menos, en los últimos 30 años. Si calculamos que un alumno promedio, cuando egresa de un secundario público, dedicó a la escuela como mínimo 4 horas por día y asistió a ella alrededor de 100 días al año, durante 15 años; obtendremos como resultado que el estudiante tuvo como mínimo unas 6000 horas de clases en su vida escolar. Aun así, algunos de ellos no saben comprender un texto, carecen de la preparación científica y tecnológica requerida para los trabajos del presente, y desconocen sus derechos y obligaciones como ciudadanos para lograr una sociedad crítica y libre.
El poco lugar que se le da a la educación en la agenda política, sumado a las malas gestiones y, por supuesto, al cierre prolongado de las aulas durante la cuarentena, son las columna que sostienen el panorama desolador en el cual nos encontramos hoy. Alrededor de medio millón de chicos este año no volvieron a las aulas. El tiempo apremia y no es momento de echar culpas, ni buscar responsables, es tiempo de buscar soluciones.
Para que todos los chicos, independientemente de su estrato social, tengan oportunidades, es imprescindible abrir el debate hacia alternativas en las que se podría organizar e impartir la educación pública en nuestro país.
¿Por qué se educa como se educa? ¿Es correcto aceptar un único modelo educacional? ¿Quién decide ese modelo? ¿Cómo se deciden los contenidos del ciclo lectivo? ¿Es correcto que sean únicos y obligatorios?
Una de las alternativas que emergió en la arena política recientemente y que generó mucha controversia, es el modelo del voucher educativo como uno de los instrumentos del financiamiento de la demanda en la educación.
A través de este sistema, el alumno tiene a su disposición un vale que asegura su derecho a recibir educación. Los padres, junto a sus hijos, deciden a través de qué institución hacen uso de ese vale. Es decir, qué institución eligen para llevar adelante la escolarización de sus hijos. Es importante aclarar que el voucher en cuestión no equivale a dinero. De ningún modo alguien podría sacar provecho de ese vale más que el mismo chico, ya que sólo se canjea por educación. Asimismo, el voucher no tiene un valor fijo, sino que se actualiza en base del costo que supone que cada chico asista a una escuela pública. No requiere mayor gasto público; simplemente cambia el modo en el que se aplica ese gasto. La educación pública es una de las inversiones más importantes que realiza el Estado. Por esto mismo resulta fundamental estudiar a fondo cómo maximizar su rendimiento para que sea lo más beneficioso para los alumnos. Es posible que el problema no sea la falta de presupuesto, sino el modo en el que se invierte.
De esta manera, los recursos llegan directamente al chico, quien lo acredita a una institución, subsidiando así la demanda educativa en lugar de la oferta. Y acá es donde ocurre lo interesante. El sustento de la institución depende entonces de su capacidad de desarrollar incentivos para atraer alumnos. Este incentivo no es otro que el de ofrecer educación de calidad y gestionar adecuadamente los ingresos para ofrecer a los alumnos un espacio motivador y próspero para su escolarización.
Parte del financiamiento de cada escuela pasa a depender de cuántas familias la elijan. Es por esto que se genera un espacio competitivo entre las instituciones educativas para posicionarse como la opción destacada entre los alumnos. Ganar la confianza de padres y chicos ofreciendo la mejor educación posible. Siguiendo esta línea, el sistema de financiamiento de demanda podría convertirse de manera simple en un gran aliado en la lucha contra la deserción escolar, ya que las escuelas tendrían un incentivo más para salir en busca de aquellos chicos que abandonaron el sistema educativo.
Es común escuchar argumentos sobre cómo este modelo atenta contra la Educación pública, cuando en realidad la fortalece. Busca que compita con la educación privada y, por qué no, la supere, como supo hacerlo hasta hace algunas décadas. El sistema de vouchers no es un invento reciente e incluso funciona en varios países del mundo y con resultados favorables. Por ejemplo, en Chile, Estados Unidos, Suecia y Holanda. Estos casos exitosos tienen varios puntos en común: todas las transformaciones se hicieron con datos certeros, sin acusaciones, mirando hacia adelante y conscientes de la urgencia del tema, evaluando todas las alternativas posibles.
En la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires nos dispusimos a buscar datos que revelen cuánto invierte el Estado para que un chico reciba educación pública mes a mes, es decir, el costo por alumno que asiste a la escuela pública. La tarea, que en un principio parecía sencilla, resultó ser mucho más difícil de lo que imaginamos, debido a que la información está protegida por la Ley Nacional de Educación 26.206 con la excusa de “cuidar” a las escuelas de una posible discriminación.
En la actualidad es prácticamente imposible para un ciudadano acceder a información para saber cuánto cuesta cada escuela pública en nuestro país. Esta prohibición y ocultamiento de datos solo estorba el trabajo de actores que velan por una mejor educación pública. Se prioriza la “imagen” de la institución por sobre los chicos, escudándose en el concepto de estigmatización, cuando debería ser siempre al revés. Es crucial que identifiquemos aquellas escuelas que no están funcionando correctamente para trabajar a la par del gobierno en su mejora. Solo así se prioriza lo más importante: el aprendizaje y desarrollo del alumno.
La educación es una inversión segura y debe ser atendida de manera urgente. Una reforma ambiciosa para elevar la calidad educativa no es imposible, pero lleva tiempo y esfuerzo. Si queremos obtener resultados distintos debemos abordar las problemáticas de manera distinta, y la forma en que se financia la educación pública es una de ellas. Para una reforma educativa responsable, hay que estar abiertos a debatir cuestiones básicas. Es hora de hablar de educación pública sin tabúes, recelos, ni ideologías; con seriedad, profesionalidad, y pensando en los chicos. Ellos son los verdaderos protagonistas.
Legisladora Porteña - Republicanos Unidos